La Provincia - Diario de Las Palmas

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Viajes

25 años del fin del 'apartheid'

Johannesburgo es una de las ciudades más peligrosas del mundo, con un índice de criminalidad que multiplica por cien el de España

Estatua de Nelson Mandela en Pretoria.

Entre 1991 y 1994 se normalizó la aberrante situación en que vivía la República de Sudáfrica desde que en 1948 se promulgaron las leyes de segregación racial: distintos derechos según el grupo humano al que se pertenecía, prohibición de matrimonios mixtos, espacios de vida y transportes diferenciados, falta de derechos políticos para quienes no fueran 'blancos', etc. Hace, por tanto, veinticinco años desde que desapareció el apartheid, un buen momento para acercarnos a ver cómo están las cosas. Llego a Johannesburgo desde Ámsterdam. Una chica de origen portugués nos recibe en el aeropuerto en un servicio previamente contratado y nos deja en el hotel, recomendándonos que no salgamos sin guía y que tomemos precauciones de seguridad. La ciudad está considerada una de las más peligrosas del mundo con un índice de criminalidad que multiplica por cien el de España, y donde la policía tiene fama de corrupta. Sin embargo, quiero cambiar euros por rand, la moneda sudafricana, y salgo a buscar un banco. Esa pequeña excursión, que acabó sin problemas y con rand en el bolsillo, me vale la recriminación del guía que al día siguiente nos enseña la ciudad y que nos va a conducir hasta el Parque Kruger.

Johannesburgo es la capital económica del país, con minas de oro, acerías, cementeras y otras industrias, con más de cinco millones de habitantes y poco que ver para un turista. Lo que si nos enseñan es el Estadio Soccer City o FNB Stadium (First National Bank), donde España ganó la final de la Copa Mundial de Fútbol de 2010. Los barrios de negros y blancos diseñados en la época del apartheid siguen cumpliendo su función, me dice el guía, es decir, siguen viviendo cada uno donde vivía. Europeos se ven pocos salvo en el centro comercial y de negocios de la ciudad.

Ir hasta el Parque Kruger en coche es una excursión que nos va a llevar un día completo. Salimos a primera hora de la mañana, paramos en el desfiladero del Blyde River Canyon para ver un paisaje agreste, bonito pero no más, me parece a mi, que muchos de los que se pueden ver en Canarias. Por la noche llegamos al hotel, un resort de los muchos que acogen a los visitantes del parque.También se madruga para ir a ver los leones, que nos esperan durmiendo, afición favorita sobre todo de los machos. En una camioneta habilitada con asientos recogemos a otros turistas de otros hoteles desperdigados en treinta o cuarenta kilómetros alrededor del parque y a las siete entramos en él donde nos cambian de coche y de conductor que ahora es un empleado de esta reserva que tiene casi cien años de existencia como tal y que ahora, compartida con Zimbabue y Mozambique, alcanza los veinte mil kilómetros cuadrados.

El plan es pasar el día buscando 'los cinco grandes': el león, el búfalo, el elefante, el rinoceronte y el leopardo. Los animales del parque están acostumbrados a los turistas y no se esconden pero tampoco se muestran con facilidad. Para poder verlos es necesario que el conductor, con un walkie-talkie, se comunique con otros conductores y entre ellos se informan de dónde hay leones, rinoceronte? Los elefantes, jirafas, antílopes, hienas y otros muchos son fáciles de encontrar pero los huidizos rinocerontes exigen que cuando el chofer sabe por su sistema de radio que hay uno en algún lugar, ponga el coche a toda marcha para llegar a verlo antes de que desaparezca entre la fea vegetación -para mi una desilusión- de la zona. El coche tiene mala suspensión, hace calor y los asientos son incómodos. ¡Con lo bien que los veo yo en La 2 después de comer!

No me convence la experiencia, pero la repetimos el día siguiente. Estaba organizada y pagada. La directora del hotel es de etnia europea. Todos los demás, africanos, aunque unos son zulúes y otros xhosa que se diferencian bastante claramente por su tipo y facciones. Por la noche busco la Cruz del Sur entre las estrellas que veo desde nuestro poco luminoso hotel. No sé si la encuentro, pero identifico una que podría ser. El universo es muy distinto desde aquí al que se observa en Canarias.

Volvemos, siempre en coche aunque más cómodo, a Johannesburgo. Pasamos por campos bien cultivados y otros abandonados. No veo a ningún europeo en el trayecto y me cuentan que han dejado el campo porque se sentían inseguros y porque las leyes del país han obligado a una reforma agraria que ha puesto en manos de los africanos muchas tierras, pero poca maquinaria agrícola y pocos medios para tener cultivos rentables. Parece que poco a poco se va recuperando la normalidad, aunque tardará décadas en conseguir la eficiencia de hace unos años ahora que está, este sector, en manos de los africanos.

Y lo que ocurre en la agricultura se podría extrapolar a otros sectores ya que han dejado el país muchos sudafricanos de origen europeo. Sólo a Australia han emigrado cerca de un millón de personas. Esta pérdida de capital humano es un hándicap para el esperado desarrollo industrial y económico. Visitamos Pretoria, la capital ejecutiva del país. Ciudad del Cabo es la capital legislativa y Bloemfontein, que no visitaré, la correspondiente al poder judicial.

Pretoria se ofrece bien construida con un bonito museo, el Museo del Transvaal, con muy interesantes colecciones de historia natural y de antropología, con algún espécimen de los australopithecus. Me hago una fotos al pie de una gran estatua levantada en honor de Nelson Mandela. Pienso que se la merece. No he visto, en esta corta visita, ni un solo europeo en la ciudad. Sí he comprobado muchos establecimientos chinos. Bastantes más que en Las Palmas. Parece que China promueve una nueva 'colonización' de África a través del comercio. Paramos, antes de llegar al aeropuerto de Johannesburgo, que es nuestro destino, en una gasolinera en cuya tienda anexa se pueden comprar todo tipo de animales disecados (ni la jirafa ni el león me cabrían en la maleta).

Llegamos esa misma noche a Ciudad del Cabo, una ciudad de costa, abierta al mar en los últimos años en una operación urbanística parecida a la de la olimpiada de Barcelona. Me cuentan que es mucho más segura que cualquier otra del país gracias a una buena alcaldesa y a que sus habitantes son en mayoría gente acomodada (de etnia blanca, ¡of course!).

En un bus turístico vemos la ciudad: su centro, es el núcleo urbano más antiguo de Sudáfrica ya que aquí se asentaron los holandeses a comienzos del siglo XVII. Sus playas, abiertas a la bahía de la Mesa (la Mesa es una pequeña meseta a la que subiremos y que domina la ciudad), Robben Island (la Isla de las Focas), donde está la cárcel, tipo penal de Alcatraz, en el que estaba preso Mandela (durante 27 años) y el puerto donde se encuentra el Victoria y Albert Waterfront, una zona de ocio y restaurantes, donde comemos (muy bien, por cierto).

En los días que vamos a estar en esta ciudad nos damos cuenta que se habla mucho en africaans la lengua de los bóer, oficial en el país junto con el inglés, y que se impone en las zonas que fueron holandesas entre los bóer y los coloured que trabajaban (y siguen trabajando) para ellos. La temperatura es agradable y tiene varios lugares cercanos dignos de ser visitados. El que más me gusta es el Cabo de Buena Esperanza, un sitio con fuertes remembranzas históricas y en donde uno piensa en Bartolomé Díaz que llegó aquí en el siglo XV, en su deseo de descubrir mundo.

En la excursión un coche nos lleva hasta las cercanías del faro que separa los océanos Índico, de aguas cálidas, y Atlántico, de aguas frías, lo que garantiza fuertes vientos y grandes olas (de ahí el nombre de Cabo de las Tormentas con que fue bautizado originalmente por Bartolomé Díaz ). Abajo, en la playa un cartel señala el lugar exacto de ese encuentro interoceánico y allí me fotografío como todos los turistas que han venido a este lugar. Cerca de nuestro coche hay monos, macacos, que se muestran agresivos cuando nos acercamos. Están acostumbrados a robar a los turistas las bolsas que llevan en las manos y a saquear los coches si sus incautos ocupantes se dejan una ventanilla abierta. No me gusta el plan.

También vamos a ver focas, a ver pingüinos, la especie que vive más al norte en todo el mundo, a otro museo de Ciencias también muy interesante. Comemos y cenamos en el Waterfront, logradísimo aprovechamiento de la zona portuaria, como en otras ciudades que han sabido hacerlo, no así en Las Palmas (todavía).

Reitero que la población es europea, de origen holandés para más señas, en Ciudad del Cabo, pero el servicio siempre de africanos. En los restaurantes los comensales son blancos, los camareros negros en general. Tampoco en el aeropuerto veo muchos africanos entre el pasaje cuando volvemos a Johannesburgo. Claramente hay un apartheid económico que no ha sido superado.

Las leyes son igualitarias y garantizan la democracia y la libertad. Parece que el país, en la escala de África progresa económicamente, pero el reparto de la riqueza no acaba de llegar y eso hace que se mantengan los barrios de negros, que no pueden mudarse a otros. Ahora, la ley dice que "los recién nacidos no serán clasificados por razas", pero, me temo que siguen clasificados económicamente.

Sudáfrica es un gran país, más de un millón de kilómetros cuadrados, con grandes riquezas mineras, con un sector primario en condiciones naturales óptimas para crecer y una industria que es de las primeras de África. Por tanto, tengo la ilusión de que, igual que el Cabo, que tanto me ha gustado ver, pase de ser un país de Tormentas a uno de Buena Esperanza. Poco a poco cada sudafricano encontrará su sitio sin que constituya un hándicap o una suerte tener la piel negra o blanca.

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