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"Hoy todos estamos enfermos de nuestra opinión"

Manuel Astur ha sido designado por un jurado de la UE como uno de los escritores emergentes más destacados

"Hoy todos estamos enfermos de nuestra opinión"

E l último libro de Manuel Astur, el "ensayo emocional" titulado Seré un anciano hermoso en un gran país, lo colocó entre la lista de autores imprescindibles de su ge-neración, la de la treintena. Estuvo quince años en Madrid y Barcelona. Trabajó como productor musical y la crisis del sector le ayudó a tomar la decisión de romper con aquello para dedicarse a la escritura. Volvió a su casa para estar cerca de su padre enfermo, profesor jubilado, militante comunista de primera hora. Ahora vive "rodeado de belleza. Está a punto de terminar una novela cuyo tema es el aislamiento de la sociedad o, más bien, la imposibilidad de convertirse en un ermitaño. No cuenta más. Tiene esa superstición: no habla de lo que aún permanece inédito. Fue mod. Ahora lleva boina.

Dejó su empleo en el sector musical. Cambió dinero por tiempo.

Como se dice, empecé a comer menos pero a cagar mejor. Algo así fue.

¿Antes de eso quería ser escritor?

Llevo toda mi vida escribiendo, o no pudiendo evitar escribir. Que es distinto. Mi talento es la escritura. Soy artista, digamos.

La crisis le ayudó entonces a decidirse.

Lo bueno de la crisis es que quema muchos barcos y no te queda otra cosa que enfrentarte a ti mismo. Descubrirte.

¿Por qué se fue a vivir a un pueblo?

Porque mi familia es de aldea desde hace cinco siglos. Y ahí están todas mis raíces enterradas.

Criarse en un pueblo, ¿cuál es la diferencia?

La infancia es nuestra única patria. Cada uno está dispuesto a matar por lo que cree que es su patria. Pero en realidad está matando por sus recuerdos, por su infancia. Yo creo que los que nacemos en pueblos somos un poco más inocentes. Y aceptamos mejor la soledad. Me pasé la infancia muy solo. Sin otros niños, me refiero. Pero no estaba solo: tenía árboles para trepar, tenía playas, pájaros y animales. Tenía de todo.

De la nueva novela, la que habla de aislarse de la sociedad, ¿qué cuenta?

No voy a hablar de la novela, es una superstición que tengo. Nuestro principal problema hoy en día es que estamos expuestos, estamos actuando más que nunca. Somos a la vez programa de televisión y espectadores de nosotros mismos. No descansamos. Estamos empeñados en ser algo. Hay que ser algo todo el rato. Si corres, ya eres runner.

Vivir hoy es interpretar un papel.

Sí, ser un personaje, ser alguien especial. Pero como es imposible, porque no somos nada y eso nos deja insatisfechos, seguimos adelante, atacando a los demás, diciendo a los demás lo que tienen que ser, o metiéndonos con el que no es como nosotros. Buscamos un enemigo común al que echar la culpa. Ser anacoreta o ermita-ño hoy en día no es tanto irse al monte como, simplemente, dejar de tratar de ser algo y dejar ser a los demás. No opinar, no tener que estar todo el día opinando sobre temas que ni te interesan, ni conoces. Estamos enfermos de opinión.

Las redes sociales están llenas de opinantes.

Todo el mundo opina todo el rato, es una cosa agotadora. Vivir en el pueblo me evita ese bombardeo de opiniones. Es la enfermedad de las opiniones, todo se ha convertido en la barra del bar donde cuatro borrachos antes gritaban.

¿Usted participaba en las redes sociales?

Sí, claro. Las redes sociales han sido la gran revolución que hemos vivido. Han cambiado nuestro modo de comportarnos, de pensar y hasta de percibir la realidad. Ya nunca estamos solos. Solos como antes se solía entender. Cuando empezó Facebook yo estuve enganchadísimo.

¿Era de los que contaban su vida?

No. Yo hacía gamberradas. Era de los creadores de grupos. El grupo Señoras que van con una bolsa de plástico en la cabeza cuan-do llueve lo creamos unos amigos y yo. Era una barbaridad, hacías un grupo y a las diez horas tenías cien mil seguidores. Eran tiempos inocentes. Todo lo contrario que ahora. Podías decir todas las barbaridades del mundo; fiesta y desenfreno. Ahora han tomado el poder los neoconservadores, los neopuritanos.

¿Qué le gustaba de aquellas juergas en Facebook?

Podías decir cosas que no decías normalmente y te escuchaba un montón de gente. Y, claro, ligar. La vida sexual de los españoles ha mejorado un 500% gracias a las redes sociales.

He leído que ha dicho que toda la gente que usted quiere la conoció en las redes.

Mi padre, que es profesor, escritor, comunista, lo que se llamaba un intelectual progre de los años 70, siempre me dice que qué suerte he tenido con las redes sociales. Para él era dificilísimo en su época encontrar gente afín. Hoy pones que te gusta cualquier tontería y vas a encontrar a alguien. Ése es uno de los problemas de las redes, que siempre vas a a encontrar partidarios. No buscamos amigos, siempre estamos buscando partidarios, que es otra cosa.

Las redes refuerzan entonces nuestro fanatismo.

Somos fanáticos de nosotros mismos. Un fanático se define por lo que odia más que por lo que ama. En las redes estamos llenos de odio. También estoy bastante convencido de que luego sales a la calle y nadie te escupe, ni te pega. En las redes sociales más bien nos comportamos como borrachos. Internet es una realidad y la calle es otra, son complementarias pero este alarmismo, que también es muy interesado, no creo que sea para tanto.

¿Entonces esa vida virtual no va en serio?

No creo que vaya en serio. Obviamente, si algún día inventan un botón de aniquilar estaremos todos muertos. Nos dejaremos llevar por ese impulso. Pero Juan Soto, un amigo columnista que va a sacar un libro hablando de este tema, dice que en internet nos comportamos como al volante. Gente buenísima persona que luego montas en coche con ella y descubres a un monstruo. Soto dice que no hay que darle mucha importancia.

¿Cuál es su compromiso po-lítico?

No tengo compromiso político, tengo un compromiso moral y ético. Ya no puede haber más revoluciones. La revolución tiene que ser íntima y personal. Cada uno tiene que predicar con el ejemplo. Pongo en mi libro lo que decía Rilke: intento no hacer nada nunca que no le pueda decir al oído de un moribundo. No puedes exigir a los demás lo que tú no haces, es así de simple.

Eso quizás exija un nivel de responsabilidad y autodisciplina poco usual.

Somos una generación de bastantes niños mimados. Se nos educó para que fuéramos todo lo felices que en teoría no pudieron ser nuestros padres, quienes se dejaron los cuernos trabajando para que estudiásemos y lo tuviéramos todo. Somos una generación que está obligada a ser feliz.

¿Y lo son?

Creo que somos una generación tremendamente infeliz. Porque la felicidad es imposible, porque no estamos satisfechos.

Les hicieron infelices precisamente por imponer esa obligación de felicidad.

Y también porque no nos enseñaron a ser modestos. Hasta el último tontaina licenciado se cree que sabe más que nadie.

Una generación de "sobraos", vamos.

(Se ríe) Sí, creo que sí. Pero también le digo que en general somos buenas personas.

Hombre, habrá de todo.

Esto que he dicho suena muy tremendista, pero yo estoy convencido de que la humanidad es mejor que nunca. Soy pesimista en el día a día, pero muy positivo a largo plazo.

En el libro Seré un anciano hermoso en un gran país describe el alud tecnológico que cayó sobre su generación. Un día las únicas mujeres que podían ver eran las del catálogo de Venca y al día siguiente tenían todo el porno del mundo en internet.

Yo lo comparo con los pioneros que llegan al Lejano Oeste. Como los colonos que habían nacido en Irlanda y llegaron de adolescentes a California. Somos una generación puente. No nacimos con lo digital, aunque mi primer ordenador entró cuando tenía 11 años. Tenemos un pie en el siglo XX y otro en el XXI. Tenemos las libertades y la obligación de ser libres del XXI, pero con los remordimientos y las culpas del siglo XX.

¿Se sienten más culpables que sus padres o que sus hermanos mayores?

Es que hemos cometido más pecados. Infinidad. Me han educado como los educaron a ellos, pero yo no puedo evitar ser nativo del siglo XXI. A mí se me abrió un abanico de posibilidades que nunca tuvo nadie en mi familia.

No reconocemos nada. ¿Recuerda lo que se gritaba a los políticos: 'No nos representan'?

Pero sí nos representan. Millones de personas los votaron. Yo también estuve en el 15-M y lo decía. Era como un grito de 'iros a la mierda'. Pero sí nos representaban, los españoles los votaron y siguen ahí.

¿Del movimiento 15-M qué queda?

Desilusión. Yo decía que ele- gía no elegir. Lo escribí en mi blog: ni izquierda ni derecha, ni fascistas ni rojos, teníamos que dejarnos de esas cosas para poder cambiar las cosas. Si nos definimos, decía, podrán atacarnos. Ya no será el pueblo descontento, serán los rojos que están siempre protestando por sus chorradas... Y cometimos ese error. La acampada pasó de ser una cosa natural a, en un par de días, haber una comisión de feministas, otra comisión de veganos... Era ridículo, sentí que éramos niños jugando a la revolución. Queríamos tener nuestro propio Mayo del 68 y jugamos a ello.

Un simulacro. ¿Eso es generacional?

Yo no puedo hablar de mi generación. Yo hablo de mí y de mi entorno. Sin duda hay muchísimo de simulacro, nos gusta mucho jugar, somos muy jugones. Seguimos siendo niños y comportándonos como niños protegidos por nuestros padres. Y a los que vienen detrás también les pasa lo mismo.

¿Hay algún nexo en común entre los escritores de su edad?

Sí. Creo que somos la generación de escritores que, de media, mejor escribe. Algo muy llamativo que nos diferencia de las anteriores es que no tenemos complejos frente al mundo. Hemos nacido con internet. Hemos viajado. Ellos estaban muy acomplejados. Ambientaban sus novelas en Nueva York para hacerlas más internacionales, aunque el autor fuera de Soria. Eso es muy provinciano. Provinciano del Imperio americano. Eso lo tenemos superado. Tengo amigos escritores en Estados Unidos y dicen las mismas tonterías que yo digo o que dicen mis amigos españoles. Las fronteras se han diluido y los complejos también. Todo eso y también hablamos inglés.

¿Una cierta preocupación por España es un rasgo definitorio? En su libro aparece.

Eso también es cierto. Cuando saqué mi libro parece que se abrieron las puertas. Después salió el de Sergio del Molino (La España vacía), que me cita, y el de Juan Soto. Desde la Generación del 98 no había habido ese interés por España. Que te interese España no quiere decir que seas facha, ni siquiera que te guste España. Pero yo vivo en España, soy español y es muy importante en mi vida. Es el escenario donde me muevo. Cómo no me va a interesar, aunque sea para analizar por qué somos tan esquizofrénicos o por qué España es el único país del mundo donde criticar a tu país está muy bien visto mientras que decir algo bueno es terrible.

¿También pueden tener en común una búsqueda de lo cercano?

No sé si es algo de los escritores de mi quinta, pero sí es mi caso. Soy muy seguidor del filósofo catalán Josep María Esquirol, profesor de la Universidad de Barcelona. Tiene un libro que se llama La resistencia íntima y habla precisamente de la cercanía. Su tesis, explicada de un modo brutal, es que el mundo tal y como está concebido ahora nos disgrega, nos separa de nosotros mismos, nos convierte en animales de información, de opinión. Él dice que hay que volver otra vez a la mesa, al pan, al agua, a lo cercano, a lo que nos concentra, a lo que nos vuelve a convertir en quienes somos. Estoy totalmente convencido de que es así y es lo que yo busco. Él ha llegado ahí por los filósofos clásicos, pero eso ya lo decían en Oriente. El budismo zen dice que somos una cadena que tira de nosotros. Lo que hemos sido y lo que queremos ser están siempre en tensión. Por eso vivir es relajarse, vivir el momento. Eso está calando muy fuerte, pero, por desgracia, como siempre, el zen se pone de moda y la gente se hace fanática del zen.

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