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VIAJES La entrega del Honoris Causa al hermano de Fernando Hernández Guarch en Armenia permite al autor descubrir un país repleto de historia

Armenia, con identidad propia

El recuerdo permanente del genocidio por los otomanos en el año 1915 dificulta su encuentro con el futuro que merece

Vista de Yerevan con el Ararat al fondo, entre nubes. F. H. G

No es fácil llegar a Armenia. Su capital Yerevan, o Everán, no está conectada con ningún aeropuerto español. Así, no hay más remedio que buscar un enlace a través de Viena, París o, como hicimos nosotros, Kiev (Ucrania). La geografía podría hacernos pensar que el camino más corto de Madrid a Yerevan es a través de Estambul pero, lo iremos viendo, ese trayecto es imposible por causas políticas. Ucrania no es, en estos momentos, país para turistas, de manera que sin salir del aeropuerto tomamos el avión para la capital Armenia.

La espera se nos hizo más corta gracias al espectáculo que nos dio un grupo de judíos ortodoxos que esperaban con nosotros e iniciaron sus rezos en toda su plenitud. Ver aquellos veinte o treinta hombres jóvenes metidos de lleno en su relación con Dios, vestidos con la kipá, el manto de oración, el tzitzit, sus cajas rituales y, por supuesto, todos los movimientos y vaivenes a los que se someten y que forman parte del rito era como asistir a una función religiosa de hace veinte siglos.

Entre una cosa y otra han sido, desde Canarias, casi veinte horas de vuelos y esperas. Aún así, nos decidimos a dar un paseo rápido por el centro de la localidad de Yerevan antes de que se hiciera de noche y volviéramos al hotel para descansar. En esta primera visita, casi nocturna, la capital se nos ofreció como una ciudad de tamaño medio-grande, más de un millón y medio de habitantes, con amplias avenidas, parques con fuentes y buenos edificios.

Una urbe animada con gentes por la calle, restaurantes y un comercio moderno. Es una ciudad del siglo XX, planificada y edificada casi desde la nada por los soviéticos cuando Armenia se les unió, o la unieron, en 1921. El urbanista fue Alexander Tamanian. Diseñó una plaza circular como centro social, administrativo y político y una serie de avenidas radiales ocupadas por viviendas y servicios como mercados u hospitales. Esa planificación se ha visto alterada últimamente por el crecimiento. Se configuró para solo unos cien mil habitantes, con renovación de los edificios, pero subsiste la plaza central y la disposición general de la ciudad. En el extremo oeste hay una colina con un monumento a la Madre Armenia, a la patria, no a la mujer, y por el Este la vista llega hasta el monte Ararat, ya en suelo turco para oprobio de todos los armenios.

Para el día siguiente que es domingo nos han preparado (viajo con dos de mis hermanos y nuestras esposas), una visita a Echmiadzin, donde el Catholicós dirá la misa y bendecirá a sus asistentes. La catedral e iglesias del lugar conforman un grupo de edificios religiosos fundado hace más de mil años y reparado varias veces. Por su parte, el Catholicós es el primado de la iglesia Armenia (la gregoriana apostólica armenia), cristiana pero no católica. Se estableció en Armenia en el 301, antes de que Constantino autorizase la fe cristiana en Roma. Ha sido independiente en su funcionamiento del Concilio de Calcedonia (451). Vemos, efectivamente, al Catholicós con toda su corte, salir de sus palacio dirigirse a la catedral bajo palio y entrar en medio de una multitud que cantaba enfervorizada himnos religiosos. Las iglesias fueron abandonadas muchas veces, como en la etapa comunista. Son edificios mediocres y sin grandes obras de arte. Lo que si tiene este complejo religiosos es un museo donde vemos la lanza que atravesó el costado de Cristo, lo que queda del Arca de Noé, al menos un trozo de ella, y la mano de San Gregorio, cuya historia referiré. Solo Constantinopla que guardaba una pluma del ala del arcángel San Gabriel superaba en reliquias a Echmiazdin.

Seguimos nuestro trayecto dominical, dispuestos a ganarnos el cielo, visitando el monasterio de Khor Virap donde el citado San Gregorio, el Iluminador, estuvo prisionero en un pozo durante catorce años, en que fue alimentado por los ángeles, hasta que el rey Mitridates III lo liberó al convertirse al cristianismo. A San Gregorio están dedicadas casi todas las iglesias y es el santo patrón de Armenia.

En Khor Virap, además del pozo, vemos en la llanura que se extiende hasta el Ararat la frontera con Turquía guardada por una valla metálica, a modo de muro Trump, que separa a dos naciones irreconciliables desde que en 1915, durante la primera guerra mundial, los otomanos llevaron a cabo el genocidio armenio. La masacre de entre medio millón y un millón y medio de armenios que por entonces vivían en el suelo turco. Un efecto secundario de esto fue la diáspora Armenia ya que los que pudieron huyeron de Turquía para asentarse en países más acogedores. Ahora viven fuera de su nación, que tiene unos cuatro millones de habitantes, más de doce millones de armenios asentados en Rusia, EEUU, Francia, Alemania y un larga retahíla de países. El héroe nacional de estos exilados es Aznavour pero las Kardashian amenazan quitarle el sitio.

Los éxitos de estos hombres y mujeres de filiación armenia son vividos con pasión por los que aún viven en el Cáucaso de forma que el inventor del grifo de monomando o la primera mujer que fue nombrada Fiscal general en Australia pasan a formar parte del imaginario colectivo de prohombre (o promujeres si se puede decir así) armenios. La vista desde el monasterio incluye al monte Ararat que con una altura superior a los cinco mil quinientos metros dejaría muy pequeño al Teide. Allí, como es sabido, vino a encallar el arca de Noé tras el diluvio universal. Desde Khor Virap no se constatan las huellas de semejante catástrofe.

Llevamos solo un día en el país y ya vemos que tiene un idioma propio, un alfabeto original, una iglesia nacional y unos enemigos. Permanece en estado de guerra latente con el vecino Azerbaiyán, que lo hacen singular entre las naciones del Cáucaso. Al día siguiente seguimos recorriendo Yerevan. Desde su plaza central de la República (antes plaza de Lenin) donde visitamos el Museo de Historia y la Galería Nacional de Pintura que comparten edificio, siguiendo por la calle Abovian, arteria comercial y renovada, se accede a la plaza de la Ópera, que también en música tienen los armenios la suya propia.

Vamos al mercado central. Una gran plaza cubierta con los típicos puestos de verduras donde el autóctono albaricoque (prunus armeniaca) es el rey de las frutas (por cierto más caro que en Las Palmas). Esta parte central de la ciudad es muy agradable. Los barrios, con fábricas abandonadas y viviendas ruinosas son otra cosa. Comemos en un restaurante del centro y probamos un queso salado, no muy bueno a mi juicio, una sopa de vegetales y una pasta frita con carne picada de vaca y piñones que se llama kefte. La cocina armenia -he de reconocer que yo no soy un buen crítico culinario- nos ofrecerá sopas, ensaladas, carne de cordero y dulces solamente pasables.

Los días siguientes seguimos recorriendo el país. Nos llevan a todas las iglesias, ermitas y monasterios que quedan en pie. Vamos por carreteras de montaña, el terreno es de lo más abrupto, con bonitos paisajes alpinos, desfiladeros, barrancos y demás. Así visitamos Hovanavank, Geghard, Noravank, Zvartnots y otros lugares de nombre impronunciable.

Me gustaron especialmente dos excursiones. La primera nos llevó a la fortaleza de Amberd con una parada en un monumento al alfabeto creado en el siglo V por Mesrop Mashtots. Consiste en unas esculturas exentas de cada una de las letras de su alfabeto de unos dos metros de altura dispuestas de forma aleatoria en un prado. El conjunto es muy bonito. La segunda excursión que quiero señalar es la que nos condujo al lago Sevan a unos sesenta kilómetros de Yerevan. El lago es uno de los mayores de alta montaña y está en proceso de recuperación ya que en la época soviética se drenó en exceso perdiendo unos veinte metros de altura lo que lo llevó a una situación límite. Se ha desviado un río cercano para que vuelva a la cota anterior aunque todavía está muy lejos de conseguirse. Con esa bajada de nivel perdió más de trescientos kilómetros cuadrados de superficie. En la orilla hay un mercadillo donde compro algún recuerdo soviético.

También hemos profundizado en nuestros paseos por Yerevan. Hemos subido a la colina donde hay un gran monumento a la Madre Armenia y un museo del ejército, con cañones y aviones en la plaza. Este monumento en un principio se diseñó como una gran cruz pero los soviéticos se negaron y acabó siendo una mujer con una espada en horizontal por delante de su pecho la que representa a la Madre Armenia y que al divisarla de lejos parece una cruz. Asunto solucionado. Desde allí se observa toda la ciudad con el omnipresente Ararat al fondo.

Cerca está el museo de Arte Contemporáneo en una construcción en escalera conocida como la Cascada. Una parte de las obras de arte están en la plaza que le sirve de base, al aire libre, y otra en las instalaciones interiores o en las terrazas de cada piso. Como tantas cosas en Armenia ha tenido que ser subvencionada por un armenio de la diáspora. En este caso por Gerard Cafesjian que ha regalado muchas de las obras que allí se ven además de pagar las obras del edificio. En Lisboa, otro armenio, donó en una acción similar a la ciudad la Fundación Gulbekian que es una de las principales atracciones culturales de la capital portuguesa.

Dedicamos un día a asistir en la Universidad Central de Armenia al acto de entrega a mi hermano Gonzalo de un doctorado Honoris Causa por su contribución al conocimiento del genocidio gracias a la publicación de varias novelas sobre el tema. El rector nos ofrece como bienvenida, a las diez de la mañana, dulces, frutas y?. una copa de coñac, algo que nunca falta en este país que se enorgullece de la calidad de ese producto (he leído que Winston Churchill siempre tomaba coñac armenio). La universidad se ubica en el centro de la ciudad y su campus recuerda un poco el de la La Laguna de hace cuarenta años, pero éste, el armenio, ofrece un aspecto impecable, sin un cartel, ni una pintada. Los alumnos y alumnas parecen jóvenes amables y van vestidos muy correctamente.

También visitamos el Museo del Genocidio. Me recordó algo al del holocausto de Jerusalén, aunque más pequeño, con una aguja u obelisco de gran altura como monumento conmemorativo y una llama que arde en recuerdo de los masacrados en 1915. Igualmente el Museo de los Manuscritos es digno de verse. Para los armenios su escritura es un signo de identidad y de independencia frente a otras naciones.

Fue Mashtots quien diseño el alfabeto en el siglo V. Tiene 36 letras, de las cuales 21 provienen del griego, 11 muestran un estilo griego pero son de creación propia y 4 del siriaco. Las letras tienen además un valor numérico, con lo que una palabra puede ser lo mismo un número. Un armenio maneja tres alfabetos: el suyo, el cirílico, debido a los años de dominación comunista, y el occidental que se está imponiendo con rapidez. El museo reúne una gran colección de manuscritos casi todos de contenido religioso. Nos llamó mucho a atención que las guardias de seguridad de este museo eran todas muy guapas, con uniformes ajustados, unos zapatos de tacón alto, altísimo, y pintadísimas. ¡Cualquier cosa para mantener el orden!

Nos quedaba aún una visita importante: la del templo de Garni. Es un pequeño pero bien restaurado templo romano que se edificó probablemente por Tiridates I en el siglo I con dinero procedente de un donativo del emperador Nerón. Hay que decir que Armenia fue en esos tiempos un gran país que ocupaba casi toda el Asia Menor, por supuesto incluía el monte Ararat, y mediaba entre dos grandes imperios, el de Roma y el de los persas. En ocasiones ayudaba a unos y en otras cambiaba de bando. El templo fue restaurado en los años cincuenta por un equipo de arqueólogos rusos (o mejor, soviéticos). Ocupa un lugar muy bonito en medio de montañas que parecen desafiar el ingenio humano para urbanizar aquello.

En el último fin de semana en Yerevan vamos al mercado de Vernisage, que se sitúa en el centro de la ciudad con muchísimos puestos de artesanía en madera, instrumentos musicales como el duduk, una especie de flauta propia del país que sirvió para la música introductoria de la película Gladiator escrita por armenio de la diáspora, antigüedades de todo tipo de factura soviética y recuerdos en piedra de obsidiana. Los precios no son demasiados baratos y sobre todo la artesanía de madera es cara. La moneda nacional es el dram que se cambia a razón de unos quinientos drams por cada euro.

Mi impresión final de Armenia es el de un país con paisajes espectaculares y gentes inteligentes e industriosas, que se afanan en buscar su sitio en este proceso de globalización que nos afecta a todos. Si, por ahora, al menos económicamente están cerca de Rusia, no obstante hacen lo posible por acercarse más a Europa Occidental. Sin embargo, creo que la fijación con su pasado, sobre todo con el genocidio que no olvidan y que han convertido en el centro de su historia, nos les ayuda a encontrar un futuro como el que seguramente merecen.

(*) Autor de dos libros : 'Notas de viajes por países del Islam' y 'Viajes por el Asia sudoriental'.

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