La Provincia - Diario de Las Palmas

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En la fiesta del 19 de marzo

Ser papá nunca fue fácil

El Día del Padre se convierte para algunos en una ocasión para recordar a los que ya no están y que tanto se añoran

Un padre con su hija contempla la puesta de sol, en una fiesta que se celebra el 19 de marzo en países como Portugal, Italia o Macao.

Juan Delgado tiene una niña de cinco años y ya tiene pesadillas. Su gran temor es que delante de su casa aparezca un motero "o un banquero chungo, que no hay que tener prejuicios" y se lleve a su niña, aunque su niña haya cumplido ya los 18 o 20 años.

A pesar del tiempo y los avances, los padres y sus hijas siguen manteniendo una relación especial, como si ellas, a través de sus ojos, nunca terminaran por crecer. Para ellos seguirán siendo las pequeñas que corrían a su encuentro y se agarraban a sus piernas hasta que él la cogía en brazos y la lanzaba al aire, para que ella entonces no dejara de reír.

Juan reconoce que tener hijos es una gran responsabilidad, "te cambia todo, tus prioridades, la perspectiva de las cosas, aunque también recibes mucho, es muy gratificante".

Para él y su mujer, la cercanía de la adolescencia de su hija se ve con cierto temor, "ya nos estamos preparando, porque cada vez llega antes".

Para muchos el Día del Padre es tan sólo un buen reclamo publicitario. Una forma más de incitar a todos a comprar algún detalle, una estrategia como otra de destapar el consumo. Y en los colegios, los profesores tienen la excusa perfecta para pedir a sus alumnos más pequeños que realicen alguna manualidad destinada a agradar al progenitor. Una tarea que en general no provoca ningún rechazo, todo lo contrario, genera satisfacción.

La historia dice que la idea de crear esta festividad nació en Estados Unidos en 1909. Fue una joven Sonora Smart, quien pensó en rendir tributo a su padre, un veterano de la guerra civil estadounidense llamado Henry Jackson Smart. La esposa de Henry falleció al dar a luz a su sexto hijo y él se encargó de todos sin reclamar más ayuda. La propuesta de Sonora no prosperó, hasta que en 1966 el presidente Johnson firmó una proclamación que declaraba el tercer domingo de junio como el Día del Padre en Estados Unidos.

Esta celebración se extendió rápidamente al resto del mundo como una manera de rendir homenaje a los padres. En España al igual que otros países como Portugal, Italia o Macao decidieron que ese día coincidiera con la festividad de San José.

Esta fiesta señalada puede ser también la mejor ocasión para recordar a los padres, a los abuelos, sobre todo aquellos que se añoran tanto, por lo que hicieron, porque ya no están.

Javier Sáenz, un fotógrafo de Lanzarote, tiene dos hijos, Álex de 10 años y Carlos de siete. Reconoce que puede derretirse con ellos por cosas muy pequeñas, "cuan-do te dicen papá, te quiero, o cuando estás en la cama y vienen corriendo y se tiran encima. Eso me encanta".

Javier y su mujer, Mar Arias, se lo pensaron mucho antes de lanzarse a la aventura y al compromiso de tener hijos. Sabían que sus vidas, tal vez sin tantas ataduras, tendría que cambiar. Javier Sáenz considera que ser padre es un trabajo, "tienes que dedicar tiempo, estar con ellos. Ya sabes que son unas personas que dependen de ti, en todos los aspectos. Tienes que aprender a llevarlo bien, y no abrumarte".

Para Javier quizás lo más difícil es encontrar el punto exacto, esa mediana que separa "el amigo, del padre, porque tú no puedes ser colega de tus hijos, por mucho que juegues con ellos, que veas series de televisión y te lo pases bien, ellos deben saber que tu mandas, y cuando dices hasta ahí, que te respeten".

La llegada de Alex, el mayor, fue apoteósica pero también terrible, "por cualquier cosa te preocupabas, si tenía fiebre, o lloraba mucho, te ibas al médico. Como me dijo el partero que atendió a Mar, los hijos llegan sin manual de instrucciones, sólo con el tiempo aprendes. Y eso se notó con el segundo, ya no estábamos tan estresados. Llegas a saber más o menos si lo que le pasa es importante o no. Aunque a veces también te equivocas".

Javier Sáenz vive de momento un tiempo de bonaza. Aún no ha llegado la adolescencia y los niños parecen encantados con lo que ellos le ofrecen. A Alex y Carlos les sigue fascinando que su padre sea el fotógrafo que va a ver sus partidos de baloncesto y además les haga fotos a sus amigos.

Otros tiempos

Afortunadamente con el paso del tiempo, la figura del padre, como el hombre de la casa, el cabeza de familia que debe establecer los límites y ejercer las reprimendas ha cambiado. El trato se ha hecho más cercano, más próximo. El padre puede resultar tan cariñoso como la madre, o más, y esto sólo provoca ternura. Pero es verdad que antes en la mayor parte de los casos no era así. Más bien había que hablar del padre ausente, el que nunca estaba en casa. En Canarias una gran parte de la población se dedicó a la pesca de altura, los viajes a la cercana África podían durar varios meses. El hombre regresaba a casa unos días, entregaba parte de su salario a la mujer, y volvía a la mar. La relación con los hijos era más distante, más fría. La madre ejercía con mucho esfuerzo los dos papeles.

El padre desprendía un respeto máximo, lo que él decía se hacía en la casa sin rechistar. Javier Sáenz en tono jocoso y con sana envidia reconoce que su padre, "cuando decía vete a tu cuarto y ponte a estudiar, se hacía y punto. Ahora yo mando a mi hijo y se pone a protestar, a veces pienso, porque no me obedece como hacía yo con mi padre. Son otros tiempos, aunque después a mis hijos, los abuelos le dejan hacer de todo".

Familia numerosa

En el pueblo de Máguez en Lanzarote vive Julio Gámiz con su mujer Rita Figueroa, natural de Gran Canaria, y sus cuatro hijos, dos chicas y dos chicos. Julio reconoce que con un único sueldo, el que percibe como carretillero del vertedero de Zonzamas, en ocasiones cuesta llegar a fin de mes. Pero por nada del mundo cambiaría a su familia, y jamás se ha arrepentido de haber tenido los hijos que tiene "el dinero no es todo en la vida, prefiero ser feliz con los míos, y como suelo decir si antes me gastaba un cuarto de lentejas, ahora tengo que poner el paquete entero, y todo resuelto".

Julio lleva junto a Rita más de 20 años. Se fueron a vivir juntos desde que eran apenas unos chiquillos, él en unos meses cumplirá 41 años y su hija mayor Ingrid ya tiene 19 años. Para esta pareja de Máguez el día a día puede resultar complicado, sobre todo económicamente, pero reciben tanto de sus hijos que todo lo compensa: "La verdad es que me siento muy orgullo de cómo son, a veces me dicen papi vamos a dar una vuelta en el coche, y les digo hoy no se puede, no tengo dinero para gasolina, y no pasa nada, cogemos las bicicletas y todos contentos". A Julio le encanta que sus hijos valoren lo que hace, que se den cuenta de su realidad, "alguna vez cuando les digo que al-go no se puede comprar, sobre todo las mayores me dicen toma Papi, que tengo cinco euros, eso a mí me derrite".

Julio Gámiz recuerda que con la llegada de su hija mayor, Ingrid hasta le cambió el metabolismo, "yo antes me dormía y no escuchaba nada. Tenía un sueño muy pesado, cuando llegó la niña, hasta la oía respirar".

Aunque tiene mucha confianza en sus hijas, "las veo muy responsables, pero me da miedo cuando salen, no por ellas, si no por si alguien les puede hacer daño. Eso es algo que no se puede evitar. Los hijos duelen, aunque sólo se hagan un arañazo, imagínate si les pasa algo peor".

La relación de Julio con su padre no tiene nada que ver con la que él mantiene con sus niños, mucho más cercana. Pensando en el futuro le encantaría que todos ellos pudieran estudiar, "pero sobre todo que fueran felices, como ya he dicho, el dinero no es lo principal, aunque si se tiene mejor".

A veces a los padres se les puede ganar con muy poco. En el caso de Julio, una de las cosas que más valora es cuando lo esperan en casa para comer y todos almuerzan juntos, "por los turnos no siempre puedo estar, y cuando coincidimos me siento feliz".

En el sur de Tenerife, en la playa del Puertito, Julián Díaz ha vuelto a llevar a su nieto Jesús a la playa. El pequeño sólo tiene dos años, pero ya empieza a balbucear frases, palabras que a veces se entienden y otras suenan a un idioma universal, tan extraordinario que sólo pueden entender otros chinijos como él. La conexión entre los dos resulta tan evidente que a veces no se hace falta ni mirarse para saber qué quiere hacer Jesús cuando señala al horizonte y sonríe. Entonces, Julián lo coge de la mano y se van.

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