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Réquiem por el "Infante" difunto

Recuerdo emocionado de Leandro de Borbón en el Club Prensa Canaria - El hijo espurio del rey era hermano de Juana Alfonso Milán y de la poetisa Pino Betancor

Su madre la actriz Carmen Ruiz Moragas

Don Leandro Alfonso de Borbón y Ruiz Moragas estaba convencido que a su muerte iba a tener honras reales. Así se lo había prometido su familia biológica a lo largo de los años, sobre todo en la época que mantenía íntima y frecuente relación con sus entrañables parientes. El vínculo mantenido arrancaba de la época en que la reina regente, doña María Cristina, su abuela, conoció que su adorado Buby había tenido dos hijos sanísimos con la Moragas, y que no estaban afectados por la hemofilia, como los otros nietos. Desconsolada y furtiva solía acercarse hasta la verja del jardín de la casa de la actriz donde María Teresa y Leandro Alfonso se entretenían jugando. Al verles tan saludables, la anciana reina regresaba de nuevo a sus aposentos muy feliz y satisfecha.

De la serie de hijos naturales cuya paternidad se atribuye a aquel fogozo rey de España, los vástagos del monarca con la actriz Carmen Ruiz Moragas recibieron desde la cuna protección real. Don Alfonso XIII dejó a su muerte asignada una cantidad en la banca suiza para aquellos niños, recomendando de pasarles este amparo y manutención al conde de los Andes y al marqués de la Eliseda, quienes no descuidaban de cumplir el mandato de su señor.

La historia de la relación de Don Alfonso con la señora Ruiz Moragas arranca del momento en que el "celestino" marques de Viana se la presentó. Al saberlo la esposa legítima del rey, doña Victoria Eugenia de Battenberg, que aparte de la ofensa recibida se parecía físicamente mucho a ella, no pudo contener su enojo y se lo recriminó muy duramente, causando el varapalo de la soberana, según su biógrafo Ricardo de la Cierva, la muerte súbita de aquel aristócrata.

En 1974 conocí a Don Leandro Alfonso en su residencia de El Escorial. Mi sorpresa fue en aquel momento enorme porque desconocía su existencia. La discreción que entonces observaba de no significarse públicamente le hacía mantenerse en el mayor anonimato. Recuerdo haberle oído decir al escritor y cineasta granadino, José López Rubio, que también vivía por aquella época en El Escorial, que don Leandro esperaba discreta y pacientemente la restauración de la monarquía, en la cual había indicios de que se le iba a rehabilitar. Su secreta aspiración era la de obtener el apellido de su padre, el tratamiento de infante, como hijo de rey, y poseer el ducado de Toledo, el título que usaba Don Alfonso en las frecuentes visitas a la residencia de su madre. A sus cuarenta años de edad, don Leandro sorprendía por su magnífica figura y sus notables rasgos reales, una apostura característica que prácticamente mantuvo a lo largo de su vida. Por aquella época sostenía un trato directo con sus hermanos. Cada semana almorzaba en Madrid con su hermana la infanta Cristina, condesa de Marone, y su comunicación con su hermano Juan, conde de Barcelona, también era fluida. Su contacto, por tanto, con sus sobrinos, también era frecuente, intima y familiar, especialmente con doña Margarita, su predilecta.

Tras la proclamación de su sobrino don Juan Carlos como rey de España, las relaciones empezaron a enfriarse. Don Leandro lo achacaba al entorno y asesores que rodeaban al monarca los que fueron provocando el aislamiento, ya que no le comunicaban al nuevo soberano los mensajes y recados del pariente que, por su ilegitimidad, consideraban aquellos jefes y secretarios de la casa real que perjudicaría a la monarquía recientemente instituida.

Se iniciaba, pues, la rebeldía del hijo espurio del rey, y comienza a desvelar su identidad públicamente. Los españoles se sorprenden con la existencia de este desconocido Borbón cuando aparece en las librerías su libro "El Bastardo real", con el que el autor recorre toda España para presentarlo personalmente. Como no hay marcha atrás, el frustrado infante y duque de Toledo, también comienza a visitar las audiencias televisivas para contar la historia que durante más de medio siglo mantuvo en absoluto secreto por fidelidad a la causa monárquica. Lo demás ya se conoce por sus reiteradas apariciones en los medios de comunicación, especialmente, cuando por sentencia judicial adquirió el apellido de su padre que hasta entonces no podía exhibir públicamente.

En 2002 don Leandro Alfonso presentó su libro en el Club de Prensa Canaria, hoy Club LA PROVINCIA/DLP. Tuve el honor de intervenir por la vieja amistad mantenida. La audiencia canaria le emocionó al encontrar entre los asistentes a una íntima amiga de su hermana, que por entonces ya era fallecida. Doña Pilar Tagarro de Blanco Torrent le recordó al visitante su entrañable amistad con María Teresa cuando ambas jóvenes eran enfermeras de la Cruz Roja madrileña. Otra de las asistentes al acto fue la poetisa Pino Betancor, quien acreditaba que ella también era hija natural del Alfonso XIII y que había nacido en el Palacio de las Dueñas de Sevilla en 1928.

La disertación canaria le trajo a Don Leandro Alfonso las vivencias en la isla de otra de sus hermanas de padre. Se trataba de Juana Alfonsa Milán Quiñones de León, nacida en París en 1916 después de ser expulsada de la Corte su madre, Beatrice Noon, que hasta entonces daba clases de piano a los hijos de los reyes. En Las Palmas se hizo conocer como condesa de Bañuelos, un título que no le correspondía y estaba relacionado con la familia del embajador español en Francia, Quiñones de León, de quien Juana Alfonsa había adoptado su segundo apellido por sugerencia del monarca.

Idéntica físicamente a su padre y con una nariz borbónica inconfundible, la "condesa de Bañuelos" alquiló por la década de los años sesenta un chalet en Ciudad Jardín, frente al Hotel Metropol. Bañuelos exhibía como garantía el aval de su hermano Juan, Conde de Barcelona, que según decía le enviaba una asignación mensual. Lo que más sorprendió de aquella mujer en la isla fue su anómalo enlace civil con el señor Morrison (posiblemente fue una farsa) que celebró un sábado al atardecer en la clínica Santa Catalina de la capital grancanaria, oficiando la ceremonia el conocido y extravagante médico isleño, mister Pavillard. Al día siguiente del enlace, comenta don Leandro, el supuesto matrimonio embarcó para Argentina.

Aparte de estos tres hijos naturales, cuya existencia reconoció el propio monarca, y para los cuales dejó asignada una ayuda económica, hubo, al parecer, otros natalicios. Antes de casarse, el rey tuvo con la aristócrata francesa Mélanie de Gaufridy de Dortan un hijo en 1905, Roger, que adoptaría el apellido de Lêvèque de Vilmorin del marido de su madre, el multimillonario Philippe, por cuyo motivo, según se dijo, don Alfonso no le dejó cantidad alguna para su mantenimiento.

En las biografías dedicadas al soberano resalta la lista extraoficial de las aventuras de don Alfonso, desde aquella muchachita isleña de trece años que desfloró en la calle García Tello de la capital grancanaria, a estar en los brazos de las vedettes Laura Land y Celia Gámez, con la francesa Geneviève Vix, y con las desleales duquesas de Santoña y de Dúrcal; con la dama que engendró al actor murciano, Ángel Picazo Alcaraz, con la joven cortesana sin identificar, de la que solo se sabe que respondía a las iniciales TM, cuyos favores en el tálamo los compartía con el general Sanjurjo y con cierto nuncio apostólico en España; incluso, se llega a rumorear que tuvo enredos con una intima amiga de su mujer, cuya fortuna se la dejó en herencia y con su importe compró doña Victoria Eugenia la casa suiza de Vieille Fontaine en 1948. Alfonso XIII, según las crónicas y confidencias de las féminas, tenía un atractivo irresistible, a pesar de su insoportable halitosis. A sus encantos debió de añadirse la herencia de los atributos físicos de su bisabuelo Fernando VII. Descanse en paz el amigo difunto.

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