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Tras los pasos sonoros de Taburiente

Los 70 años de Luis Morera permiten recorrer el camino del grupo palmero que lideró lo que fue la 'Nueva Canción Canaria', una apuesta decidida por temas comprometidos con la canariedad

Tras los pasos sonoros de Taburiente

Casi como en el título de la famosa película de Vincente Minnelli: Con él llegó el escándalo, con Taburiente también llegó ese escándalo que sirvió para remover el panorama musical insular. Fue el punto de partida, la eclosión de un momento fulgurante en la historia de la música en Canarias. A mediados de los años setenta, los creadores rendían homenaje a poetas y a héroes. Era normal que sobre los escenarios se escucharan canciones con letras de Lezcano, de Pedro García Cabrera, de Agustín Millares Sall. La Universidad de La Laguna se convirtió en el lugar idóneo para acoger a bandas clandestinas, a formaciones libre pensantes, chicos y chicas que compartían estudios y pasión por una música nueva, distinta, que hablaba de rebeldía, de identidad y de conciencia social. Y todo esto mientras aún el régimen de Franco daba con fuerza sus últimos y terribles coletazos. En medio de ese ambiente, de ese hervidero, procedentes de Madrid llegan de vuelta a casa un grupo de palmeros hippys y comprometidos. En 1978 Taburiente publica un nuevo trabajo discográfico en el que destaca la canción Ach-Guañac, un tema que termina por convertirse en un himno, con esa legendaria estrofa: "Un mar azul que brille, con siete estrellas verdes, el amarillo en tus trigales, y el blanco en tus rompientes".

En las plazas de los pueblos, en estadios también sonaba como el gran éxito de esos días los acor-des de una melancólica "La Quinta verde es un jardín, donde la luna hace el amor, y las estrellas desde el cielo?"

"Los estudiantes" recuerda Rogelio Botanz, integrante de Taller Canario junto a Pedro Guerra y Andrés Molina "se movían de isla para asistir a uno de esos conciertos". Este vasco enamorado del archipiélago y de su música se acuerda de estar en su casa del Sauzal y ponerse como loco a escuchar los temas de Taburiente mientras trabajaba en su pequeño huerto, "Ach-Guañac me produjo un impacto tremendo, después cuando los escuché en directo en el pub O'clock de La Laguna? aquello fue la bomba".

Para el timplista Benito Cabrera, entonces un joven integrante de la Agrupación Folklórica Universitaria (AFU), fue un tiempo de efervescencia, de cultura y canariedad: "ahora, tal vez", se lamenta "aquel brillo es menos claro, menos luminoso, pero bueno quiero ser optimista, confío mucho en lo que se hace, y en lo que está por llegar".

Luis Morera, líder de Taburiente, acaba de cumplir 70 años. Precisamente para celebrar esta cifra redonda se celebró hace unas semanas un concierto en la sala sinfónica del Auditorio Alfredo Kraus de la capital grancanaria y en el Auditorio de Agüimes. Compartió escenario con sus amigos de Mestisay, la voz siempre prodigiosa de Olga Cerpa y en el timple la magia tímida de Domingo Rodríguez 'El Colorao'. Fue apoteósico, emocionante, aún envuelto en esa nube, un Morera rejuvenecido saca su hacha, ésa que nunca ha dejado y declara con cierta rabia contenida, "es que hay gente que se cree que Taburiente ha desaparecido". Ni mucho menos.

En la pensión de Ripoche

Mirar hacia atrás siempre termina por convertirse en un viaje hacia la nostalgia. Esta vez, Luis Morera desde su casa de La Palma, quiere hacer este trayecto para dar luz a una parte esencial de la música canaria en tiempos de oscurantismo y aunque resulte contradictorio de gran luminosidad, "yo te lo cuento", dice, "y ya que sean los demás los que saquen sus conclusiones".

Luis Morera siente fascinación por su isla. Sin embargo, en los setenta aquel entrañable Santa Cruz de La Palma se quedaba pequeño. Para jóvenes veinteañeros como él y su amigo Miguel Pérez, aquella pequeña ciudad se parecía mucho a una Vetusta hermosa y asfixiante. Con lo poco que tenían ahorrado decidieron ampliar mundo y se fueron a Gran Canaria. Se quedaron dos días en una pensión maltrecha de la calle Ripoche. Morera se acuerda de oír el trajín de las prostitutas subiendo y bajando por las escaleras angostas y ellos asombrados con el nuevo paisaje urbano.

En el parque Santa Catalina tropezaron con un grupo de hippys que se dedicaban a hacer collares y pulseras de cuero. Morera relata en tono jocoso, "te acuerdas cuando ET señala con el dedo y dice: mi casa, para nosotros encontrarnos con aquella gente fue como llegar a nuestra casa. Queríamos vivir aquella libertad, ser como ellos".

Allí en aquella esquina de la plaza empiezan a tocar sus canciones. Por casualidad pasa por allí el dueño de una terraza y les dice, que si quieren, pueden ir a tocar a su local. Como sueldo, este avezado empresario les va a permitir que pasen el plato y ya con eso pueden ir tirando.

La música que hacen aquellos dos palmeros corre de boca en boca, y poco a poco van escaldando peldaños. Se marchan a otro pub, dónde pueden subir al escenario y cantar boleros, canciones de los Beatles y temas de soul de Otis Redding.

Después de una de aquellas actuaciones, reciben la visita del recordado Nanino Díaz Cutillas. Quiere que actúen en su mítico Tenderete, pero les pone una condición, "nos pide que nos cortemos el pelo, y nos quitemos algunas de las pulseras y collares que solíamos llevar. Entonces, nuestra indumentaria era la de dos hippys, con zapatos de plataforma, y los pantalones estrechos".

La televisión pública no podía sacar en antena a dos individuos con aquella pinta de rebeldes, pelo largo y rizado, como las bolas que se colgaron en los ochenta en las discotecas. Tras varios tiras y afloja, en la que Luis y Miguel se niegan a cambiar su aspecto, Nanino accede a que salgan en su programa, eso sí les pide que por lo menos "se escachen un poco la melena".

Ibiza

Los palmeros son cada vez más conocidos entre aquel pequeño y emergente mundillo que se dedica a la música. A través de Nanino llegan a un acuerdo con otro empresario y se van a Ibiza. El sueño está cada vez más cerca. De pronto descubren la libertad en todas sus vertientes, además su indumentaria es casi lo habitual en aquella isla del Mediterráneo. Miguel tiene que cumplir con el servicio militar y se ve obligado a dejar momentáneamente el dueto. Luis llama a su amigo Manolo Pérez, que se había quedado en La Palma y además estaba trabajando en un banco, lo que suponía en aquellos años tener un empleo de estas características.

Luis Morera lo convence y deja su puesto fijo para lanzarse a la aventura. Para ellos estos meses en Ibiza fueron tal vez los más divertidos, los más emocionantes, esos que nunca se podrán olvidar.

Musicalmente tiene que cantar canciones para extranjeros, lo que supone una variada gama de temas en los que se incluye hasta el Poromponpero de Manolo Escobar. De las Islas Baleares se van a Barcelona. Tocan en un local argentino. Son los años en los que triunfa todo lo que suena a América Latina. Llegan a compartir escenario con Mercedes Sosa. Versionan éxitos de otros autores. Se nutren de las melodías de Bob Dylan, Joan Báez, del soul, del folk.

Esta vez tienen suerte y el empresario argentino les comenta que quiere escuchar la música que ellos hacen, la música de su tierra. Aunque evidentemente ellos sabían de folias, malagueñas, forma parte del ADN de los canarios, tampoco habían tratado mucho este tipo de sones. Se van a una tienda y encuentran un disco de Mary Sánchez. Les gusta tanto lo que escuchan que deciden versionar estos temas. El éxito es total, a partir de ahí se lanzarán a crear sus propios temas, en muchas ocasiones con letra de poetas canarios.

Ach-Guañac

Ya con la incorporación de Miguel Pérez, que había cumplido con la mili, dan el salto a Madrid y empieza su largo camino.

Morera tiene múltiples recuerdos, momentos maravillosos, imágenes de plazas llenas, de reductos abarrotados como el concierto en el que participaron en la Casa de Campo de Madrid, un homenaje a La Pasionaria y a Carrillo, y aquella lluvia de banderas. Un año después de muerto el dictador editan su álbum Nuevo Cauce con producción de Teddy Bautista, en 1978 sale a la luz Ach-Guañac, un himno a la libertad, a la Canarias que espera.

Como decía el timplista y compositor Benito Cabrera es un tiempo brillante, se apuesta por la cultura y el compromiso. Taburiente comparte escenario con Labordeta, Luis Llach, Aute, Rosa León.

Y tal vez en uno de sus mejores momentos, la banda decide regresar a casa. Morera considera que "entendimos que en las islas había muchas cosas por hacer".

El grupo se reformula con nuevos integrantes, otras voces se suman a la aventura. Morera se va a vivir un tiempo a Güímar y allí conoce a un joven Pedro Guerra, "venía por casa, con su guitarra. Recuerdo que le dije, Pedro tienes que buscar tu propio sonido, estaban muy influenciados por Silvio y Pablo, de la Nueva Trova Cubana".

En cierta medida, Taller Canario de la Canción cogió el testigo de aquella revolución que lideró Taburiente. Los años ochenta pertenecen mucho más a aquellos tres chicos con mucho que contar.

Para Rogelio Botanz, uno de los momentos inolvidables de la carrera de Taller fue cuando actuaron como teloneros de Taburiente en el Estadio Insular, "casi estábamos empezando, creo que aún nos faltaba algo, y esa vez tocamos la Endecha guanche, y de pronto, en mitad de la canción, "la gente empieza a aplaudir y a ponerse de pie. Fue fantástico. Nos quedamos hasta medio parados. Ni en sueños esperamos aquella reacción".

Luchando estos últimos años contra otros sonidos, otras músicas, procedentes de Brasil y República Dominicana, Luis Morera se niega a admitir que Canarias acabe finalmente por convertirse musicalmente "en un pueblo más de Río de Janeiro. Cada vez que veo esas batucadas que van a recibir al muelle a los turistas, te imaginas que cara se les quedará a esa gente, y para colmo el reggaetón, eso qué tiene que ver con nosotros".

Envuelto aún en la hermosa nube que han supuesto sus conciertos en La Laguna, con la asistencia de más de 8.000 personas que abarrotaron la Plaza del Cristo, y sus emocionantes actuaciones en Las Palmas de Gran Canaria y Agüimes, Luis Morera y su Taburiente se resisten a tirar la toalla. Sobre todo cuando su música guarda tantos tesoros y sigue rozando el corazón.

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