En La Corte se respira un ambiente distinto, acogedor. Rodeado de palmeras, de casonas grandes, algunas maltrechas, derruidas, pero aún con ese encanto que lleva a imaginar tiempos mejores. Sobre este barrio de Antigua se cuenta que fue el destino elegido para que pasara su particular descanso del guerrero el que fuera rey majorero Ayose, junto a su séquito, de ahí el nombre que los lugareños terminaron por ponerle. Y en medio de este paraje singular, relajado, se encuentra la casa de Andrés Rodríguez Berriel.

Da gusto entrar, y sentarse en el amplio salón, con la luz que entra por los ventanales y el silencio denso que se respira en esta parte de la isla. Rodríguez Berriel estudio ingeniería, trabajó en Austria y después decidió regresar a Fuerteventura. En la época de la Transición fue uno de esos alcaldes 'elegidos a dedo' que se encargaron de encauzar las administraciones locales de cara a la Democracia que estaba por llegar. Fue alcalde de Tuineje durante cinco años, una etapa que recuerda con satisfacción, "se hicieron muchas cosas, y fue un momento de la Historia muy importante para la isla, comenzaba su despegue".

Después dejó la política y se encargó de uno de los trabajos más laboriosos que ha tenido que hacer, realizar la topografía de gran parte de Fuerteventura, "aquello era incansable, estaba todo el día fuera de mi casa, apuntando los datos, y al día siguiente, lo mismo. La isla crecía más deprisa que nuestra capacidad material de ofrecer una respuesta. El nivel de especulación fue enorme, terrenos que no valían nada, se vendían rápidamente y después se volvían a revender".

Un piano blanco

Algo harto de esa realidad que le tocó vivir de lleno, casi prefiere dedicar su tiempo a investigar la historia de Fuerteventura. Hechos que formaron parte de su esencia y que han pasado desapercibidos, como los años de hambruna, la falta de lluvia que obligó a gran parte de los majoreros a emigrar fuera en busca de un futuro mejor. Pero sobre todos los temas, le encanta bucear entre sus propios recuerdos, en los documentos que hay de su padre y su abuelo y contar sus peripecias.

Como aquella vez que al llegar a puerto, en uno de los contenedores que venían de Alemania para Winter su padre se tropezó con todos los instrumentos de una orquesta, incluido un piano blanco de cola. Andrés, sonriente, recuerda haber visto años después aquel piano en la casa de los Winter. También vio obras de arte, cuyo destino final era el chalet que esta familia tenía en Ciudad Jardín, en Las Palmas de Gran Canaria.

Una vez más las historias que aparecen en torno a la realidad de los Winter llegan rodeadas de misterio. Entre la verdad y la leyenda, Cofete, Fuerteventura y esta familia procedente de Alemania forman un triángulo tan singular como enigmático. Tanto que en el año 44 un piloto inglés casi pierde la vida tratando de descubrir que se tramaba entre las brumas y las colinas de esta parte poderosa de Jandía.