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El crimen que mató al miedo

Su tío Antonio Blanco, su compañera de partido Amaya Fernández y el alcalde de Ermua recuerdan al edil secuestrado y asesinado por ETA hace dos décadas

"Vivíamos en el País Vasco, sabíamos hasta cierto punto que ETA mataba sin piedad, pero nunca piensas que te va a tocar a ti". Así se expresa Antonio Blanco, hermano del padre de Miguel Ángel Blanco, que convivió con él durante su juventud en Ermua y que hoy solo puede llevarle flores a Faramontaos, donde descansan sus restos desde hace diez años.

"Estaba en Ourense con mi madre, me enteré por los medios de comunicación de que el secuestrado era mi sobrino. Llamé a casa de mi hermano, estaban destrozados. Escondimos el televisor para que mi madre no se enterase de nada de lo que pasaba, no sabíamos cómo decírselo pues en aquel momento ya estaba delicada de salud. Cuando supe que habían encontrado un cuerpo y que era Miguel Ángel se lo tuve que contar? Son momentos que no se olvidan", lamenta Blanco.

El final de ETA se empezó a escribir hace ahora veinte años. La calle habló por primera vez más alto que los tiros y el terror. El secuestro de Miguel Ángel Blanco provocó que la inmensa mayoría de la sociedad vasca perdiese el miedo a expresarse. Y la parálisis que había reinado previamente en Euskadi se desvaneció porque eran más los que estaban del lado de la democracia que del de las armas de fuego.

Era jueves, 10 de julio de 1997. Un joven llamado Miguel Ángel Blanco, recién licenciado en Empresariales, había acudido a su trabajo en la empresa Eman Consulting por la mañana sin que nadie pudiera presagiar cómo terminaría su día. A mediodía, se acercó a comer a casa de sus padres en Ermua como era habitual y se subió de vuelta en el tren de las 15.20 horas para regresar a Eibar, donde estaba la oficina en la que ejercía como contable. Una actividad que compaginaba con la política, estaba en su primer mandato como concejal por el Partido Popular en su pueblo.

Le estaban esperando. Se bajó del tren en Eibar cerca de las cuatro de la tarde pero nunca llegó al trabajo. En la jerga de ETA se decía que iban a 'levantar un concejal'. El de Blanco fue un secuestro con amenazas al Gobierno y con un plazo de vencimiento de cuarenta y ocho horas. Una cuenta atrás que marcó para siempre el destino de sus familiares, sobre todo el de sus padres, Consuelo y Miguel, y el de su única hermana, Mari Mar. Un tic-tac que cambió el escenario político y social para ETA, aunque el cese de la violencia armada no llegó hasta octubre del 2011, catorce años después y con más de ochocientos muertos a sus espaldas.

Carlos Totorika, alcalde de Ermua en 1997 y todavía hoy en el cargo, explica que desde el primer momento pensó en que ETA terminaría asesinando a Miguel Ángel. "Probablemente porque llevaba ya más de veinte años conociendo a esta banda terrorista y sabía que su método de trabajo consistía en asesinar", apunta, "pero también tuve claro que había que intentarlo, que luchar por su vida. Teníamos que movilizarnos en lugar de quedarnos quietos como había sucedido hasta entonces". Fue el primero en llamar a la movilización ciudadana.

Lo que no sabía Miguel Ángel era que ya lo habían intentado secuestrar, sin éxito, el día anterior. El comando dirigido por Francisco Javier García Gaztelu, alias Txapote, del que también formaba parte la etarra Irantzu Gallastegui, Amaia, pasó unos días escondido en Eibar hasta lograr su objetivo.

Aquel mes de julio había comenzado con celebraciones tras la liberación del funcionario de Burgos José Ortega Lara. Quinientos treinta y dos días de secuestro que tuvieron un final feliz gracias a un error de la banda terrorista y a la audacia de los investigadores de la Guardia Civil.

Quienes trabajaban en materia antiterrorista por aquel entonces sospechaban que ETA no dejaría pasar la oportunidad de tomar represalias. Y Miguel Ángel se convirtió en un blanco fácil para los terroristas. Empezaba a apuntar maneras, decía lo que pensaba sobre política y no llevaba escolta porque nadie sabía quién era fuera de su entorno.

Al secuestrarlo ese jueves, la banda terrorista le dio al Gobierno hasta las 16.00 horas del sábado para que acercase a las cárceles de Euskadi a sus presos. Un chantaje al que el Ejecutivo de José María Aznar no podía sucumbir.

Lo tuvieron atado de pies y manos en el maletero de un coche durante todo el secuestro. Miguel Ángel volvió a ver la luz solo para recibir los balazos que provocaron concentraciones por todo el país y la proliferación de lazos azules en las solapas en repulsa por su secuestro. Medio millón de personas recorrió la mañana de aquel sábado el centro de Bilbao, fue la movilización más numerosa de la historia de Euskadi. Todos los partidos políticos, con excepción de Herri Batasuna, habían convocado a la ciudadanía ese 12 de julio. Una marcha en la que también participó el presidente del Gobierno. Allí, apenas tres horas antes de que venciera el plazo para la ejecución, Mari Mar Blanco pidió "buena voluntad" tanto al Gobierno como a los terroristas.

La familia mantuvo la esperanza hasta el último momento. Sin embargo, años después, Jaime Mayor Oreja, entonces ministro de Interior, aseguró que siempre tuvo claro que no se podía negociar y que trabajaron esos tres días temiéndose lo peor sin poder compartirlo con nadie.

Echando la vista atrás, Carlos Totorika sostiene que todo lo que derivó del secuestro y asesinato de Miguel Ángel "mereció la pena porque aquellas movilizaciones consiguieron activar la participación de los ciudadanos, que se superara el miedo y, con el paso del tiempo, la derrota de ETA".

"Yo tenía veintidós años, lo viví como la inmensa mayoría de los jóvenes vascos, con mucha impotencia porque no podía comprender ese grado de maldad", argumenta Amaya Fernández, otra de las jóvenes comprometidas políticamente que empezó como concejala en Barakaldo y hoy es secretaria general del Partido Popular en Euskadi.

"Pensábamos que la fuerza ciudadana iba a poder frenar el asesinato de Miguel Ángel. En aquel momento supo a derrota pero con la perspectiva actual te das cuenta de que fue el principio del fin. Sobrepasaron el nivel de hartazgo de la gente, fue la gota que colmó la paciencia de la sociedad", añade.

Fueron dos disparos. Un tiro limpio en la base del cráneo resultó mortal e imposibilitó que los médicos pudiesen operarle para tratar de salvarlo. Dos balas lograron cambiar la historia de España y de ETA.

Sobre las cinco de la tarde del sábado, una hora después de que terminase el plazo, el perro de unos cazadores se lo encontró maniatado en un bosque en Lasarte, a unos cincuenta kilómetros de su casa. ETA no paró el reloj. A la familia le dijeron que tenía heridas superficiales en la cabeza. Los padres, su hermana pequeña y su pareja salieron entonces de la casa familiar (epicentro del dolor aquellas horas) y se subieron al coche en dirección a San Sebastián. Mari Mar Blanco ha recordado en numerosas ocasiones que por el camino pensaban que llegarían para abrazarlo.

Nada más lejos de la realidad que se encontraron. Muerte cerebral. Los médicos aseveraron que intervenirle quirúrgicamente era imposible. "Es tan terrible que, con el tiempo, llegas a asimilarlo, pero no lo olvidas. Te quedas mal para siempre. Cambió la vida de mi hermano, mi cuñada y mi sobrina", asegura Antonio Blanco, autor de dos monumentos en homenaje a su sobrino en Xunqueira de Espadañedo y A Merca.

"Nunca se me borrará el momento en el que, con todo el pueblo en la calle esperando noticias, tuve que comunicar a los ciudadanos de Ermua que habían encontrado a Miguel Ángel con dos tiros en la cabeza. Se vivieron situaciones de un nivel de angustia y tensión muy importantes", rememora el primer edil de Ermua.

Su tío paterno cuenta que aún hoy, veinte años después, no se atreve a llamar a su hermano para felicitarle las navidades. Sabe que no pueden celebrar nada. "Falta él", resume. A Miguel Ángel el gustaban especialmente estas fiestas, tenía la costumbre de cocinar unos langostinos con un toque especial, preparaba las bandejas de turrón junto a su familia como una tradición, ponía el árbol y salía a chiquitear por Ermua con su cuadrilla en Nochebuena y fin de año. "Pasa el tiempo, sí, pero cuando veo a mi hermano y a mi cuñada solo con mirarnos ya se nos caen las lágrimas. Se pudo evitar, no tenía que haber pasado", manifiesta Antonio Blanco.

El entierro, presidido por el entonces príncipe Felipe, fue el domingo, 13 de julio. La familia agradeció a sus vecinos, que abarrotaban las calles del pueblo, todo el apoyo desde el balcón del ayuntamiento. "Sentí que ETA nos estaba atacando a todos, que además de la vida de Miguel Ángel quería robarnos la libertad, quería imponernos su visión política a través de la parálisis. También sentí que estábamos enfrentándonos a ETA y que no nos robó la dignidad, ni la capacidad de negociación y lucha para enfrentarnos a ellos y derrotarles", dice Totorika, quien acompañó a los familiares durante ese día.

La impotencia que se vivió aquellos tres días ya no está, pero la popular Amaya Fernández hace hincapié en que "más de la mitad de los vascos reconoce que no puede manifestar sus opiniones políticas" a día de hoy. "Hay un submundo muy intolerante todavía en Euskadi y creo que tendrán que pasar varias generaciones para reparar el daño de ETA", asevera.

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