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Entrevista: Juan José Millás

"Los que dejan el papel solo leen titulares"

"Hacen falta periódicos interpretativos que den por hecho que los datos ya se saben", manifiesta el periodista y escritor

"Los que dejan el papel solo leen titulares"

Los niños entienden mejor los silencios que las palabras. A Juan José Millás (Valencia, 1946) se le cayó el mundo encima cuando con seis años dejó las playas y la luz del Mediterráneo para trasladarse con su familia a un barrio obrero madrileño con el prometedor nombre de Prosperidad, entonces un sitio frío, yermo y sin mar donde le salían sabañones. Sus padres trataron con escaso éxito de convencerle de que aquel viaje era una aventura fantástica. Lo que sucede en la niñez se reedita toda la vida. La confusión y el desasosiego se instalaron entonces en la mente de aquel niño, hoy uno de nuestros grandes novelistas que no reniega de su condición de columnista y reportero de éxito en los periódicos, entre ellos los de Editorial Prensa Ibérica. "Un día que hacía frío me refugié en una biblioteca, cogí un libro al azar y eso marcó el rumbo de mi existencia". Tardó veinte años en volver a Valencia, su paraíso perdido, por temor a sentirse defraudado de aquella idealización infantil. "Yo tengo mucho de niño ", se reafirma tras culminar su nueva novela, Mi verdadera historia (Seix Barral), que contiene un dogma inapelable: vivimos dominados por el azar. Millás alimenta sus novelas y sus trabajos periodísticos de sus experiencias cotidianas, con personajes cercanos desconocedores de hasta qué punto son observados por un escritor con la inspiración en alerta permanente. Ahora pasa temporadas escribiendo sin descanso en Muros del Nalón (Asturias) mientras llena su casa madrileña de libros que invaden todos los rincones, precisamente cuando una de sus actuales preocupaciones es la revolución digital que, asegura, asusta a unos ciudadanos sin horizontes, sometidos a unos políticos que gobiernan para un mundo que ya no existe. Cada una de sus frases durante esta charla periodística con Epipress es un titular irónico y paradójico. Por no hablar de sus silencios, tan elocuentes...

No sé por qué la descripción de la escena de tirar la canica desde un puente me recuerda a Match Point, la película de Woody Allen, porque un hecho aparentemente insignificante puede cambiarte la vida. Es una apreciación tonta, ¿verdad?

No. El niño arroja la canica para ver cómo funciona la ley de la gravedad sin poder imaginarse las consecuencias que ese acto tendrá para el resto de su vida. La vida funciona así y no suele estar determinada por las grandes decisiones que tomamos. Vivimos dominados por el azar y como no soportamos esa idea nos engañamos haciéndonos creer que somos fruto de nuestra propia planificación.

¿Qué hecho aparentemente insignificante marcó su vida?

Un día en el que hacía frío en la calle y entré a una biblioteca en el barrio de Prosperidad de Madrid. Como solo se podía estar en silencio cogí un libro al azar, Cinco semanas en globo de Julio Verne, y caí dentro de esa novela. En mi casa no había tradición lectora y ese hecho me convirtió a mí en lector y determinó el resto de mi vida.

¿De quién es la verdadera historia que usted narra en su nueva novela?

Es la vida de cualquier adolescente que tiene un secreto. Todos los adolescentes los tienen y algunos, aunque de poca entidad, marcan mucho. El mundo de los adolescentes es un mundo de secretos y por eso perturban tanto a sus padres.

¿Cómo ha conseguido dar marcha atrás en el tiempo para meterse en la cabeza de un adolescente de doce años y comprender cómo actúa en su mente el accidente, la muerte, la enfermedad y la ruptura de sus padres?

No lo veo como una dificultad. Yo tengo mucho de niño y también de adolescente porque en la madurez también hay misterio y confusión.

¿Dónde se ha inspirado usted para encontrar en el amor por Irene la salida del túnel en que le habían metido su sentimiento de culpa y el mundo que se desmoronaba a su alrededor?

El sentimiento del amor es esencial en la adolescencia y por eso no podía faltar en este libro una historia de amor que se vive como salvación interna incluso cuando destruye.

¿Qué hay de autobiografía en esta novela?

Me alimento de mis experiencias y de las de personas cercanas para metamorfosear esa experiencia. No es un libro autobiográfico en su literalidad pero en la esencia seguro que sí lo es.

¿Son sus novelas su sombra?

En cierta medida las novelas, tanto las escritas como las leídas, acompañan a los autores como sombras.

¿Sufre usted al escribir?

Sufro cuando no doy con la palabra o la frase adecuada. Es un miedo a no estar a la altura que con los años se atenúa pero nunca desaparece.

Veo que a usted eso no le pasa.

Gracias a mi faceta como periodista. Al editor de un periódico no le puedes decir que no te sale una palabra. No imagino mi vida de escritor sin los periódicos y no considero tampoco que mi obra periodística sea menor que la literaria.

¿Qué hay de usted en Mi verdadera historia que no se ha atrevido a confesar hasta ahora?

Hay cosas inconfesables a lo largo de toda una vida, pero no es el momento de confesarme ahora.

Dice usted que todo sucede en la infancia. ¿Cómo le ha marcado a usted su niñez?

Lo que sucede en la niñez se reedita durante la adolescencia y después a lo largo de la vida. No podemos cambiar el pasado pero sí la relación que tenemos con él. A mí me marcó el traslado de Valencia a Madrid cuando tenía seis años. Mis padres me lo vendieron como una aventura fantástica pero ellos lo vivían como un drama. Los niños entienden mejor los silencios que las palabras.

¿Cómo fue aquel drama?

Imagine. Llegué a un sitio yermo, frío, sin mar y en el que salían sabañones. Convertí a Valencia en un paraíso perdido y no volví hasta pasado los 20 años por miedo a que la imagen que había construido fuese una fantasía.

¿Lo era?

Cuando regresé, Valencia no me defraudó y me siguió pareciendo un territorio mítico y un paraíso perdido.

Cualquier vida es interesante. Usted lo mismo se las inventa que describe con minuciosidad asombrosa la vida de un científico como López Otín. ¿En qué registro se siente más cómodo en la ficción o en el periodismo?

Me siento cómodo alternando. Con los hallazgos que hago en periodismo mejoro mis novelas y con los que descubro en las novelas nutro mis artículos.

¿Por qué cree que el periodismo ha caído tan bajo mientras se han disparado los blogueros y los influencers a través de las redes sociales?

El dejar de comprar papel ha hecho que los lectores solo lean titulares por la incomodidad del soporte y en la mayoría de los casos, porque las noticias en internet suelen estar mal escritas.

Algo habremos hecho mal también los periodistas, ¿no?

Hemos confundido información con datos y los datos no son información hasta que no se interpretan. Hacen falta periódicos interpretativos donde los editores den por hecho que los datos ya se saben.

¿Qué parte de razón tiene Ignacio Sánchez Cuenca al denunciar la desfachatez intelectual de figurones que pueden tener sus méritos en sus especialidades respectivas pero que se convierten en predicadores de mil cosas en las que son unos ignorantes?

Tiene razón porque escribir bien no significa que seas un buen analista. El que tiene el privilegio de escribir en un periódico tiene que conocer sus límites.

¿Qué retornos recibe usted de sus columnas periodísticas?

Muchos. Cuando una columna funciona enseguida recibes señales y ahora más con las nuevas tecnologías. Antes me paraban en el metro y uno se da cuenta de que a veces la columna que tiene más éxito no es en la que has puesto más pasión. El lector es muy agradecido y procuro no convertir mi faceta de articulista en un oficio para que cada vez que me pongo a escribir sienta las mismas mariposas en el estómago que sentí cuando escribí mi primer artículo.

Los progres le adoran pero también hay quien del otro lado le detesta. ¿Me equivoco?

Supongo que sí, pero creo que hay una zona más templada en donde gente que no piensa como yo disfruta de mis escritos y gente que piensa como yo me critica. En España hay una zona templada que decide quién gana las elecciones.

Como voyeur de la gente, ¿sabemos por fin lo que nos pasa?

Lo que yo veo es que en España se ha instalado una sensación de miedo al futuro que no sabemos gestionar. La indignación individual se puede transformar en colectiva, lo mismo que la alegría, pero, ¿qué pasa con el miedo? Todos esos miedos necesitan de una gestión política que no encuentran. Vivimos con más miedo que indignación, en una sociedad asustada ante la visión de un mundo sin horizontes. Los gobiernos gobiernan para un tiempo que ya no existe, los ciudadanos lo perciben y cuando no hay relato aparece el miedo.

Usted ha dicho que espera morirse cuando desaparezca el papel. ¿Por qué?

Lo que quiero decir es que cuando desaparezca el papel desaparecerá la cultura que yo he conocido y que ha prevalecido desde hace 500 años. Estamos ante un cambio de tal magnitud que no se pueden calcular sus efectos y nos encontramos sin armas.

Pero no deja de ser un cambio irreversible?

Exacto. Es un cambio de paradigma que requiere de una inteligencia política que no hay. Aquí nadie habla de la robotización, ni de la renta universal, ni del reparto de riqueza, ni del reparto del trabajo ni de la superpoblación que habrá en nada en un mundo de recursos limitados. Lo peor es que se ha roto la cadena de la culpa y del remordimiento y eso conduce a sociedades psicopáticas en las que la empatía desaparece.

¿Qué tienen que hacer los periodistas para volver a atrapar al lector que se va a unas redes sociales donde impera la manada sobre el espíritu crítico, imprescindible para vivir en libertad?

Estar cerca de la gente y escribir bien. Si no lees es imposible que escribas bien.

¿Quiénes son hoy sus autores de cabecera?

Sigo leyendo a los que contribuyeron a mi formación en las décadas de 1960 y 1980. La literatura del siglo XIX, Madame Bovary, Crimen y Castigo, Tolstoy, Joyce, Kafka y autores del nuevo periodismo como Truman Capote o Kapuscinski. También me dejó llevar por mi olfato al entrar en una librería y leer algo de escritores que no conozco. Solo con leer la primera página de un libro sé si ese libro es para mí.

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