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el gordo de navidad

Sueños que valen un décimo

El embrujo de la Lotería resulta tan poderoso que pocos escapan a la tentación. Antonio Robayna, de la administración del Mercado de Vegueta, constata el atractivo del 155 para este sorteo especial

Rafael Medina, socio de la Sociedad Democrática de Arrecife, muestra dos décimos de su número. C.D.G.

En la Sociedad Democracia de Arrecife llevan más de treinta años jugando al mismo número de la lotería, y hasta el momento nunca les ha tocado nada. Dice Rafael Medina que los socios de esta histórica institución conejera siempre dicen "que ese billete no está en el bombo, pero jugamos como quien da una ayuda". También es verdad que ahora con el paso de los años pasar por la oficina y reservar uno o varios décimos se ha convertido en una costumbre. Detrás de este 20.799 hay una pequeña historia que contar. Al parecer fue uno de los habituales de esta Sociedad el que soñó con un décimo. Lo comentó en unos de esos corrillos habituales que se forman en la terraza que da al mar. Fue uno de esos comentarios que se hacen a los compañeros con los que se reunía cada tarde para echar una partida de cartas. Estaba convencido que ésa combinación soñada llevaba la señal del Gordo. El problema surgió cuando le preguntaron de qué número exacto se trataba, y aquel hombre, ya fallecido, sólo pudo recordar las dos últimas cifras: el 99, "el Gordo va a tener esa terminación", repetía tajante. Por mucho que se le insistió no fue capaz de recordar esa fascinante ensoñación en la que vio claramente como los niños de San Ildefonso cantaban como los ángeles esa cifra.

Y así de esta forma, entre casual y casi divina, la Sociedad Democracia decidió encargar a una Administración de Loterías de Telde que le enviarán todas las series de un décimo que llevara esa terminación.

Resulta difícil negarse a un sueño, y tal vez por eso, treinta años después y sin ver asomar al Gordo por ningún lado, estos casi 1.000 socios siguen comprando cada mes de diciembre este ya famoso número, que seguramente alguna vez aparecerá por el salón de sorteos para alegría de medio Arrecife. Como apunta Gerardo Romero, "si sale, hasta cerramos la calle, y hacemos una fiesta".

Además desde hace dos años cuando en Telde vendieron varias series de su recordado 20.799, y no tenían décimos para tantos socios tuvieron que comprar otro número. Desde entonces, los habituales de la Sociedad no sólo compran el billete de toda la vida sino la nueva adquisición. Como reconoce Rafael, "es que ahora te da pena, y si no lo llevas y sale".

Y como soñar resulta tan sugerente y barato, una vez que se imaginan que por fin les ha tocado el premio comienzan a hacer cuentas. Santiago Pérez, un jubilado que acude cada tarde a tomarse el cortadito, y que también lleva 26 años jugando al décimo, que se vende en la Sociedad Torrelavega de la capital lanzaroteña, saca de su cartera los billetes y los pone sobre la mesa. Desde que los compró no se separa de ellos. Después empieza a contar. Mentalmente imagina el dinero que le quedaría una vez que pague a Hacienda, y en esas se queda, como quien elabora una minuciosa receta, un recuento de qué opciones tiene con todo lo que le gustaría hacer y también lo que le quedaría para repartir.

Rafael Medina lo tiene más claro, si este año por fin le tocara la lotería, un buen pellizco, sin duda adelantaría su jubilación, "que ya llevo unos cuantos años trabajando". En esto de los sueños posibles la gente se vuelve seria, detiene esas ansias locas que entran cuando se imaginan con esos miles de euros y entonces la mayoría pone los pies en el suelo y medita. Con el mismo cuidado que pone un alquimista en la preparación de su pócima, piensan con detalle cómo harían ese reparto ilusionante de dinero. Pagar la hipoteca, comprarse un coche, o viajar suelen ser las respuestas más comunes. También las de aquellos que esta bocanada de aire les sirve para respirar y seguir caminando. También hay muchos casos, en los que la locura de recibir esa lluvia de euros los desquicia y terminan por agotar las existencias en muy poco tiempo.

En el mercado de Vegueta

La magia de ese día 22 de diciembre resulta inexplicable. En realidad si se trata de hacerse rico sería más adecuado invertir esos 20 euros en comprar primitivas, o en los famosos euromillones, que por menos de tres euros, de la noche al día, no volverá a tener problemas de liquidez. Pero hasta la fecha no se conoce un sorteo que despierte tanto interés como el del Gordo de Navidad. Da la impresión que esa presunta ilusión que reparte se transforma en un virus contagioso que termina por enloquecer a la mayoría.

De uno al otro confín, desde La Graciosa a Chipude, unos más que otros, casi todos los canarios tratan de comprar alguna que otra participación con la que poder saborear la dulzura de este esperado sorteo.

En el mercado de Vegueta se encuentra la administración el Timple Dorado, a su propietario Antonio Robayna no se le ocurre un nombre mejor, "creo que es el más bonito que se le puede poner". Estos días están eufóricos, las ventas parecen incesantes, no sólo entre los clientes habituales del mercado sino de otras partes de la isla y de fuera que les piden algunas series. Entre los números preferidos el famoso 155, "esa terminación se me agotó desde el verano, de hecho ya no tengo nada que acabe en 55".

Una vez más la fuerza del procés catalán parece que no tiene fin. El famoso artículo de la Constitución que se ha aplicado por primera vez en Cataluña y que va a permitir la celebración de unas elecciones, justo un día antes del sorteo, el 21 de diciembre, se ha convertido en el número estrellas de la lotería de este año.

También hay que recordar que unos senadores del Partido Popular se sacaron el cuponazo con un número que terminaba en estas famosas tres cifras. Los cupones de la Once lo compraron después de haber aprobado en el Senado la aplicación de este artículo de la Constitución. Si ya antes el 155 tenía cierta fama, cuando el azar quiso salir a escena y premiar estas cifras, ahora mismo, a escasos días de la celebración del Gordo resulta imposible encontrar un décimo que termine así.

En la famosa administración de loterías Doña Manolita en Madrid, estas tres cifras volaron. Fue un acontecimiento similar al que se produce cuando se pone a la venta un número limitado de entradas para un partido de fútbol entre el Madrid y el Barcelona o para la nueva aparición de un mito de la música. Como una estrella fugaz, las series con ese 155 se evaporaron en la inmensidad de España.

Antonio Robayna señala que a la hora de decantarse por un décimo, la gente sigue con sus impulsos, con esos números preferidos, como el que coincide con la fecha de nacimiento de su primer hijo, o el día de su boda, o el cumpleaños de la abuela. Cuenta Antonio Robayna que en eso del juego hay mucho de superstición. Por su administración han pasado clientes que le traen perejil para que los coloque entre los números, y también le han regalado figuras de San Pancracio, ese famoso santo al que se le atribuye el extraño poder de atraer a la suerte.

El azar o la suerte que no entiende de matemáticas ni de normas suele tener ese día, el del sorteo de Navidad, un protagonismo indiscutible. Y si no, los agraciados con esta sucesión de grandes y pequeños premios ya le buscarán un significado. Mientras llega ese momento, en el que los niños del colegio de San Ildefonso comiencen a cantar ese habitual soniquete, los décimos, esa cuota maravillosa que lleva al mundo de la ilusión, despertarán en cada uno de sus propietarios una serie infinita de sueños, de esas pequeñas y grandes cosas que podrán hacer si este año les toca por fin el Gordo.

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