La Provincia - Diario de Las Palmas

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150 años de una publicación magistral

Prólogo

Detalle de la expresión 'Pardela' en uno de los manuscritos de 1799 que se guardan en la Catedral de Canarias GUERRA

La historia natural de un país, no es otra cosa que la descripción de sus sustancias y producciones en sus tres reinos, animal, vegetal y mineral; por consiguiente es el conocimiento exacto de lo que puede hacer el capital de sus particulares excelencias, riquezas y recursos. ¿Pero, cuántos nacen, viven y mueren en un territorio como el nuestro, sin conocer lo que ve, sin saber lo que pisan, sin detenerse en lo que encuentran? Para ellos las plantas más singulares no son sino yerbas; las piedras y las tierras, casi todas unas; los pájaros los mismos que los de otras provincias; los peces los de todos los mares... Es verdad que no faltan hombres, que advertidos por el continuo ejercicio de su profesión, distinguen fácilmente aquellas cosas con que se han familiarizado desde la niñez. Dale al labrado a las yerbas del campo, los nombres buenos o malos que les dieron sus abuelos; el cazador a las aves; el pescador a los peces; el ollero a los barros... Conocimientos, pero conocimientos groseros, superficiales de muy poca utilidad, pues sujetos a equivocaciones y errores, no salen de la limitada esfera de esta clase de gente rústica y se ocultan a los demás, con perjuicio de las artes, de la economía política, de la materia médica, de la industria, del comercio y aun de aquella loable vanidad, que sienta bien al ciudadano que se precia de que la naturaleza haya favorecido su patria con dones singulares.

Es, pues la historia natural del propio país, uno de los estudios más importantes, más ameno y más digno de los racionales que lo habitan; pero no basta que este estudio sea vulgar é imperfecto; es necesario que también sea científico, quiero decir, acompañado de aquellas nociones que se hacen indispensables para poder discernir a fondo las cosas; porque es necesario saber la clase, género y especie a que pertenece una planta o una piedra, o un mineral, o un pez, un ave, un bruto, un insecto... a fin de no ignorar el nombre común o latino que le dan los naturalistas, mineralogistas y botánicos, sin cuyo lenguaje no es posible entenderse con las demás naciones, ni con sus sabios, ni con sus libros. Si soy canario ¿por qué no he de dar bastante razón de lo que hay en estas islas y de lo que no hay? ¿De lo que abunda en ellas y de lo que escasea? ¿De lo que les es privativo y de lo que les es común con otras comarcas?

No me basta, por ejemplo, saber que sobre el pico Teide en Tenerife se encuentra cierta concreción blanca, deleznable, salina, que hace efervescencia con los ácidos. Me es muy conveniente no ignorar, que éste es un precioso álcali mineral, una barrilla nativa, una sal NATRON, igual o quizás superior a la famosa del Egipto. No me basta saber que entre nuestro Xuagarzos se cría la planta que llaman Vaquita, me es útil el saber también que ésta es el Hipocisto, célebre ingrediente de la triaca; que el Azaigo o Tazaigo es la Rubiatinctorum; que el Tártago es el Ricino o Palmacristi; que lo que algunos equivocan con la Gilbalbera es la Zarzaparrilla: que la retama blanca olorosa, y la amarilla de cumbre, la Ñota o Algaritopa, el Bicácaro, la Tabaiba dulce... son peculiares de solas nuestra islas. Que en ellas es asombrosa la variedad de lavas volcánicas, Pómez, Tobas, Chórlos, Azufres... Que poseemos el Trípoli, la Tiza, la Tierra de sombra, la Creta, la Arcilla, la Greda, el Bol rojo, y el blanco, el Ocre, la Piedra fétida de Puerco, el Mármol, el Jaspe, el Cuarzo, el Espato, el Pedernal, el Granito, el Yeso. Que el árbol que llamamos Haya no es Haya, sino una especie muy particular de Acebo; que el Almácigo no es Almácigo sino Terebinto: que el Til no es Tilo, sino una especie de Laurel (Laurus magnoliz folia); que el Viñátigo es también de la familia de los laureles y que los ingleses lo confunden con la Caoba.

Para adquirir esta patriótica erudición, sin afán y sin gasto, era preciso una obra elemental, o por decirlo así, municipal, que nos abriese el libro voluminoso de la naturaleza, y nos sirviese como de prólogo para leer el capítulo o párrafo perteneciente a las Canarias, y esta obra, que como tan ardua, sólo debía emprenderla un talento más perspicaz é instruido, soy yo quien tiene el arrojo de bosquejarla, mientras se aparece otra pluma más inteligente que la desempeñe mejor. Parecía que las ocupaciones de mi destino por una parte y por otra la imposibilidad de andarlo y verlo y examinarlo todo, eran obstáculos que podrían arredrarme en el trabajo; pero tal es para mí el hechizo de las gracias de la naturaleza y el embeleso que me infunde su dulce contemplación, tal es el deseo de que mis compatriotas adquieran algunas noticias más puntuales de las producciones espontáneas de nuestras islas, las disfruten, estimen y las celebren que lo he recelado aventurarme a formar un catálogo de todos los conocimientos que he adquirido y de los descubrimientos que he logrado hacer. En tan vasto proyecto me alientan algunos libros de los mejores botánicos, mineralogistas y naturalistas, que poseo; me alientan las correspondencias de amigos de esa isla de Canaria y las demás, y me alientan en fin aquellas cortas luces que no dejé de adquirir en el curso de historia natural que hice con el célebre Valmont de Bomare, durante mi mansión en París.

Formaré pues, de mis apuntes, el ensayo de un Diccionario de Historia Natural de las Canarias, procediendo por orden alfabético en las materias, método que se presenta como el más cómodo para el que las trata y el que las aprende y el más fácil para aquel que las escribe y para el que las lee. ¡Dichosas tareas, por cierto, si se consigue inspirar en la curiosidad de los Canarios el gusto de la historia natural! De este estudio casto y delicioso de las maravillas del Criador: de este estudio que sólo puede contribuir a hacernos llevadera y aun feliz la soledad de nuestro archipiélago y su distancia del espectáculo pomposo, pero frívolo, del que llaman gran mundo. Creemos que la naturaleza tiene también en estas peñas su corte, su grandeza, su brillo, su ostentación. ¿Y por qué no hemos de creer igualmente que habitamos en los Campo Elíseos? Las Canarias lo fueron en los escritos de los poetas; séanlo del mismo modo en nuestra noble ilusión. Hagamos por complácenos con unas islas llamadas Afortunadas, quizás por su aventajada situación, por su clima benigno, por sus apacibles estaciones, por su suelo fértil y liberal que en parajes nos da cada año una misma tierra cinco cosechas, a saber, dos de maíz y dos de judías con otra de papas; tan bueno en fin, que nos concede las frutas sazonadas, las carnes tiernas, los pescados sabrosos, los afamados vinos, las mieses con un número infinito de macollas, las maderas de algunos árboles muy raros. Yo viajo por el país, lo encuentro sumamente fragoso y desigual; pero a cada paso se muda la escena y voy descubriendo con sorpresa agradable, diferentes puntos de vista y perspectivas que forman cuadros de paisajes, ya agraciados, ya majestuosos, ya risueños, ya terribles... Allá una cordillera de cumbres nevadas y de escarpadas sierras, a veces frondosas. Acá un cerro eminente un roque piramidal, un barranco profundo, un valle ameno, una cañada, una ladera, una rambla, una montañeta de lavas de volcán, unas playas todas de arenas finas o de callaos y guijarros redondos. Aquél es un pinar oscuro; el otro un bosque siempre verde de laureles, acebiños, barbusanos, viñátigos, tilos, hayas, jinjas, acebuches, paloblancos, mirmulanos, lentiscos, cedros... Éstos son los caudalosos arroyos que nacidos de fuentes puros, de manantiales fríos, se reúnen, se despeñan serpentean y corren por entre ñames, juncias y mimbres para regar, viñas huertas y sembrados para impeler las ruedas de los molinos y de los ingenios de azúcar; para abastecer las poblaciones y alegarlas. Las otras son de aguas agrias medicinales, que el aire fijo (gas carbónico) que contienen, las conserva siempre acídulas. Aquélla son las cuevas cómodas y silenciosas, moradas de los primitivos Guanches, en donde se conservan todavía algunos de sus incorruptos cadáveres.

Yo viajo y me acompaña un caballero de Madrid que acaba de llegar a estas islas. Él extiende la vista por nuestros campos; se para y atónito me dice: "Hállome en un país donde todavía conozco muy poco la gente; pero conozco mucho menos las plantas. Todo es para mí nuevo. ¿Cómo se llaman estos árboles que me rodean? No los he visto nunca"... Aquél, le digo, es un Drago, cuyo jugo purpúreo es una sangre, una resina preciosa. La otra es una Palma descollada y longeva, cuyo fruto son dulces dátiles. Éstos son los Plátanos, Musas o Bananos, que erguidos y admirables por la amplitud de sus hojas, no menos que por lo tierno de sus troncos, dan grandes racimos de una fruta que se suele llamar conserva del cielo. El otro árbol siempre frondoso es el Mocán, cuyas melosas frutillas negras eran el principal regalo de los antiguos isleños. El que ha brotado aquel otro vástago, orlado de gajos a la manera de los mecheros de una araña de luz, cuyas arandelas son de flores liliáceas, que liban las abejas, es una Pitera, especie de Aloe o Agave americana. Los extraños arbustos que están vistiendo aquellos riscos, vienen a ser Cardones, Tuneras, Guaidines, Aliagas (vulgo Alhulagas), Leñanoeles, Taginastes, Verodes. Este empinado peñasco está cubierto de la yerba Orchilla, cuyo tinte es tan estimado.

Entre tanto viene a encontrarnos un extranjero. Es el botánico y me dice: Canario, ustedes poseen en sus islas un Citiso muy particular, que llaman Escobón: otro Citiso no menos singular, que llamáis Retama blanca, una Retama amarilla de cumbre que no se conoce en ningún país... Lo mismo os digo de un Hipérico que llamáis Maljurada: de un Kali Aizoides que llamáis Patilla: de una Campanula que llamáis Bicácaro: de una Digital que llamáis Ajonjolí: de un Loranthus que llamáis Balo: de una Rumex acetosa que llamáis Vinagrera: de un Convolvulus fructicosus que llamáis Guadin: de un Palo de rosa que llamáis Leñanoel: de una Bosea yerbamora que llamáis Hediondo: de un Dracocéfalo que llamáis Guadin: de un Palo de rosa que llamáis Leñanoel: de una Bosea yerbamora que llamáis Herdiondo: de un Dracocéfalo que llamáis Algaritopa; de una Siempreviva que llamáis Oreja de Abad... ¿Y acaso pensáis que vuestro Mocán, vuestro Marmolán, vuestro Barbusano, vuestro Paloblanco, vuestra Haya, vuestros Acebiños, son producciones de otros terrenos que los vuestros? Abrid los ojos y conoced vuestras singularidades. Ambos me dejan, quedo solo; pero no menos acompañado y divertido. Si tropiezo con una piedra, la tomo en la mano y como veo que es calcárea, porque hace con el ácido efervescencia, me aplico luego a conocer si es un Mármol o un Espato, o una Estalactita, o un Alabastro. ¿No hace efervescencia y herida del eslabón despide chispas? Pues quiero ver si es Pedernal o Jaspe, o Pizarra, o Cuarzo, o Granito, o Asperon, o Roca. ¿No hace efervescencia ni arroja chispas? Pues veré si es Yeso, o Arcillosa o Arenisca o un Zeolita. Por otra parte conozco que las piedras Guarzosas medio cristalizadas que tomé en el Arrecife de Canarias, por su peso, sus pajuelas de mina de plata y oro, no pueden dejar de ser metálicas. Que igualmente está de rojo cenicienta, sembrada de innumerables puntitos sumamente brillantes, traída de la isla de La Gomera, es parecida a la mina de plata virgen, que Bomare llama Mina de planta azulenta. Que las otras son unas Piritas sulfúreas y cobrizas y éstas unos trozos de mina de Hierro puro, de Hierro especular, y de Hierro micáceo, todas atraíbles al imán. Que las piedrecitas que he encontrado en el cerro de la Atalaya de Canaria, junto a la Caldera de Bandama, compuesta de muchísimos cristalitos agrupados, regulares, negruzcos, relucietnes y de notable peso, tienen el aspecto de aquel semi-metal raro llamado por los metalúrgicos Wolfan o Tungstein, el cual sólo se encuentra en las minas de Alemania y de Bohemia, a no ser, como juzgo, de mina de estaño cristalizado.

¿Y estas raíces de cañas y gajos petrificados y sonoros de Laurel, que se desentierran en un cerro junto al lugar de Guía? ¿Y este pedazo de cardón agatizado del risco de San Roque en la ciudad de la Laguna? ¿Y estos grupos de garbanzos y petrificaciones de hojas de naranjo, castaño, parra, zarza, moral, &ª. De la Rambla de Tenerife? ¿Y de las de viñátigo y acebiño del barranco de Guadalupe en Canaria? ¿Y estas impresioes de plantas y peces? ¿Y estas Dendritas o piedras arborizadas? ¿Y estas compuestas de clacas y otras conchas marinas? ¿Y estas bellas estalactitas, estalagmitas, incrustaciones y cristalizaciones de las grutas? Si me dedico a observar las tierras que casualmente piso, advierto que unas son calcáreas, otras gredosas, otras ocráceas, otras saponáceas, otras ferruginosas, otras aluminosas, otras nitrosas, otras micáceas, otras vitrificadas, otras volcánicas.. y las arenas, ya son negras de finísimo hierro, atraíbles al imán, ya blancas de fragmentos de conchas, que hierven con los ácidos, ya brillantes, compuestas de materias vitrificadas, ya de las moléculas rosadas de rocas, jaspes, cuarzos, granitos.

No solicitan menos mi loable curiosidad las yerbas que deleitan mi vista. Arráncolas; saco mi lente; examino su traza, el número de sus estambres y pistilos, sus cálices, pétalos, semillas, tallos, hojas... Ya te conozco... Tú perteneces a tal especie, a tal género, a tal clase, de plantas del sistema del gran Lineo, y los botánicos te llaman N. Rétame sólo saber qué nombre te dan mis paisanos.

Encuentro un cazador que ha muerto un Alcaidón con su escopeta. Regístrole el pico, los pies, las uñas, la cabeza, las plumas, el color; y le digo: esta ave es la que en castellano se llama Pega reborda, en francés Pie Griéche y Pica Gr-ca en latín. Preséntame un muchacho otros pajarillos que acaba de coger en una trampa. Señor, éste es un Millero, y yo digo que es un Pinzón; éste es un Frailero, y yo digo que es un Muscícapa o Papamoscas; éste es un Caminero, y yo digo que es un Becafigo o Zorzal. Pregúntame un europeo entonces: ¿y aquel pájaro que oigo gorjear tan suave, viva y gallardamente en la espesura de estos árboles? Ese es el que llaman Capirote, especie de Fauveta, que puede competir con vuestro Ruiseñor, mientras ese otro que vuela en solicitud del alpiste (grano originario de nuestra tierra) es un legítimo Canario.- ¿Un Canario? ¿Y nace, y vive, y canta, y hace nido y procrea suelto en el campo y libre? ¡Qué rareza!

Sigo mi paseo hasta la ribera del mar y en el ínterin que unos pescadores embarbascan con la leche cáustica del Euforbio o Cardón, un gran charco para amortiguar los peces; y que otros tratan de tirar hacia la orilla las redes conq ue han echado su lance; no quedo yo ocioso porque averiguo la calidad de los Cófe-Cófe y Barrilla, de los Salados, Lechetreznas, y Perejil del mar, de la Perpetua marina, y de otras plantas litorales... ¿Sacarán ya a tierra los peces? ¡Qué cardume! ¡Qué variedad! ¡Qué belleza! La plata, el oro, la púrpura, la esmeralda, lo cerúleo, todos los colores, todos los cambiantes, brillan en sus escamas. Observo atentamente según los autores ictiologistas el órden, la colocación, la figura de sus respectivas aletas; veo la disposición de sus cabezas, ojos, bocas, dientes, cola, marcas, raya latera, &ª, y digo: este Lebrancho o Liza es un Mugil cephalus: aquella Palometa es un Scomber glaucus; aquella Galana es un Sparus Maena; aquella Picuda, un Esox sphyraena; aquella Sama, un Abramis marinus; aquel Peje tamboril, un Tetraodon Honckenii. Regálanme una canasta colmado de diferentes mariscos, cangrejos, conchas y otras producciones marinas de nuestras costas atlánticas. Entre ellas reconozco en el Burgoa, o Burgado, llamdo en castellano Escaramujo, la Nerita; en la Claca, la Bellota del mar, o Balanus maritimus; en la que llama Almeja nuestro vulgo, la Oreja de mar, concha univalca, y en la verdadera Almeja la Tellina, que no es sino bivalba o de dos conchas; en el Pies de Cabra, el Anatifa o Percebes... Éstos que tienen apariencias de arbolitos del mar, cuya sustancia es córnea y como barnizada, los unos de color amarillo, otros rojos, otros negros, y otros de varias pintas son unos Litófitos y Zoófitos agraciados; y aquel tan crecido, tan encarnado, ramosos y oloroso, que llaman Árbol de coral, no lo es por cierto, sino una preciosa Madrépora, obra de menudísimos Pólipos marinos, como lo son también estos Confites de Canaria celebrados en todo el mundo. ¿Y podré mirar con indiferencia tantos Musgos como visten nuestras peñas o arroja el mar en sus resacas a las playas? Distingo entre ellos los Escaros, la Carolina medicinal, las Ovas membranosas, los Fucos, los Sargazos...

Otro día me pasearé por los viñedos, los huertos y pomares, donde recogeré variedad de orugas, mariposas, crisálidas, la Aguililla, el Milano, el Cernícalo, el Gavilán, el Buitre, la Gaviota, el Alcarabán, la Pardela, el Pato berberisco, la Chocha, la Abudilla... y veré si en realidad, merecen estos nombres por tener los caracteres que los ornitologistas dan a estas aves.

A fin, pues de facilitarte este imponderable recreo, se te ofrece, benévolo paisano, el presente índice de nuestras cosas naturales, en forma de Diccionario manual. Confiésote que no es más que una primera idea, de lo que puede llegar a ser, si hay manos uqe se apliquen a levantar el edificio; siendo advertencia que los artículos que echares de menos, en esta nomenclatura, son los que a mi entender, no se hallan en nuestras Canarias, y que los que vieren señalados con asterisco o estrellita, son primativos de ellas.

Si tratas mi trabajo con desdén y dejas inútil este obsequio, malo para ti; porque debes saber que todo hombre de juicio, después de haber corrido vanamente por los estériles sueños de la distracción, la ambición, la opulencia, la gula, por los de la política, las armas, las leyes, el comercio, la erudición, la historia, las humanidades, la heráldica, la... no encuentra, si despierta de la pesadilla, y se desengaña, otro puerto, ni otra bonanza, ni otra consolación, ni otra cosa sólida y de agradable estudio que la Naturaleza. Lo mismo le sucede a los Siglos. Después que sucesivamente se ocuparon en el miserable estudio de las caducas opiniones y delirios de los hombres, se acabaron de desengañar en el nuestro, de que el de la Historia Natural, y de sus subalternas, la Agricultura, la Botánica, la Medicina, la Astronomía, la Física, la Química, la Economía, es el legítimo estudio de la realidad, porque es el estudio de las obras del Creador y por consiguiente de su sabiduría y su omnipotencia, de su magnificencia, de su providencia, de su bondad. ¡Oh Dios! ¡qué prodigios! ¡qué estudio!

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