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Aniversario de un vuelo histórico

Viaje alucinante al corazón del sol

Ocurrió el 30 de junio de 1973, un avión Concorde partía del aeropuerto de Gran Canaria dispuesto a seguir la trayectoria de un eclipse. El resultado fue tan excepcional que aún se mantiene entre los grandes logros de la ciencia

El prototipo de Concorde despegando del aeropuerto de Gran Canaria para iniciar el seguimiento del eclipse. Cedidas John Beckman

Los eclipses despiertan siempre una atracción casi fatal. De manera irremediable, a la hora señalada, todas las miradas apuntan al cielo tratando de seguir esa estela: el momento mágico en el que la luna se cruza con el sol y lo tapa. Este suceso suele durar unos minutos, un tiempo mínimo en el que apenas se percibe el fenómeno en toda su complejidad. En junio de 1973 los científicos de medio mundo estaban en alerta. A finales de ese mes estaba previsto que se produjera un eclipse más largo de lo habitual, desde tierra podría haberse observado durante siete minutos. Pero a un grupo de astrofísicos del Reino Unido y de Francia se les ocurrió llevar a cabo un experimento especialmente curioso. Entre estos científicos se encontraba el profesor John Beckman, que en la actualidad imparte docencia en la Universidad de La Laguna y es asiduo colaborador del Instituto de Astrofísica de Canarias.

La idea era lograr meterse en un avión que fuera lo suficientemente rápido como para alcanzar la velocidad de la Tierra en su rotación. Esto suponía poder disponer de un aparato que pudiera superar los 1.600 km por hora. La única aeronave que podría servir para este experimento era un prototipo de Concorde que se estaban fabricando en Toulouse.

En realidad la propuesta de los científicos consistía en hacer desde la nave el mismo recorrido que la trayectoria del eclipse solar, volar en la misma dirección que la sombra de la Luna, pegarse a ella y poder observar de cerca este fenómeno. Un experimento que les iba a permitir hacer un estudio del sol, sobre todo de su corona, la parte más externa del astro, durante 74 minutos, diez veces más tiempo que desde una ubicación fija en la tierra.

El profesor John Beckman lo recuerda aún con mucha emoción. No sólo porque se consiguió un éxito notable, despertando la envidia del resto de la comunidad científica, sino porque sus logros, esa posibilidad de ver de cerca la corona y la cromosfera del sol durante esos intensos minutos sigue siendo uno de los hitos históricos que no han sido superados a pesar de contar con muchos más avances.

Para Beckman lo más impactante fue poder ver a través de las ventanas de la aeronave esa zona de luz y de sombra a medida que el eclipse tapaba y destapaba el sol.

Fue casi como cumplir un sueño, desde el interior de aquel Concorde seis científicos lograron pasar a la historia con un experimento incuestionable. Y toda esta proeza comenzó a gestarse desde Canarias, concretamente desde el aeropuerto de Gran Canaria, donde despegó este prototipo de avión de velocidad supersónica. Además hay que destacar que en este caso, el Archipiélago también debe pasar a la historia como el primer lugar de España en el que aterrizó uno de estos aparatos. De manera oficial, el primer Concorde que llega a la península lo hace en el Aeropuerto de Barajas en 1977 bajo patrocinio del Corte Inglés. Es verdad que la aeronave que llega a Gran Canaria no lo hace con pasajeros sino para llevar a cabo un experimento científico a la mayor velocidad y precisión que fue posible. Su reto consistía básicamente en perseguir al sol.

Arreglos al Concorde

Para poder llevar a cabo este proyecto tienen que realizar una serie de ajustes en la aeronave. Todo el operativo se diseñó en Toulouse a principios de mayo de 1973 con investigadores de Estados Unidos, Reino Unido y Francia. El Concorde se convirtió en un gran laboratorio. Uno de los ingenieros que forma parte del grupo es Jim Lesurf, del departamento de Física y Electrónica de la Escuela de Física y Astronomía de la Universidad Saint Andrews, en Escocia. Lesurf recuerda que fue preciso perforar el techo de la aeronave para colocar ventanas de cristal de cuarzo con el fin de poder observar el sol, "los británicos, al enterarse de los cambios en la estructura del aparato, se mostraron contrarios, pero los científicos consultaron a Air France, que estuvo encantada de participar en el experimento".

Antes de realizar la proeza de hacer un seguimiento del sol, los científicos y el equipo técnico tuvieron que hacer algunos viajes de pruebas. Tanto Lesurf como Beckman reconocen que sufrieron pequeños percances, sobre todo cuando en medio de una nave reestructurada como laboratorio el avión tuvo que enfrentarse a grandes vibraciones. En su cuaderno de bitácora, Jim Lesurf cuenta que "era muy incómodo y en el avión apenas había asientos. Hasta el punto que los científicos se agarraban a lo primero que se encontraban para poder mantenerse en equilibrio en aquellos ejercicios previos".

Entre las muchas anécdotas, este ingeniero escribe que en uno de aquellos vuelos, el avión debe acelerar lo máximo y además se coloca en un ángulo muy empinado, el resultado fue que alguno de los ocupantes acaban colgados de sus asientos, y él que estaba tratando de aflojar un tornillo con un destornillador dice: "No logré girar el tornillo, el que giré fui yo".

Evidentemente el éxito de aquel experimento también residía en la maestría del equipo de vuelo, sobre todo el comandante de la aeronave, que tendría que ejecutar un vuelo perfecto para poder seguir la trayectoria de un eclipse, a la velocidad que gira la tierra.

Los integrantes del proyecto, liderados por John Beckman, consideran que el mejor lugar para llevar a cabo el experimento se encuentra en Canarias. La elección se toma por seguridad y también para aprovechar la sombra que va dejando el eclipse en su paso por África. El prototipo del Concorde llega a Gran Canaria el 27 de junio de 1973. Jim Lesurf en su Diario de Bitácora, en el que cuenta todo lo que sucedió en este viaje alucinante, recuerda que cuando llegan a la isla hay calima y entonces deben ser ellos mismos los que se ponen a limpiar las ventanas que se habían colocado en el exterior del Concorde, "se subieron a lo alto del avión y se procedió al realizar el ejercicio de limpia y pule. Tal vez uno de los episodios más extraños de limpiacristales en la historia de la astronomía o la aviación".

También cuenta alguna anécdota curiosa, un malentendido que surgió con los militares que vigilaban el aeropuerto. Sobre todo porque ellos decidieron coger uno de los jeep que encontraron para trasladar los 100 litros de helio líquido que necesitaban para enfriar el detector de infrarrojos que tenían que utilizar en las mediciones. Era necesario alejarlo del sol y dejarlo en otro recinto que estuviera a la sombra, "en ese momento, algunos guardias empiezan a correr detrás de nosotros y nos apuntan con sus armas. Resultó que el jeep pertenecía al comande del aeropuerto. Afortunadamente, después de algunas discusiones en una extraña mezcla de inglés, francés y español se obtuvo el permiso para utilizar el cobertizo". Sobre todo explica Lesurf, los militares terminaron por aceptar este traslado al explicarles que el helio si se dejaba al sol podría explotar".

Al final, y a pesar de estos pequeños incidentes sin importancia el Concorde despegó con éxito, a la hora establecida, siguiendo la estela del eclipse solar durante 74 minutos.

A bordo de la nave un equipo de seis científicos, a los que se suma la tripulación de aquel prototipo de Concorde emprendió la aventura. El avión atravesó el Sáhara y entró de lleno en el eclipse de sol a la altura de Mauritania.

Son momentos de plena tensión. La aeronave llega a alcanzar los 20 kilómetros de distancia con respecto a la tierra. El profesor John Beckman lo recuerda como uno de esos momentos inolvidables. A medida que la nave se aleja, el cielo se vuelve más negro. Por las ventanas se observa la zona de sombra, la penumbra, y en un instante, reaparece la luz.

Beckman señala que como tenía las dos manos ocupadas había puesto una grabadora pegada al techo de la nave, así puede ir narrando todo lo que ve. Precisamente este detalle les va a servir para determinar con exactitud la estructura de la cromosfera solar con una resolución de 0,3 segundos de arco, ese es el tiempo que transcurre desde que él grita al ver la cromosfera y también cuando deja de verlo. Un hallazgo inesperado en un viaje alucinante. Entre otros grandes resultados, de este curioso experimento salieron las primeras observaciones de infrarrojos del sol

Dónde aterrizar

El mayor problema se les presentó a la hora de buscar un lugar idóneo en el que aterrizar, al final se decantan por el Chad. Cuatro horas más tarde, aquel desconocido avión supersónico regresa a tierra. John Beckman cuenta que al bajarse de la nave se dan cuenta que están en el límite de la pista, falta muy poco para salir fuera. Gracias a la pericia del comandante André Turcat, el aterrizaje no termina convertido en un gran desastre.

Entonces los científicos no lo sabían pero la aeronave en su disputa por seguir al sol había superado con creces la velocidad del sonido. Sin embargo, el jefe de pruebas del Concorde, cuando fue entrevistado después de esta ventura, sólo dijo que su única preocupación había sido que no tenía claro qué poner en su diario, "no sé si el vuelo fue de día o de noche" comentó en tono sarcástico.

La noticia de este experimento dio la vuelta al mundo, el éxito de la misión había sido notable, y como insiste en señalar el profesor de la Universidad de La laguna y colaborador del Instituto de Astrofísica de Canarias, "a pesar del tiempo transcurrido, seguimos ahí, como los primeros que hemos observado un eclipse durante 74 minutos".

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