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Trump calienta el clima

El Presidente estadounidense, cabeza visible de los "negacionistas", que cuestionan la veracidad del calentamiento global, amenaza con retirar a su país del Acuerdo de París y cierra filas en torno al carbón

Un hombre contra el mundo. Cuando se ha logrado un amplio acuerdo universal y vinculante (Acuerdo de París, diciembre de 2015, en vigor desde el pasado día 4) para poner freno al cambio climático y sus efectos, cada vez más palpables y trascendentes, la figura de Donald Trump, recién elegido presidente de Estados Unidos (el segundo país más contaminante del mundo), se erige en icono y brazo ejecutor de los "negacionistas", aquellos que rechazan la existencia del calentamiento global, al que Trump ha calificado de "cuento chino" (literalmente, pues lo consideró un artefacto de China para hundir la industria norteamericana), y ha anunciado, en campaña, que sacará a Estados Unidos del Acuerdo de París por la vía rápida. Entre tanto, el resto del mundo, reunido en la Cumbre del Clima de Marrakech (finalizó el viernes) ha renovado sus votos para arbitrar medidas reales y urgentes que permitan ralentizar la subida de temperaturas del planeta, reduciendo las emisiones de gases invernadero, con el objetivo de que no supere los 2º C a final de siglo con respecto al valor medio global de la etapa preindustrial.

Ban Ki-moon, secretario general de las Naciones Unidas, resume la situación tal como la muestran las evidencias científicas y como la acepta la mayoría de los países y dirigentes del mundo: "Las temperaturas continúan aumentando. El océano Ártico se derrite rápidamente. Las sequías, tormentas e inundaciones cuestan vidas y productividad. Precisamos acelerar la velocidad y aumentar el alcance y la escala de nuestra respuesta, tanto local como globalmente".

Los datos científicos que sustentan esa pintura son abrumadores. El Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC), un grupo de expertos que asesora a la ONU, estima que, al ritmo actual de emisiones, en 2100 el incremento global de la temperatura será de entre 3,7 y 4,8º C con respecto a la etapa preindustrial. Es un calentamiento importante y, sobre todo, muy rápido, que repercutirá en un ascenso del nivel del mar, en la multiplicación de los fenómenos atmosféricos extremos (inundaciones, sequías, ciclones) y en alteraciones y desajustes en los procesos ecológicos y biológicos. Y no son futuribles, todo eso se está percibiendo ya. La vida en el planeta está cambiando. Animales y plantas se están viendo obligados a modificar su conducta, sus hábitos, y están desarrollando mutaciones genéticas e, incluso, variaciones morfológicas. El 80 por ciento de los procesos ecológicos, dicen los científicos, ya se ven afectados por el calentamiento global. Las series de datos de las últimas décadas evidencian un adelanto de la primavera; un deshielo creciente del Ártico; una disminución generalizada en el mar de los organismos de aguas frías y, en paralelo, un incremento de aquellos favorecidos por las aguas cálidas; la extensión de los bosques hacia el Norte y hacia altitudes progresivamente mayores en las montañas; numerosas especies de fauna expanden o contraen, según les vaya, sus áreas geográficas de distribución...

Cuentos chinos, a decir de Trump y los "negacionistas", que juegan la baza populista de la defensa del desarrollo económico, el empleo, el bienestar, como si fuesen circunstancias independientes de la salud y el cuidado del planeta. Como si la actividad humana no tuviese nada que ver en ello. "Es esencial que entendamos que el ritmo de cambio del medio ambiente -más rápido de lo que la ONU había previsto- depende de nosotros y de que empecemos a trabajar con la naturaleza y no en contra de ella para detener estas amenazas", ha dicho Achim Steiner, director ejecutivo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). A esa llamada de alerta general se une el toque de atención dirigido directamente a Trump por un grupo de destacados militares y expertos en iteligencia y seguridad nacional, que le han dicho que debe contemplar el cambio climático como una amenaza a la seguridad de Estados Unidos. Las consecuencias del calentamiento global, la subida del nivel del mar, por ejemplo, pueden tener un grave coste y sembrar el caos. Poseen una gran potencia desestabilizadora.

También la Organización Mundial de la Salud (OMS) alerta de que el mundo se enfrenta a una "emergencia médica" por las consecuencias del cambio climático. Y da algunos datos: cada día mueren 18.000 personas por la contaminación del aire; las enfermedades infecciosas (malaria) encuentran un medio cada vez más propicio para propagarse y prosperar; se agrava la crisis alimentaria por las alteraciones atmosféricas... La peor parte se la llevan los países pobres, aquellos que dependen más directamente de la tierra. La OMS estima, finalmente, que los factores ambientales, muchos de ellos vinculados con el cambio climático, causan más de 12 millones de muertos anualmente.

El Acuerdo de París, articulado en las medidas de la Cumbre del Clima de Marrakech, pretende corregir esa tendencia autodestructiva. Trump puede descabalgar a Estados Unidos de ese acuerdo o minimizar su respuesta (el alcance de las medidas propuestas es potestad de cada país). Pero las naciones que lo han ratificado (110) están dispuestas a seguir adelante. Aunque, sin duda, la retirada de Estados Unidos comprometería seriamente la viabilidad de sus objetivos. Las políticas energéticas de Trump significarían un incremento de las emisiones de gases invernadero en unos 3.400 millones de toneladas en ocho años, frente a la reducción del 30 por ciento hasta 2025 firmada por Obama.

El Presidente estadounidense es el gran valedor de la minería del carbón, la gran perdedora en la lucha contra el calentamiento global, en tanto es su principal causante. "Hay que salvar la industria del carbón y terminar la guerra contra los mineros", ha proclamado Trump, frente a los planes de la ONU, que ha propuesto que se deje de financiar la minería del carbón (Francia pretende cerrar en 2023 sus centrales térmicas de carbón, y Alemania y el Reino Unido se han propuesto el mismo objetivo para dos años más tarde), y en contra, asimismo, de las voces de 375 científicos estadounidenses, entre ellos varios premios Nobel, que han advertido de los riesgos que entraña para el país, la primera potencia económica mundial y el segundo emisor de gases invernadero, y para la Humanidad la política energética defendida por el actual inquilino de la Casa Blanca y refrendada en gran parte por la plataforma programática de su partido aprobada en la Convención de Cleveland del pasado julio.

Trump llega a la Presidencia de Estados Unidos en un momento decisivo en la lucha contra el cambio climático y con la amenaza de darle la vuelta a la tortilla. Aunque no es el único que navega contra corriente. España también se queda atrás en la lucha contra las emisiones de carbono; de hecho, en 2015 aumentaron tanto el consumo de carbón como las emisiones de gases invernadero, y el Presidente del Gobierno ha obviado la cuestión en Marrakech. Las administraciones, los políticos y las empresas españoles siguen sin querer abordar el fin del carbón (según la normativa europea, la minería que haya recibido ayudas para el cierre y la reconversión del sector debe cesar su actividad en 2018) y buscar alternativas para sus trabajadores.

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