Don Luis siempre fue un hombre singular, carismático y también extravagante. Amante de la cultura, de los viajes y de llamar la atención. En unos años de extrema pobreza para la mayoría de lanzaroteños, este mecenas, que había nacido en una finca de La Florida, mostró la cara más amable de los terratenientes. En su largo testamento dejó varios de sus edificios a órdenes religiosas para que se encargaran de educar a los niños más desfavorecidos. También se ocupó de donar libros y de mantener museos o castillos como el de Guanapay en Teguise. Le preocupaba el patrimonio insular y no dudó en apoyarlo con sus contactos y su dinero. A lo largo de su vida ocupó numeroso cargos. Fue juez de paz, consejero del Cabildo, alcalde de San Bartolomé, caballero de la Orden Civil del Merito Agrícola, título que le fue concedido por el rey Alfonso XIII.

Luis Ramírez falleció en Barcelona en la pensión El Carmen en 1950. Todos los datos apuntan a que se dirigía a Roma para mantener una audiencia con el Papa. Su muerte sigue rodeada de una cierta controversia, no se sabe bien como ocurrió. Sus restos reposan en un particular monumento funerario que él ordenó construir, una tumba en forma de pirámide que puede verse en el antiguo cementerio de La Villa. Para algunos historiadores, la elección de esta sepultura indica su relación con los masones, otros en cambio consideran que simplemente quiso morir como había vivido, dejando a su paso una gran huella.