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construcciones al borde del mar

La vida en la costa afortunada

Canarias acoge una sugerente variedad de asentamientos armados con los tesoros que trae la marea Los orgullosos inquilinos viven sin complejos ante el eterno temor de que el Atlántico se lleve su paraíso

La vida en la costa afortunada

La casa de Tadeo en la Punta de Arucas es un museo de jallos. Una auténtica fortaleza hecha con los tesoros que la marea deposita sobre la arena, y que él recoge, mira, huele, acaricia, hasta que entiende que ese pedazo de madera en forma de pez, esas conchas de color ocre, el gnomo desteñido por el salitre, aquella cabeza de muñeca que alguna niña dejó escapar en un arrebato, pueden quedar perfectas en su aparente salón. O decorando la estantería que le sirve para dejar las tazas de café y los jarrones nacarados que tanto gustan a sus vecinas cuando vienen de visita, en uno de esos días en los que sopla el viento del sur, y entonces, los entendidos de estas latitudes aconsejan buscar algún abrigo y así pasar la tarde. El viento del sur, según cuenta siempre doña Lujina suele durar poco, pero llega arrebatado, como enloquecido, hasta que se calma y desaparece.

La costa canaria es rica y de extraordinaria belleza. Resulta fácil perderse por esos paraísos aún por conquistar y quedarse ahí embelesados con esas playas salvajes de difícil acceso, como el Pozo de las Calcosas en El Hierro, el recóndito Porís de Tijarafe en La Palma, o Jacomar en Fuerteventura. Esos espacios apartados, lejos de la presión turística llevan años, algunos siglos, ofreciendo el mejor lugar de residencia para gente humilde que también ha querido disfrutar de una casa a dos pasos del mar.

Una historia en dos actos

El fotógrafo lanzaroteño Rubén Acosta se propuso recorrer la geografía canaria que mira a la costa, de La Graciosa a La Gomera, y mostrar esa realidad. La primera intención fue la de hacer una selección de fotografías teniendo en cuenta sobre todo criterios arquitectónicos, deteniéndose en la estética particular de estos poblados, creados a partir del aprovechamiento de desechos de construcción, jallos, y el reciclado absoluto de objetos del entorno.

Acosta explica que se había marcado el reto más difícil que podía, quería contar "donde vivo y lo que me rodea. Y he acabado haciendo una serie de imágenes que me s senderos de felicidad plena".

Reconoce este fotógrafo conejero que esta historia visual, que ahora recoge en un libro que titula 'La costa afortunada' de ediciones Remotas, se divide en dos actos. La realidad es que una primera serie de imágenes, que realizó a lo largo de 2005, y que terminaban únicamente en la apariencia física de estas construcciones se perdió. Esta vez el azar jugó a favor del arte más comprometido, y en este segundo viaje pisando sobre los pasos dados, Acosta decidió dar un nuevo giro: quiso entrar dentro de estas casas y detenerse en los `constructores` de estas obras.

"Volví entonces a recorrer la ruta. Tenía una obsesión y era conocer lo que lleva a ciertas personas a idear esas casas inverosímiles en lugares tan peculiares. Hay poblados que he visitado en más de diez ocasiones, en diferentes épocas del año y solo por el placer de conocer a aquellos que construyen y mantienen sus viviendas. En estos viajes he visto la evolución, algunas poblaciones han desaparecido bajo la piqueta, otras han mutado de forma. La motivación arquitectónica del inicio se comparte con el interés por el constructor", así relata Rubén Acosta el periplo que le ha llevado a esta sucesión de historias personales, enmarcadas en construcciones peculiares, ésas que acoge la costa de este archipiélago.

Detrás de los jallos

El artista Juan Gopar lleva más de veinte años centrando su trabajo en esas viviendas que crecen en las orillas y que representan en realidad una forma de vida, una manera particular de afrontar la supervivencia con lo que se dispone alrededor. Sin querer, o queriendo las personas que habitan estas construcciones se aferran a la memoria de sus abuelos, repiten una manera de vivir que parece en peligro de extinción. Mantienen un compromiso con la naturaleza y con su realidad. Gopar recuerda que por ejemplo en el caso de la isla de La Palma, "los terrenos en los que se levantan esas casas-cuevas eran espacios desechados por los grandes propietarios, allí no se podía plantar nada y entonces se permitía a la gente más humilde que utilizara esas zonas".

En Lanzarote o Fuerteventura, una vez que se terminaba el trabajo en el campo, la gente del interior se trasladaba a la costa para pescar y hacía esas chabolas, con lo que encontraba.

Juan Gopar insiste en destacar la importancia del inquilino, del habitante de esa construcción: una vivienda en apariencia surrealista, hecha con troncos, latas, chapas, redes, nasas, y decoradas con mimo, con paciencia. Recubren el dormitorio de piedras pequeñas, de conchas, de lapas. Mientras, la mayoría acude a un centro comercial y compra el material que necesita. Ellos salen a recorrer la orilla y recogen lo que trae la marea. Gopar señala que tal vez por eso es tan importante entrar en esas viviendas tomar un café y ver como cada taza es distinta, cómo se puede contemplar las cosas más extrañas, más inesperadas, "pero cada uno de los objetos que aparecen tiene su historia, su razón. Ellos te pueden contar dónde lo encontraron, por qué lo han puesto ahí".

La arquitecta Magüi González también coincide en la importancia de estas creaciones como testigos de una forma de vida en extinción. "Yo prefiero estas construcciones, me parecen más auténticas, más solidarias, que muchos hoteles que pueblan la costa de la isla, y que además son más perjudiciales, más dañinos con el entorno", afirma.

La obra 'La costa afortunada' del fotógrafo Rubén Acosta se presentará el próximo martes en Gran Canaria en el Centro Atlántico de Arte Contemporáneo (CAAM), un día más tarde lo hará en el TEA de Tenerife , y el 5 de diciembre en El Almacén de Lanzarote.

A través de esta ruta en cierta medida arbitraria, Acosta terminó por encontrar que detrás de aquellas paredes: "Descubrí sorprendido las motivaciones emocionales y los apegos comunes que lleva a habitar esta costa desconocida. Aparecieron entonces, personalidades únicas, y en mis mapas surgieron poblaciones e historias que antes eran invisibles. Lugares marginales dedicados al disfrute del vaivén pausado de la vida, rincones de verdadero ocio donde perderse y encontrarse, espacios donde conviven alma, calma, humor y aventura".

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