La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El cronista de la rebelión bóxer

El diplomático español Bernardo Cólogan, relegado en la historia oficial, propició la paz entre China y Occidente tras la revuelta de 1899 en Pekín

El cronista de la rebelión bóxer

Carlos Cólogan Soriano recuerda que un día, entre risas, su padre le dijo: "Hijo, me he acordado de que cuando éramos pequeños y nos íbamos a la cama, mamá nos relataba las historias de un tío nuestro que había vivido en China". Ese tío era Bernardo Cólogan y Cólogan, un personaje fundamental en las negociaciones entre las potencias occidentales y la China imperial tras la rebelión de los bóxer, que había estallado en 1899. Cólogan Soriano trabajaba en su obra Bernardo Cólogan y los 55 días en Pekín, recién editada en colaboración con el Ministerio de Asuntos Exteriores, cuando su padre, sobrino nieto de don Bernardo, recordó aquellas historias de su tío abuelo. Unas historias que salían de un libro que el propio Bernardo Cólogan había escrito durante su etapa en China y al que la familia no prestó mayor atención durante muchos años. El mismo libro que, sin embargo, ha permitido descubrir que el Protocolo Bóxer, el tratado que tras la revuelta recondujo las relaciones entre China y Occidente, se firmó en la embajada de España en Pekín, un hecho histórico olvidado y oculto por las potencias extranjeras, en especial por Inglaterra, para marginar la trascendente labor del diplomático español en la firma de la paz.

Don Bernardo nació en 1847 en el municipio tinerfeño de Puerto de la Cruz, donde la familia Cólogan, de ascendencia irlandesa, había prosperado, gracias a la exportación de vino a Europa y América, hasta convertirse en una de las dinastías más poderosas del norte de Tenerife. A los 18 años accedió a la carrera diplomática, que inició en Grecia como joven de lenguas (intérprete y traductor). Tras pasar por Constantinopla, Caracas y México, Bernardo Cólogan llega a China en 1894. Cinco años después, en noviembre de 1899, los rebeldes de los 'puños enhiestos', los llamados bóxer, se sublevan contra la injerencia extranjera en el país asiático.

Los rebeldes y los soldados imperiales sitiaron el barrio de las Delegaciones de Pekín, que fue atacado durante 55 días. Los embajadores de Alemania y de Japón no sobrevivieron a la revuelta. Los incidentes, que se prolongaron durante casi dos meses, se llevaron 63 años después al cine por Hollywood en 55 días en Pekín, dirigida por Nicholas Ray y protagonizada por Charlton Heston, Ava Gardner y David Niven. Una superproducción de Samuel Bronston que se rodó en Las Rozas (Madrid).

En agosto del año 1900, la Alianza de las Ocho Naciones puso fin a la rebelión de los bóxer. Fue entonces cuando Bernardo Cólogan, cuyo cargo era el de ministro Plenipotenciario (asimilable al de embajador), comenzó a desempeñar un papel trascendental para solventar el conflicto. Como decano del cuerpo diplomático acreditado en Pekín, condición que ostentaba por ser el más antiguo en el cargo, el representante del Gobierno de España lideró las negociaciones que condujeron a la firma del Tratado de Xinchou o Protocolo Bóxer. Un documento, firmado el 7 de septiembre de 1901, en virtud del cual la dinastía Qing se comprometió a reparar las consecuencias de la revuelta con el pago de 400 millones de taels a las potencias occidentales, entre ellas Inglaterra y Francia. "Nunca nadie en la historia de España había negociado antes a tan alto nivel como lo hizo don Bernardo en China", comenta Cólogan Soriano, investigador e ingeniero industrial que ahora, más de un siglo después de que el "tío Bernardo" asumiera tal responsabilidad, ha publicado un trabajo que narra cómo "un señor de Puerto de la Cruz", en sus propias palabras, fue capaz de "cargar la mochila de todo Occidente para negociar frente a un país que ya tenía entonces 450 millones de habitantes".

Bernardo Cólogan se molestó en documentar todo el proceso en un libro que legaría después a su familia y que esta no rescató del olvido hasta poco después de 2002, muchos decenios más tarde de los hechos que se narran en el texto. Esa información de la que "don Bernardo" dejó constancia es la que Cólogan Soriano expone en su investigación, de modo que Bernardo Cólogan y los 55 días en Pekín es el descubrimiento de una historia que comenzó a escribirse a principios del siglo pasado. "En el libro hizo 48 láminas con fotos. Está escrito en francés, el idioma diplomático de la época. Cogió a todos los embajadores y les hizo firmar el libro. Es más, lo hizo también con los chinos", detalla el autor.

El embajador en la capital china, un español atípico en aquellos años (superaba el metro noventa de estatura, ojos claros y con una amplia formación y exquisita educación cuyo padre había fomentado casi manu militari), regresó a Europa de inmediato después de la firma del Protocolo Bóxer. Su primera parada fue Marsella. Ya en ese primer viaje advirtió a un periodista francés, ante las versiones "novelescas y a veces tergiversadas" que se escuchaban y leían en Europa acerca de lo que en China había sucedido, que la única persona que verdaderamente podría informarle de lo que había ocurrido era él. ¿Por qué? Porque contaba con los documentos y fotos que acreditaban cómo se desarrollaron los hechos recogidos en un libro sobre sus vivencias en China, el libro que se guardaría en la casa familiar de Tenerife.

Bernardo Cólogan dejó la documentación oficial a buen recaudo en el entonces Ministerio de Estado (Exteriores conserva el documento del Protocolo Bóxer), pero, en cambio, aquel libro personal en el que había escrito sus vivencias y reflexiones y al que tantas horas dedicó iba a quedar en una estancia no tan institucional, lejos de las estanterías administrativas, en manos de su familia. En 1924, el diplomático español entregó en Madrid su histórica colección de imágenes y documentos a su sobrino Leopoldo Cólogan Zulueta, abuelo de Carlos Cólogan Soriano e Ignacio Osborne Cólogan, consejero delegado del Grupo Osborne, recién nombrado presidente del Instituto de la Empresa Familiar, y primo, por tanto, de Cólogan Soriano.

El abuelo llevó el libro hasta la casa familiar en el Puerto de la Cruz, y allí se quedó: guardado y olvidado durante años. El libro de don Bernardo estuvo en la vivienda del norte de Tenerife, "en un arcón al que no se había hecho especial caso", hasta que la investigación de Soriano y un leve recuerdo de su padre, sobrino nieto del "tío Bernardo", propiciaron el redescubrimiento de tan histórico legado.

Cólogan Soriano trabajaba a comienzos de siglo en su obra Los Cólogan de Irlanda y Tenerife, donde compendia los ya más de 350 años de historia de la familia, cuando su padre recordó aquel arcón. "Debe de tener libros interesantes", le comentó, "incluso el del embajador ese", rememora ahora sonriente Carlos Cólogan. Pero el arcón ya no estaba en Tenerife, sino en la Península. La abuela de Carlos Cólogan e Ignacio Osborne había fallecido en 2002, y sus hijos se habían distribuido las pertenencias familiares. En el reparto, aquel arcón le había correspondido a doña Cristina Cólogan, la madre de Ignacio Osborne Cólogan, quien a instancias de su sobrino Carlos lo rescataría de aquel olvido de tantísimos años y lo enviaría, desde Cádiz, de vuelta a Tenerife.

Carlos Cólogan recuerda con cariño el día en que preguntó a su tía si le había tocado en la herencia "un libro de China". "Sí, sí. Todo está en chino", le contestó la tía. Cuando Carlos Cólogan recibió el libro, de inmediato se dio cuenta de la trascendencia de los hechos que se narraban. "Papá, ¿tú sabes lo que es esto? Es Pekín, es la revolución bóxer del año 1900". Don Bernardo no solo había sido la voz de Occidente en las negociaciones con China, sino que también había actuado a modo de cronista.

Carlos Cólogan visitó el Ministerio de Asuntos Exteriores para corroborar la importancia de aquellas páginas. La sorpresa entre los expertos fue mayúscula. No hay un documento histórico igual. Un solo vistazo ya fue suficiente para descubrir que el Protocolo Bóxer se había firmado en la embajada española, algo que la historia oficial había relegado. "En la Legación de España, 22 de septiembre de 1901", había dejado constancia Bernardo Cólogan al narrar los hechos. La admiración y sorpresa en el Ministerio fue enorme. Se daba por hecho que el documento de paz se había rubricado en legación inglesa, pero la documentación aportada por Cólogan desautorizaba la versión oficial. Y para que no quedaran dudas, don Bernardo incluso se aseguró de que la firma quedara inmortalizada en una fotografía, una imagen tomada por un japonés que por primera vez se difunde, en estas páginas, en un medio de comunicación. Bernardo Cólogan y los 55 días en Pekín, publicado en colaboración con el Ministerio de Asuntos Exteriores y en el que también ha participado el Grupo Osborne, incorpora además una detallada y sorprendente documentación sobre el conflicto que el Gobierno facilitó a Carlos Cólogan.

Inglaterra lo ignora

Cuando la dinastía Qing accedió a suscribir el hoy llamado Protocolo Bóxer, un tratado muy fructífero para los países occidentales, Bernardo Cólogan se convirtió casi de inmediato en prohombre a ojo de la gran mayoría de las potencias occidentales, que lo distinguieron con sus más altos honores: la Gran Cruz de la Orden del Águila Roja de Prusia, la Orden de Santa Ana de Rusia o la Gran Cruz de la Orden de la Estrella Polar de Suecia. Además, Francia lo condecoró como Gran Oficial de la Legión de Honor y el Gobierno español le concedió la Gran Cruz del Mérito Militar. La única excepción a estos extraordinarios reconocimientos internacionales fue Inglaterra, que aún hoy sigue sin rendirle tributo, un hecho en el que todavía subyacen los desencuentros que tuvo en su día con el embajador de aquel país, a quien Bernardo Cólogan, en sus funciones de decano del cuerpo diplomático, no quiso expedirle la credencial hasta que dispusiera de todos los documentos.

El representante del Gobierno inglés había llegado a Pekín después de que la Alianza sofocara el asedio a las embajadas, le faltaban papeles y don Bernardo no estaba dispuesto a ceder ni un milímetro en el cumplimiento de los protocolos. No hay que olvidar que uno de los factores que propiciaron que Cólogan y Cólogan llevara las riendas de las negociaciones fue su rectitud, disciplina y acatamiento de las disposiciones diplomáticas. Hablaba inglés como un nativo. Dominaba el francés, el griego y el mandarín y representaba a una vieja potencia, España, sin mayores intereses en China. Disfrutaba, por lo tanto, de una neutralidad y respeto internacional que no tenían los embajadores más directamente concernidos en el conflicto.

Con ese aval, aquel tinerfeño nacido 50 años atrás en La Orotava dio voz a las agraviadas potencias occidentales en unas largas negociaciones. "Don Bernardo, un señor de La Orotava, fue capaz de cargar con la mochila de todo occidente", tal como lo define Cólogan Soriano.

Compartir el artículo

stats