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la Huella del modernismo en lanzarote

El hotelito modernista de Famara

En la playa de La Caleta conocen a este olvidado edificio del pasado siglo como 'la casa del cura'. Don Luis Ramírez siempre pasó el verano en él y en su testamento dejó este inmueble a la iglesia

El fuerte oleaje baña la fachada de la casa modernista de La Caleta, en Lanzarote. FERNANDO HERNÁNDEZ

La mar golpea con fuerza en una de esas tardes de alisios desatados. Como crestas de gallo las olas se levantan y casi rozan la silueta encorsetada, distinta, de la última casa modernista que aún queda en pie en Lanzarote. En primera línea, junto a la playa de La Caleta, la vivienda de dos plantas, que a comienzos de los años treinta ordenó construir el terrateniente Luis Ramírez resiste como puede los embates del tiempo y también del olvido. Como una sirena varada, demasiado vieja y achacosa, recubierta de grietas se aferra a su tímida belleza, a la singularidad de un hotelito, como le gustaba llamarlo a don Luis, con el que sólo pretendía "hermosear' aquel pueblo de pescadores y aires saludables en los que pasó sus mejores veranos.

Famara tiene muchas virtudes. Tantas, que resulta difícil ofrecer algo más. El risco que acoge a su playa de arena mestiza, los atardeceres que dejan sin habla mientras a los lejos puede verse los islotes de Chinijos. Y una vez que la vista se cansa de este cuadro salvaje hay que buscar acomodo en el pueblo de calles de arena fina: La Caleta, con sus casas abiertas de par en par, y los habituales que se sientan al fresco, en el paseo pintado de blanco con bancos azocados.

Entonces, medio aprisionada en mitad de otras viviendas, aparece la vieja casa de don Luis Ramírez, el rico mecenas que buscó en este lugar del norte de la isla el mejor sitio posible para sanar sus males. Los aires de La Caleta siempre tuvieron buena fama, decían que respirar esta maresía yodada curaba todas las enfermedades, y él sufría problemas respiratorios por los que esta vivienda para pasar el verano se convirtió en su residencia preferida, en la niña de sus ojos. En su testamento pidió de forma expresa que este hotelito fuera bien tratado y decidió dejarlo bajo el amparo de la Iglesia, de ahí, que los vecinos del pueblo pasarán a llamarlo 'la casa del cura'.

A pesar de su aspecto desmejorado, raída por el salitre perpetuo y la falta de cuidado, vale la pena detenerse, y mirar su fachada. En una de las esquinas, la imagen de un pulpo ahora descascarillado se aferra a la construcción. De inmediato, como si una sinfonía dispersa de animales marinos despertara de su letargo puede verse y adivinarse morenas, conchas, burgados, delfines, aguas vivas, motivos que convierten a este inmueble en una pieza única. No hay otra construcción con este tipo de adornos. La mayoría de edificios de estilo modernista como los que hay en Triana en Las Palmas de Gran Canaria suele elegir motivos vegetales, no esta colección de especies marinas.

La historiadora Arminda Arteta, gran conocedora del patrimonio de Lanzarote, y entusiasta con la singularidad de esta construcción considera que "el hotelito de Famara es el único ejemplo de edificio de concepción modernista que existe en Lanzarote, curiosamente ubicado en un pequeño pueblo costero, y no en un espacio urbano, como era lo característico de este estilo. Con la peculiaridad que es el único edificio modernista de Canarias, que recurre a motivos animales para la decoración de su fachada".

Arteta considera que "su restauración es absolutamente necesaria y urgente para evitar que el efecto del paso del tiempo y la maresía acaben por destruir una de las más valiosas joyas del patrimonio arquitectónico de Lanzarote".

Los investigadores Nona Perera y José Díaz Bethencourt también recogen en una publicación sobre el patrimonio insular la singularidad de esta construcción, "única en la isla", creada por el mecenas Luis Ramírez y que fue donada en 1935 a la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe en Teguise.

Perera y Díaz destacan que cuando se hizo este edificio "la playa estaba casi desierta". En aquellos años en La Caleta se contaban muy pocas viviendas, en realidad la mayoría eran simples almacenes y humildes chozas de pescadores sin ningún tipo de componente estético.

De hecho, la presencia notable y destacada de este inmueble de dos plantas despertó gran curiosidad y alguna que otra crítica, por parte de otros vecinos que se quejaban de la altura del edificio.

Ante estas leves quejas, el extrovertido mecenas argumentó que con esta casa también se lograría 'hermosear' al pueblo.

Motivos marinos

Nona Perera y José Díaz analizan la variedad de motivos marinos y certifican que la vivienda arquitectónicamente muestra un tratamiento nada rebuscado, "es simple y con claves realistas, sin buscar demasiados artificios en la forma o en la traza.

Todos los movitos presentan una buena disposición para las formas curvas, en consonancia con la decoración geométrica que rodea los vanos y estructuras. El edificio se encuentra en primera línea, límite entre el mar y la tierra. Los vínculos con la estética modernista son evidentes".

Un personaje singular

Tratar de explicar por qué un mecenas como Luis Ramírez decide construir un inmueble tan peculiar como su hotelito en una zona de costa como La Caleta tiene en realidad una respuesta fácil, sólo hay que indagar en su rica y excéntrica personalidad.

Como gran amante del arte en todas sus manifestaciones quiso dotar a su casa de un carácter excepcional, optando por recrear rasgos del estilo modernista, como el predominio de la línea curva o la exuberancia ornamental inspirada en la naturaleza.

Seguramente en uno de sus múltiples viajes se habría quedado prendado de la arquitectura del genial Gaudí, y ante esas formas, don Luis imaginó que también en su isla, en su pequeño reducto de Famara podría hacerse algo similar, y como muestra este edificio, una pieza única, que si nadie lo remedia corre el peligro de caer y perderse para siempre.

Tanto la directora del Archivo de Teguise, María Dolores Armas, como Arminda Arteta han puesto un gran empeño en resaltar la figura de este gran personaje. Luis Ramírez, hijo de ricos terratenientes de San Bartolomé en Lanzarote, destacó desde muy joven por mostrar grandes inquietudes culturales además de dedicar gran parte de su patrimonio a recuperar parte de las joyas arquitectónicas de la isla. También le preocupaba la educación de los niños con menos recursos y destino más de un millón de pesetas para fijar becas de estudio. Como dato curioso que define su talante se cuenta que en una ocasión, cuando se produjo un incendio en la Iglesia de Teguise, no dudó en venir corriendo a lomos de su caballo para derramar agua sobre las figuras religiosas que se estaban quemando en el interior de la parroquia.

Para Arteta "este perfil humanista y filantrópico se comple- taba con un carácter particular y algo solitario, elementos to- dos ellos que, conjugados, lo convertían en uno de los más destacados y singulares personajes del Lanzarote de principios de siglo XX".

Tras su muerte, en el año 1950 se hizo el reparto de sus numerosos bienes y entre ellos destacaba su hotelito, que dejó en herencia a la parroquia de Teguise.

Para todos aquellos que aman el patrimonio de la isla de Lanzarote, la recuperación de esta 'casa del cura' debe ser una prioridad. En estos momentos, la imagen casi agonizante de este edificio merece una respuesta solidaria por parte de todos.

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