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El guardiÁn de las maretas de arrecife

Lecciones de vida de León Tejera

Empezó a trabajar tan pronto que ahora con 90 años no sabe hacer otra cosa que cuidar de su jardín en Argana

Lecciones de vida de León Tejera

Las manos de León Tejera son tan poderosas, que casi parecen manos de superhéroe. Manos recubiertas de una piel tan dura que pueden sostener sin el menor rasguño piedra volcánica procedente del corazón de las Montañas del Fuego, puede arrancar de cuajo malas hierbas, tuneras, abrir higos picos y no sentir el más leve pinchazo. La verdad es que León, aunque tal vez él no lo sepa, es una persona tan especial, que podría formar parte de una saga peculiar de grandes hombres, de esos que sin querer dan lecciones de vida.

León Tejera lleva más de 20 años preocupado por poner algo de cordura y belleza cerca de su casa, a dos pasos de las maretas, en Argana. Su gran obsesión ha sido impedir que esta "joya" de la ingeniería hidráulica de la isla acabara siendo sólo un inmenso vertedero. Por eso no ha dudado en sacar toneladas de escombros, montañas de basura, con la única ayuda de una carretilla y esas manos de superhéroe.

Argana es un barrio de la periferia de Arrecife. Cuesta llegar, resulta tan alejado del centro que parece inalcanzable. Hay que dejar la zona de los viejos cuarteles, y adentrarse en territorio hostil, un pequeño y andrajoso túnel que comunica con esta parte desaliñada de la ciudad. A un lado y a otro, terrenos baldíos, recubiertos de plásticos, desechos y aulagas. De pronto, para cualquier forastero sorprende una extensión amplia, llana, inmensa: las maretas. Y a lo lejos, como una luz diáfana al final de este descampado, un hermoso jardín. Con grandes cactus, palmeras, buganvillas en cascadas rosas, palmeras, pequeños dragos. Una sinfonía de flores que aportan belleza a esta parte alejada de un Arrecife invisible.

León sólo tiene que cruzar la calle y ya está en su jardín. Desde su ventana puede vigilar si algún desalmado insiste en romper sus plantas, o deja que su amado perro defeque sin más. Sin tener en cuenta el trabajo que lleva cuidar de este pequeño gran oasis, luchar contra las plagas, contra la falta de agua y hasta con la propia naturaleza.

Este vecino de Argana lleva días, meses, años enfadado. Esperando que la administración responda a sus demandas. Y eso que pide bien poco. Un entramado adecuado de mangueras que lo ayuden en su labor: "Ellas quieren agua, lo necesitan, dice rotundo, "las plantas pierden su fortaleza, y yo no puedo más". León Tejera ni siquiera espera que desde el Ayuntamiento le envíen de vez en cuando algún jardinero para que lo ayude en esa tarea diaria, cotidiana, que supone haber hecho un vergel en medio de aquel solar desamparado.

Ni siquiera elevó la voz cuando tuvo que limpiar los desechos que la gente tiraba sobre las maretas, desde colchones a material de construcción. Para la mayoría, aquella figura persistente, que no paraba de sacar carretillas de basura, era tan solo un `loco´ amante de la metafísica. Un lunático empeñado en pulir y abrillantar una parte importante de su ciudad, nada menos que uno de los edificios históricos que aún quedan en la capital: Las maretas del Estado, las que dieron agua a Lanzarote durante muchos años. Y además, en un arranque de Quijote sin armadura se dedicó a crear un inesperado jardín.

"Siempre pensé", recuerda León, "que la gente sería más feliz y estaría más contenta teniendo cerca algo así, tan bonito. Las plantas dan alegría". En este paseo lento y agradable por su pequeño oasis, León cuenta con detalle cómo se le ocurrió comprar unas semillas, y plantar un drago, después el jardín se fue llenando con los cardones, las enredaderas de colores luminosos, y sobre la tierra áspera colocó como una alfombra un manto uniforme de rofe. También hay muchas plantas medicinales, explica de manera didáctica, como el pasote: "esa es muy buena para los daños en la barriga, es tan fuerte, que hasta te bota la solitaria".

Él no sabe de nombres científicos, pero puede definir con gran precisión las características de esas hojas verdes, que crecen a ras de suelo, y si se abren y se extienden sobre los dedos de los pies pueden curar y eliminar para siempre las verrugas y callos. Lo explica como un maestro de Ciencias en una clase abarrotada de incrédulos adolescentes.

Se siente tan satisfecho de su hermoso jardín que ni de día ni de noche le quita el ojo. León se ha convertido en un guardián impenitente. Desde la ventana de su casa vigila en silencio, para evitar que los desaprensivos traten de dañar alguna de sus plantas o que los perros puedan hacer de las suyas sin que sus dueños muevan un músculo. "Lo de los perros es que no puedo entenderlo, porque los traen aquí, a llenar todo de mierda". Esta lucha lo llena de rabia, sobre todo porque no comprende cómo insisten en esa mala educación. Casi parece que atentar contra sus flores entrara dentro de un extraño juego al que algunos confunden con diversión.

El hijo de María

León Tejera no sabe leer ni escribir, pero nadie duda que es una de esas personas sabias que van por el mundo. Sabe, por ejemplo, cuándo va a llover y cuándo soplará con más fuerza el viento. El del sur y el del norte. Sabe extraer piedra de los volcanes y también sabe que sus plantas necesitan agua para que no las venza el desánimo y terminen por caer secas y rendidas a pesar de sus ungüentos.

A Tejera, que ya cumplió 90 años, le tocó vivir los peores años de Lanzarote. Cuando el hambre no era una palabra extraña, ajena, para muchos fue lo normal: "en mi casa pasamos mucho. Me acuerdo de salir a caminar, porque no había nada que comer, y llegar hasta Teguise. Gracias a que una señora nos dio una pellita de gofio y con eso cogimos tino". Lo dice y levanta la mirada. Prefiere pensar en otra cosa, dejar las penas atrás, en el olvido.

Si hay alguien de quien se siente especialmente orgulloso es de su madre, María Tejera Duarte: "Ella nació en Tinajo, y siempre estuvo trabajando. Yo la acompañé desde que era muy chico, tendría cinco o seis años". De su padre prefiere no hablar, no tiene buenos recuerdos.

Como en la isla no había trabajo tuvo que emigrar, como otros lanzaroteños. Estuvo en La Palma, en Tenerife y en Gran Canaria, "trabajé sacando piedras en Arinaga, creo que me pagaban cinco pesetas, allí estuve con mi madre".

Después volvió a Lanzarote, y fue contratado por el Cabildo. Cuando se piensa en las grandes obras que se han hecho en la isla se suele hablar de los grandes nombres, Manrique, Soto, Pepín Ramírez. Detrás de ellos hay una lista amplia de obreros, de manos de obra incansable sin los que nada hubiera sido posible. León Tejera Tejera fue uno de ellos. Se acuerda sobre todo de los trabajos que hicieron en el Restaurante de Las Montañas del Fuego, "ahí, dónde ahora asan los cochinos, estuvimos nosotros. Hacía tanto calor que sólo se podía estar un rato, te marchabas y volvías. Mucho tiempo no se podía estar". También le gustó formar parte del grupo que excavó en Zonzamas, "menos muertos, dice, "allí encontramos de todo".

La vida de León está marcada por la dureza, por el trabajo continuo. Así hasta que se jubiló y decidió seguir trabajando por la isla, como había hecho siempre. Tal vez su respeto, ese amor que siente por las maretas viene de lejos. De la importancia que para las personas de su generación tuvo aquellos aljibes, esa construcción hidráulica que dio de beber a los lanzaroteños.

También forma parte de su educación, de esa pasión que se tiene en los pueblos de la isla por parecer limpios, resplandecientes. Darse una vuelta por determinadas localidades resulta algo placentero. Las abuelas siguen con la escoba en la mano, barriendo una gran parte de la calle, para que los visitantes vean lo bonito que está todo. Como una gran postal en blanco y verde. León es como esos lanzaroteños. Le gustaría poder vivir en un Arrecife más limpio, diáfano. Y como vio que en su barrio no era posible, decidió poner manos a la obra. Y en este quehacer lleva más de veinte años.

Desde el Ayuntamiento se le hizo un reconocimiento, y en una parte de su jardín, se colocó sobre una piedra una placa en la que aparece escrito su nombre. Para León lo importante no es la mención, lo que él quiere es que respondan a sus demandas, "estoy cansado de ir por allí, y salir como entré, sin nada".

Cada día que pasa y ve que no se soluciona su problema con el agua para él es un drama. Mira y remira sus plantas, las toca, observa los tallos, y al final, concluye, con las manos en jarras, "sin agua, no hay nada que hacer". A veces se ve tan apurado, que coge cubos de su casa y se dedica a regar lo que puede.

Se acerca la hora de comer, y León se despide. Con una media sonrisa. No tiene muy claro que esta larga charla pueda servir para algo. El guardián de las maretas lleva tanto tiempo solo con su carga que desconfía. Una última mirada a su hermoso jardín y se va. Sólo unas horas después volverá a salir a la ventana y se pondrá a vigilar, para que sus flores, por lo menos un día más, sigan así, llenando de luz esta parte de un Arrecife alejado y sin memoria.

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