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Vida y costumbres en pueblos de interior

Los tesoros ocultos de Soo

Sólo por el nombre merece la pena detenerse en este pueblo de Lanzarote. Después se descubre allí el reino de las sandías. Sus vecinos aconsejan comerlas siempre con gofio; no hay cosa más buena

Los tesoros ocultos de Soo

Como una inesperada estampa del pasado, una mujer vestida de negro, con sombrera y pañuelo, insiste en regar una pequeña parcela salpicada de hermosos pimientos, rojos y verdes. La cara resulta tan blanca que resplandece, como si nunca hubiera visto el sol. Apenas se le distinguen los ojos, medio cerrados, casi ocultos. En una de las manos sostiene la manguera y en la otra el bastón. A sus 89 años tiene las piernas flojas, y le cuesta estar subiendo y bajando escalones, por lo demás, sigue trabajando como siempre. En Soo, la luz del mediodía relumbra con fuerza. Cerca de las doce, Ascensión Brito está apurada. Aún no le ha dado tiempo de pasar la escoba por delante de la casa, y de poner algo al fuego para comer. Tal vez un potaje, un sancocho, y de postre sandía de jable "con una pellita de gofio, y no le pongo queso, porque no tengo", lo dice y se relame. En Soo existe una amplia doctrina en torno a su fruta reina. No sólo se vanaglorian de tener las sandías de secano más sabrosas de la isla sino también pueden dar variados consejos sobre cómo saber que están buenas, con sólo darle unos golpes secos y sobre todo ellos mejor que nadie han descubierto la manera más peculiar de comer esta fruta de verano, mojando cada pedazo en gofio, como quien moja pan en mojo o dando bocados a la sandía y después a una buena pellita de gofio y queso. Dicen que no hay cosa más buena.

Ascensión se va. Todavía tiene muchas cosas que hacer, y no puede entretenerse hablando con forasteros. Antes de cerrar la puerta, gira la cabeza y con una media sonrisa pide que demos saludos de su parte a Juana y Esperanza, las dos amigas inseparables que seguro que están cogiendo fresco en el porche de su casa. A ella con los problemas en las piernas le cuesta subir a la parte alta del pueblo. Desde aquella loma puede verse el macizo de Famara y los barcos que salen de la Caleta. A pescar o a llevar a gente, de un lado a otro.

Llegar hasta Soo resulta toda una aventura, situado al nordeste de la isla, entre Caleta de Famara y La Santa, este pequeño enclave suele pasar desapercibido. Los coches lo atraviesan y apenas se fijan. Tal vez llama la atención el nombre tan curioso. Por lo demás, y desde lejos, parece igual al aspecto que ofrecen otros tantos pueblos blancos de Lanzarote. Pero este enclave, este asentamiento de interior, rodeado de fino y volátil jable, merece un cierto detenimiento. No sólo por la fama de sus verduras y frutas, enormes, ricas.

A diferencia de las que se plantan en otros lugares, en Soo se hace en zona de jable, y eso le da un sabor especial.

Resulta especialmente llamativo ver los campos de arena fina, como si fuera arena de playa, y sobre ellos las hileras de tomates, calabazas y sandías. Se sabe que hay algo plantado por las flores, por las enredaderas que crecen y se desparraman por el suelo. Como si nadie hubiera hecho nada, y así, casi por pura magia, aquellos retoños brotan a lo largo de ese inmenso y rico erial.

Y cuando se coge un puñado de esa arena, entonces llega la gran sorpresa: aparecen un montón de restos de conchas blancas, diminutas, trituradas. El jable de Lanzarote y de Fuerteventura no es la simple arena de la playa, en realidad no tiene un origen mineral sino animal.

El naturalista Hernández-Pacheco define a este tipo de terreno como el resultado de la trituración de infinidad de conchas marinas, que con el empuje del viento y las corrientes acaban por depositarse en tierra, "No se ve entre los granos ni uno que presente el brillo vítreo del cuarzo, es una arena uniforme, fina, blanca mate, blanda, los granos mayores se parten fácilmente con la uña, sólo se distinguen entre los granillos blancos, algunos de color negro, que son partículas de lava o de basalto del suelo de la isla". Y escarbando en su interior hasta hacer un agujero considerable se llega al fondo húmedo, sobre el que se tira estiércol, y después los granos. De esta forma, una vez más, el campesino de Lanzarote fue capaz de fabricar una manera absolutamente brillante de lograr que su tierra, aparentemente reseca, se transformara en un terreno especialmente fértil. La suerte de Soo es que se encuentra en ese cruce de caminos, en medio del paso habitual de las corrientes que arrastran la arena de la mar y la depositan en el interior.

Roque de León Cáceres dejó su trabajo de electricista y desde hace algún tiempo se dedica a tiempo completo al campo. Una dura tarea que no sabe de domingos ni de días de fiesta, pero que también tiene recompensas. Ver cómo crece la cosecha, la cara de la gente cuando le da la enhorabuena por lo sabroso que están sus tomates, y que grandes sus sandías. Roque sabe de muchas cosas. De la mejor época para plantar, cómo se debe escarbar en el jable hasta llegar a esa humedad escondida que logra el milagro de hacer brotar las futas, las batatas de Lanzarote.

Sólo lamenta que desde la Administración no les den más días de riego. Los campesinos sólo pueden regar los terrenos dos veces en semana, "y eso es muy poco, se seca todo. Sobre todo lo que se planta en los enarenados".

Para entender el mundo del campo hay que saber de física, de matemáticas y de historia. De lo contrario será mejor abandonar, y buscar una ocupación con menos requerimientos. Pero si algo saben en Soo es de historia. Sólo hay que tratar de buscar el significado de su nombre. Uno de los términos más curiosos de la toponimia de Lanzarote. Para Maximiano Trapero y Eladio Santana el nombre de Soo ha merecido diversos y variados comentarios referidos unos a la brevedad de su lexema y otros a esa extraña reiteración de la o final, ajena totalmente a la configuración morfológica del español. Para estos lingüistas, el nombre conserva aún un rasgo fonético de la lengua aborigen de la que procede, "porque lo que se pronuncia no es simplemente [so] sino algo distinto y más alargado, un sonido persistente que no sabríamos precisar".

Por su parte, el historiador Agustín Pallarés señala que en portugués antiguo soo significaba solo, y que ya se menciona en un documento de 1560. No se puede obviar la gran influencia que el portugués ha tenido en el vocabulario de Canarias, por lo que este nombre podría tener esta procedencia.

Lejos de planteamientos históricos y hasta lingüísticos sobre el origen del nombre de este pueblo, uno de los espacios que hay que visitar si se desea conocer su intrahistoria es la tienda de Encarna. Justo en la carretera, en ese paso obligado que lleva hasta la Caleta de Famara o también en una segunda bifurcación hacia Teguise aparece esta venta en la que puede encontrarse de todo. Las sandías de Roque se venden a 1,30 el kilo, y el que quiera puede entrar, darle ligeros golpes en la dura coraza hasta dar con la fruta madura.

Encarna García procede de Teguise pero ya lleva en Soo más de 40 años. Conoció a su marido en uno de aquellos bailes tumultuosos que se organizaban en la Villa, y después de un largo noviazgo se casaron y se mudaron a este pueblo. Su suegra regentaba la única tienda de Soo, entonces se vendía pescado de La Caleta, queso, y todos los productos que da aquella tierra. Ella ha seguido con la tradición, y como muestra de aquel pasado de comerciante aún puede verse como una reliquia la báscula, de más de 100 años, que sigue dando el peso exacto.

Encarna también mira el reloj. Se hace tarde, y como no hay nadie en la tienda, abre una puerta que da a su casa y se va a la cocina a poner unas papas al fuego, después regresa sin prisas. Coge una silla, y sobre ella coloca el molde de hacer quesos, arrima un taburete y con las manos se pone a presionar el queso blanco que está preparando. Si llega algún cliente, ya sabe lo que tiene que hacer. Hay confianza, y si no, esperan hasta que ella termina, charlan un rato y hasta después.

La vida en Soo da para tanto. Allí el tiempo se contagia del ritmo pausado de los vecinos. Por eso pueden atender a los animales, ver quién está cogiendo higos picos, cómo le están saliendo las sandías a Roque y hasta sobra para quedarse quietos, mirando cómo sopla el viento por el jable, con esos remolinos incansables que van y vienen de la mar hasta los eriales de Soo.

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