Lanzarote bien podría llamarse la isla retratada. Sus imágenes de las Montañas del Fuego, el paseo en camello, y después la irrupción de los centros turísticos, diseñados por César Manrique, han convertido al territorio en un gran parque temático ejecutado para atraer al turismo. Primero fue su propia naturaleza, diferente a la que ofrecía el resto del Archipiélago, después el retoque estético que llevó a cabo Manrique, y que supuso incorporar nuevos espacios y establecer cánones de belleza que incluían el color de las casas, todas de blanco y las puertas verde Lanzarote.
Pero antes de que se produjera esta gran eclosión, en los años cincuenta, apareció por Arrecife un personaje realmente estrafalario. Antonio Lorenzo, que entonces era un joven bien avispado, se acuerda de su indumentaria, "fue el primer hombre que vimos en pantalones cortos, y al cuello llevaba colgado un magnetofón, que más bien parecía la caja de un betunero". Llegó a la isla con el afán de grabar la música folclórica que se hacía en aquellos años. Los trajes típicos y todo lo que desprendiera aroma a tradición o folclore era una de las señas de identidad que mejor se vendía fuera de Canarias.
Aquel inglés tan exótico para los lanzaroteños de mediados de siglo XX se llamaba o así lo llamaron Míster Malavei. Fue la gran atracción de los conejeros. Verlo pasear por la calle real con aquel artilugio colgado del cuello se convirtió en una gran fascinación. Como recuerda Antonio Lorenzo, esa vez en lugar de que nos miraran a nosotros, "como si fuéramos los indios de una reserva, fuimos los lanzaroteños los que miramos a aquel hombre tan folclórico".
En muchas de las postales que se vendían en Canarias, a pesar del franquismo, se dejaba entrever entre la amalgama de instantáneas típicas: mujeres con sombreras que pasean en camellos, trabajadores recogiendo trigo, cebolla, los burros que llevaban el agua, también existía una cierta permisividad. Como muestra las chicas del biquini. Sin embargo, en el caso de Lanzarote, esta realidad editada en ocasiones se quedaba corta.
Antonio Lorenzo, que está pendiente de publicar un nuevo libro sobre estos hechos reales que sucedieron en la isla, se acuerda de la primera mujer en Arrecife que se puso un biquini, "y que no fue una extranjera". Ocurrió a mediados de los 60 en las escalinatas del antiguo parador de Turismo, la mujer del Gobernador Civil, García Hernández, que años después llegaría a ocupar el cargo de ministro con Franco, se atrevió a ponerse un bañador de dos piezas y a lucir palmito en medio de la sorpresa general.
Lorenzo se acuerda que era griega y se llamaba doña Esmeralda. "Cuando la vieron salir en biquini, todo Arrecife salió corriendo y rodeó el parador. Nunca se había visto una mujer de aquella forma".
Una vez más, la realidad supera a la casi ficción con la que se trataba de vender a Canarias como una tierra de mucha luz, color y puro exotismo. Y en este repaso a las postales, como grandes productos de la industria turística, hay que recordar que en el caso de Lanzarote, la imagen de esta isla ha sido protagonista en estas tarjetas durante más de un siglo. La exposición Lanzarote y la tarjeta postal, organizada por el Centro de Datos del Cabildo muestra una amplia y cuidada selección de reproducciones de tarjetas postales que se han realizado desde el siglo XIX, resaltando el papel de la postal como medio para representar y mitificar aspectos de la memoria colectiva.
Ya en sus inicios las postales se configuraron como un formidable medio de globalización y difusión de imágenes, paisajes y culturas. Y la muestra que puede verse en la Casa Amarilla de Arrecife hasta finales de septiembre redescubre a fotógrafos y editores pioneros como González Espinosa, o colecciones de los años 30 y 40 que ya resaltaban aspectos genuinos de Lanzarote, los cuales se convertirían en sus principales atractivos.
