La Provincia - Diario de Las Palmas

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LA ESPUMA DE LAS HORAS

Érase una vez un sueño de justicia

El asesinato del juez Giovanni Falcone y su esposa hace 25 años en Capaci tensó aún más los años de plomo

En 1992, Palermo sufría unos años de plomo comparables a los de Chicago en la década de los veinte. Los cadaveri eccellenti se sucedían diariamente en las calles. Aquella salvaje carnicería contra las fuerzas del orden protagonizada por la violencia de los corleoneses fue conocida por mattanza, utilizando el símil, recurrente entre gánsteres, de la sangrienta y cruel pesca del atún. Se traducía en tiroteos, explosiones delante de los cuarteles de Policía y bombas en edificios, públicos y privados.

Tras la desaparición del periodista Mauro De Mauro, llegaron los asesinatos de varios carabineros, del jefe de la brigada móvil y de Cesare Terranova, el juez que había dirigido las primeras investigaciones contra el crimen organizado. En el momento más intenso de la cacería de figuras públicas, se produjo en 1981 el asesinato de Pio La Torre, líder del PCI en Sicilia y uno de los políticos más comprometidos contra los mafiosos. Entonces, el Estado envió de prefecto a la Isola al general Carlo Alberto Dalla Chiesa. Su experiencia tanto con la Cosa Nostra como con el terrorismo de izquierda le hacían una persona idónea para combatir la inusitada ola de violencia. Y seguramente lo habría sido por la fuerza de los hechos si no hubiera advertido a su llegada la firme determinación de acabar con la connivencia entre política y mafia. A los pocos meses de estar en Palermo lo ametrallaron a él, a su esposa y a su escolta cuando circulaba en automóvil.

El 29 de julio de 1983, una bomba de la Cosa Nostra hizo saltar por los aires al juez jefe de instrucción de Palermo Rocco Chinnici, a dos de sus guardaespaldas y al conserje del edificio donde vivía. Otro magistrado siciliano, Antonino Capponetto, aguardaba en Florencia el momento de su jubilación, dedicado en cuerpo y alma a la cría de canarios, la mayor de sus aficiones.Impresionado por la brutal muerte de su compañero, sintió la llamada del deber y envió una solicitud para ocupar el puesto del juez asesinado. En el Palacio de Justicia, apodado del Veleni por sus vaivenes y rencillas entre los magistrados -los tibios que miraban para otro lado y los que estaban en la nómina de los mafiosos- tenían las pistas para saber que se enfrentaban a un poder criminal sin el respaldo concluyente del Estado. Allí mismo reunió a sus leales. Giovanni Falcone, Paolo Borsellino, Giuseppe Ayala, Leonardo Guarnotta, Guiseppe Di Lello y Giacomo Conte, junto a un pequeño y heroico grupo de carabineros, pasaron a formar parte de la mejor memoria del país. Cambiaron la historia aplicando métodos de investigación, hasta el momento desconocidos, que empezaron a dar sus frutos. A ellos se sumaron los testimonios de los arrepentidos y una nueva vía de imputación criminal que acabaría desembocando en el maxiproceso de Palermo. Los políticos de Roma, el primero de ellos Bettino Craxi, entonces jefe del Gobierno, lo vieron como una posibilidad de ofrecer una pantalla de eficacia frente al delito organizado.

Pero entonces vino aquel sábado 25 de mayo, anteayer se cumplieron cinco lustros. La tierra tembló como si se tratase de un terremoto tragándose a Giovanni Falcone, su mujer Francesca Morvillo y la comitiva que le acompañaba, en Capaci, antes de una curva, en la carretera que comunica el aeropuerto de Punta Raisi con Palermo. Asesinados por orden de Salvatore Riina, en un atentado que llevaron a cabo Giovanni Brusca y Nino Gioè haciendo estallar mil kilogramos de explosivos colocados bajo la autopista. En una tarde calurosa, en medio de una luz violenta se esfumó el sueño de justicia de un gran italiano que mantenía una respetuosa nostalgia por la fe, el rigor y la decencia. El magistrado que se había dedicado sin tregua y con total compromiso a combatir la CosaNostra.

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