La Provincia - Diario de Las Palmas

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"Ochoa mereció un segundo Nobel"

"Trabajo con investigadores de todo el mundo y los españoles les dan mil vueltas; en este país con unos palillos te construyen un submarino nuclear"

Neurólogo e investigador del cáncer, Juan Fueyo Margareto dirige uno de los laboratorios del M. D. Anderson en el Texas Medical Center de Houston, en los Estados Unidos. Casado con la investigadora oncológica Candelaria Gómez Manzano, Fueyo es cofundador de la compañía biotecnológica DNATrix y acaba de publicar una novela sobre la vida de Severo Ochoa. Exilios y odiseas. La historia secreta de Severo Ochoa le ha permitido "mezclar a voluntad momentos reales y crear muchos otros, acelerar o frenar el tiempo y contar una historia que está basada en la vida de Severo pero que contiene muchas otras historias a la vez". En Exilios y odiseas Fueyo sostiene -y esto no es precisamente ficción- que Severo Ochoa estuvo a punto de ganar un segundo Nobel, un galardón que hasta se hubiera merecido más que el primero.

¿Los tumores cerebrales siguen siendo uno de los grandes misterios del cáncer?

Al menos los progresos en investigación contra el cáncer cerebral son los más lentos. Pero ahí estamos. El cerebro es como un santuario para el cáncer que nos está volviendo un poco locos. Jugamos en condiciones de desventaja porque aquí hablamos de un órgano que no puedes sacrificar, y cuando abres para quitar partes siempre existe el riesgo de lesionar la calidad de vida del paciente.

¿Tendría que haber gana- do Severo Ochoa un segundo Nobel?

Con toda seguridad. El de 1968, que se concede a tres científicos norteamericanos por el descubrimiento del código genético. Este premio Nobel nunca se habría adjudicado sin sus descubrimientos. Mi teoría es que Ochoa fue nominado ese año. La Academia sueca mantiene secretas las deliberaciones de cada premio durante los siguientes cincuenta años, así que el año que viene sabremos qué pasó. Desde mi punto de vista es imposible que no estuviera en las quinielas.

Repetir un Nobel es tarea casi imposible.

Es verdad, lo consiguieron muy pocas personas, entre ellas Marie Curie. A Albert Einstein le concedieron uno solo. Pero Ochoa estuvo cerca de repetir y desde un punto de vista científico es extraordinariamente difícil poder argumentar por qué Severo Ochoa se quedó fuera de los honores en esa convocatoria de 1968. Y él sabía lo trascendentes que habían sido sus investigaciones en la década de los sesenta. Lo que disparó esta idea y la del libro fue una frase pronunciada por Severo, que una vez dijo: "Mi trabajo después del Nobel fue mucho más importante que el de antes".

¿Usted lo cree?

La realidad en ciencia siempre es complicada. Severo identificó una proteína que parecía crear ARN y un año después su alumno Kornberg identificó otra que creaba ADN. Estos dos descubrimientos juntos tuvieron tal repercusión que Severo y Kornberg recibieron el premio Nobel por la síntesis de los ácidos nucleicos. Fue un premio concedido de un modo muy rápido, quizá demasiado. Ochoa lo recibe incluso antes que Watson y Crick, quienes habían descubierto la estructura del ADN. Y no deberían habérselo dado tan rápido, porque meses después se demostró que el descubrimiento de Ochoa era erróneo, y otros investigadores encontraron la proteína que realmente crea ARN y que era diferente de la que había publicado Severo. Así que el Nobel le fue dado por error.

¿Me quiere decir que estamos ante un Nobel injusto, a su juicio?

No, nada de eso. Estamos hablando de un genio, cuya contribución a la ciencia habría sido magistral aun sin el premio Nobel. Pero se podría decir que el de Ochoa fue un Nobel en semifallo. La auténtica meta de Severo Ochoa fue avanzar en el mundo de la ciencia, profundizar en los conocimientos de la humanidad. Aceptó el Nobel, y probablemente habría aceptado un segundo Nobel, que sin duda alguna se mereció, pero jamás vivió a la caza de honores. Lo que pasa es que seguro que Severo Ochoa, hombre muy inteligente, llegó a la conclusión de que quizás el Nobel recibido no se lo merecía del todo, pero hace una remontada increíble para encontrar otro proyecto que le mantuvo en primera línea.

¿A quién le otorgaron el Nobel de Medicina del año 1968?

Fueron tres, pero quizás el más conocido era Marshall W. Niremberg, del Instituto Nacional del Cáncer de los Estados Unidos, descubridor del primer aminoácido. Desde 1959, año en que se concede el Nobel a Ochoa, hasta 1968 los laboratorios de Ochoa y de Niremberg publican constantes artículos sobre el código genético. En el acto de entrega del Nobel Niremberg se pasa la mitad del tiempo de su discurso hablando de Severo Ochoa. El norteamericano sabía probablemente que allí junto a él tenía que haber estado el científico, un tipo con agallas para, después de recibir un Nobel, poner en marcha un programa de investigación mucho más ambicioso que el que le había dado el premio.

¿Un Ochoa fascinante?

Sin duda. Mi intención con Exilios y odiseas fue situar al lector dentro del laboratorio, como testigo de sus descubrimientos. Y que pudiese entrar en su cerebro genial, que entendiese su modo de pensar, de ver el mundo. En ese sentido, y salvando todas las distancias, yo vivo el laboratorio, el trabajo en equipo y la bata blanca. Escribo de lo que sé, nunca se me ocurriría publicar un tratado de fontanería.

¿Cuántos podrían explicar más o menos acertadamente la línea de investigación de Ochoa?

Pues supongo que muy pocos. Por eso, entre otros motivos, me decidí a escribir este libro, que es una ficción pero que también tiene mucho de divulgación científica. Ochoa tenía una imagen de viejo profesor y para muchos da igual lo que haya hecho o descubierto. En Barcelona, donde estuve estos días, a la gente le hablas de Severo Ochoa y lo primero que te sueltan es su pretendida historia con Sara Montiel.

Volvamos a ése su laboratorio en Houston. Del cerebro, aunque esté sano, seguimos sabiendo poco.

Es una parte de nuestro cuerpo en la que los tratamientos agresivos no parece que sirvan. Estamos un tanto estancados, pero nuestra línea de investigación mediante terapias biológicas, con los virus como aliados, nos está dando resultados esperanzadores. Con ellas hemos podido lograr supervivencias de cuatro años en pacientes a los que se les daba apenas unas semanas de vida.

¿Cómo son esas terapias?

Se trata de inyectar un determinado virus en las células afectadas, activando el sistema inmunológico. Es usar el virus a modo de vacuna. Trabajamos desde hace años con un virus al que llamamos Delta 24. El sueño es convertir un tumor cerebral maligno en una enfermedad controlable. Por el momento hay un 10% de pacientes tratados con este virus que sobreviven años.

¿Por qué unos pacientes sí y otros no?

No se sabe. Aquí tienen que ver las características genéticas de cada paciente, pero también las características genéticas del propio tumor. El virus, como le decía, ejerce de aliado, pero nuestro sistema inmune, que está diseñado para no hacernos daño, se vuelve de alguna forma en nuestra contra. Es una paradoja. El sistema inmune del paciente lo primero que hace es cargarse el virus.

Y al virus no le da tiempo a actuar.

Algo así. Si el virus daña suficientemente al tumor, si tiene tiempo para ello, entonces el sistema inmune descubre ese tumor y actúa, destruye las células cancerígenas y las elimina. Es como si el paciente comenzara a curarse a sí mismo. Uno de los retos es precisamente que los anticuerpos le puedan enviar al sistema inmune un mensaje: "Estate quieto durante cierto tiempo. No te apresures, por favor".

Es como una apasionante estrategia de guerra.

Son dos monstruos frente a frente. El virus contra el tumor. Pero es que tenemos delante un enemigo asombroso. El cáncer desarrolla su propio sistema inmune, una especie de escudo que le hace invisible, y hay que remover ese escudo para empezar a conseguir cosas. La capacidad que tiene el cáncer para enmascararse es alucinante, y en muchas circunstancias nuestro organismo no sabe distinguir entre lo que es cáncer y lo que es todo lo demás.

¿Es verdad que el cáncer cerebral no genera metástasis?

Es verdad, y ésa es una buena noticia. Ahí siempre se dijo que no metastatizaba porque por desgracia a los pacientes no les daba tiempo, que el tumor te mataba antes, pero ahora ya sabemos que no es verdad eso, que hay pacientes que sobreviven años, incluso con tumores muy agresivos, y que se ha demostrado que el cáncer no sale de ahí. No se extiende. Nada que ver con otro tipo de tumores que en circunstancias muy desfavorables para el paciente son capaces de extenderse por todo el cuerpo a gran velocidad.

Usted trabaja en el Anderson Center, en Houston. Toda una macrociudad hospital, dicen.

Tengo la suerte de estar en el centro de referencia de la lucha contra el cáncer en los Estados Unidos. Es impresionante. En paralelo, he podido fundar junto a mi mujer, también neuróloga, y otros pocos socios una compañía de biotecnología capaz de levantar fondos para seguir costeándonos estudios. Nos estamos acercando a la vacuna frente a los tumores cerebrales, es un escenario muy prometedor. Está claro que las dos grandes líneas de actuación contra el cáncer son la inmunoterapia por una parte y la investigación en las bases genéticas, que es lo que, por ejemplo, hacen Carlos López Otín y su equipo.

¿Asume que ésta es una larga carrera de fondo, quizá más larga de lo que presumía?

He dejado de mirarme en el espejo para no ver las canas y las arrugas. Por supuesto que esto va para largo. Se camina muy despacio porque, entre otras cosas, hay un exceso de regulaciones, normas que es preciso seguir como protección del paciente pero que a veces suponen un freno. Nosotros hemos conseguido una beca del Departamento de Defensa de los Estados Unidos para estudiar los efectos de los virus en tratamientos cerebrales en niños. Es nada menos que un millón de dólares, pero las regulaciones son desquiciantes.

¿Cómo es su vida cotidiana en el Texas Medical Center, el complejo donde se ubica el Anderson Center?

Esto es un mundo aparte. Ahora tenemos las instalaciones llenas de máquinas de gimnasio repartidas por despachos y pasillos para uso de los empleados para evitar la obesidad y los riesgos cardiovasculares.

¿Las usa?

Yo no. En todo caso, que conste que ya me hice dos medias maratones. Aquí se trabaja rodeado de grandísimos investigadores. Algunos de los que tengo cerca son de los que suenan siempre para los Nobel. Estoy encantado, y además, yo que soy muy de café, estoy encantado porque nos abrieron un Starbucks dentro del complejo.

Lleva 25 años en Estados Unidos. ¿Su visión de España desde la distancia?

Es un país en el que a la gente le das unos palillos y te construye un submarino nuclear. Trabajo con investigadores de todo el mundo y puedo decir que en general los españoles les dan mil vueltas. Nunca lo hemos tenido fácil y ya se sabe que el hambre agudiza el ingenio.

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