Producida por el Victoria and Albert Museum de Londres, hasta el 25 de septiembre permanecerá en el Museu del Disseny de Barcelona la exposición David Bowie is. Esta muestra retrospectiva llega a la capital catalana después de haber sido exhibida desde 2013 en nueve países, con un balance provisional de millón y medio de asistentes, lo que supone la muestra del museo británica más visitada en sus 164 años de existencia. La mayoría de los fondos mostrados provienen del archivo del artista, al cual han tenido acceso libremente los comisarios V. Broackes y G. Marsh, de la sección de Theatre & Performance del V&A. Se exhiben 300 objetos entre letras manuscritas, trajes originales, artículos de moda y de música, escenografías, instrumentos y soportes audiovisuales.

Aquel joven llamado David Robert Jones, nacido en 1947 en Brixton (Londres), bien pronto se sintió influenciado por músicos como Little Richard o por la estética de artistas como Gilbert & George, estatuas cantantes que rememoraban el estilo de las operetas de entreguerras. Una estética basada en la elegancia en el vestir, que no rechazaba ciertos amaneramientos y que en el Reino Unido de los años 50 y, sobre todo, 60 cuajó en el movimiento mod. Una estética cuidada (traje -incluso a medida-, camisa y corbata, calzado (los zapatos Clark o las botas Chelsea), sofisticación, cabellos bien cortados) que adoptaron jóvenes de extracción preferentemente burguesa, que preferían músicas como el ska o el rhythm and blues, en oposición a los seguidores del rock'n roll, más vinculados a las clases trabajadores y a formas más simples de vestir y de (no) peinarse.

En la elegancia mod David Bowie se encontró como pez en el agua. En ese ambiente podía llevar adelante su individualismo (cabría decir, singularismo), ya evidenciado desde sus primeros trabajos como David Jones (1964) y enseguida como David Bowie with The King-bees. Su música en aquellos años tenía influencias del jazz, los Beatles y los Rolling Stones. Pero para esa música prefiere escenografías a la frialdad de una plataforma, un conjunto que incluye -como empezó a hacer con el grupo The Kon-roads- el diseño de vestuarios ad hoc para las actuaciones.

En esa obsesión singularista, Bowie descubrió la importancia de la autopromoción y, gracias a Lindsay Kemp, la fuerza del maquillaje. Una autodiferencia que completó, por influencia del budismo tibetano, en quietismo escénico. Con él, se presentó como telonero de T. Rex en 1968. Unos años en que su representante, Kenneth Pitt, conoció a Andy Warhol, que estaba promocionando The Velvet Underground.

Influencias a las que se añadieron George Orwell y su 1984, la foto en color que el astronauta de la NASA William Anders hizo de la cara oculta de la Luna, 2001: Una Odisea del Espacio (Stanley Kubrick, 1968) y los cuadros geométricos de Vasarely. Este conjunto cuajó en su álbum Space Oddity, el primer gran éxito de David Bowie, promocionado con su rostro maquillado a cuadros y un video en que aparecía vestido de astronauta.

Siguiendo con la influencia de Kubrick, La naranja mecánica (1971) ayudó a que Bowie apostase por una nueva estética innovadora: la del pelirrojo andrógino vestido con un buzo de colores y tocando tocaba una guitarra acústica azul cobalto, cuando presentó la canción Starman en el programa de televisión Top of The Pops (1972). Aquella imagen rompió los esquemas de buena parte del público, en sintonía con el reconocimiento de su homosexualidad en una entrevista para Melody Maker.

Unos cambios a los que no habría sido ajena la revolución icónica (además de musical) que supuso el álbum de los Beatles Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band (1967). Su portada marcó la incorporación del diseño gráfico a la cultura pop, superando la simple presentación de los autores con una fotografía y unos títulos puramente informativos. Los Beatles, que sin ser un grupo mod siempre usaron esta estética, dieron una vuelta de tuerca con las guerreras de corte militar antiguo que, por anacronismo pero sin dejar la elegancia, se situaban en una dimensión más imaginativa, semejante a la de ciertos uniformes circenses.

La importancia del maquillaje quedó patente cuando David Bowie preparó la carátula de Aladdine Sane, su sexto álbum de estudio, publicado en 1973. Su rostro quedó cruzado por un rayo, como si quisiese representar la imagen de un perturbado tocado por el genio artístico. Imagen que quedó fijada en la foto de Brian Duffy y que es la presentación de la exposición que nos ocupa.

Una voluntad constante para la proliferación de personajes, entre los cuales el más importante tal vez sería el de David Bowie, transmutación de aquel joven David Robert Jones. Una singularidad a la hora de recrearse como personaje artístico semejante a la que había obrado Marcel Duchamp en sí mismo. Singularidad, aparentemente artificial, frente a la supuesta autenticidad (otra forma de pose) del rock.

Pero lejos de ser apenas un artista estéticamente y/o socialmente provocador y/o subversivo, David Bowie ejercía el control en sus producciones, siempre buscando la colaboración de quien él consideraba los mejores, sin acomodarse a los campos de éxito. En eso tuvo gran importancia Toni Visconti, su productor desde 1969 hasta 2016.

Esa continua voluntad de innovarse le llevó a presentarse como hombre robot en The Man Who Sold The World (1969), presentado en Saturday Night Live, con influencias del teatro dadaísta, de Metropolis (Fritz Lang), del musical Cabaret y la sordidez de la Alemania de Weimar, representada por la Marlene Dietrich de Der Blaue Engel (J. Von Stemberg). O la combinación de clasicismo y post-punk en la foto de Franck Ockenfels para la carátula de Earthling (1997), en la que Bowie aparece de espaldas vestido con un abrigo con la bandera británica, diseñado con Alexander McQueen.

Terapia

Pero la condición polifacética de Bowie también le sirvió como terapia. Así, el ejercicio de la pintura le llevó a crear obras de un nivel considerable, con un estilo en el que podemos ver influencias de Bacon, Bomberg y Picabia. Cuando se instaló una temporada en Berlín en 1976, aprovechó esta estancia para desintoxicarse de los estupefacientes y a ello contribuyó la dedicación a la pintura. Una estancia que además dejó como resultado tres álbumes de estudio: Low (1977), Heroes (1977) y Lodger (1979).

Interesado por el mundo de la imagen en movimiento, Bowie ha participado como actor (de ficción y como él mismo), productor y músico en más de cuarenta producciones. Más allá de filmes experimentales o insólitos, hizo de auténtico actor. Como en Basquiat (J. Schnabel, 1996), en la que hizo de Andy Warhol (con la propia peluca de este), amigo y mentor del pintor neoyorquino de origen haitiano-portorriqueño muerto de sobredosis a los 27 años.

O cuando representó a Poncio Pilato en La última tentación de Cristo (Martin Scorsese, 1988) o al mayor Jack 'Strafer' Celliers en Feliz Navidad, Mr. Lawrence (N. Oshima, 1983), cuya trama evidencia el conflicto por la homosexualidad latente de un oficial japonés. Una magnífica oportunidad de revisar las producciones de uno de los artistas más prolíficos y multifacéticos de la cultura pop, que es decir de la segunda mitad del siglo XX.