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'Jack Reacher: Nunca vuelvas atrás'

Desandando el camino

Pasatiempo de rápido olvido con una trama absurda y puñetazos en la que gana peso la presencia femenina

Desandando el camino

Si no fuera porque Edward Zwick cuenta en su filmografía con una de las mejores películas sobre la Guerra de Secesión, Tiempos de gloria, y, apurando mucho, con un par de aceptables películas de acción por encima de lo que se hace en la actualidad, como son Estado de sitio y Diamante de sangre, lo cierto es que ya no valdría la pena seguirle la pista a este director americano nacido en Illinois (uno de los pocos estados donde la candidata demócrata Hillary Clinton le robó votos al republicano Donald Trump en las pasadas elecciones presidenciales), reciclado desde hace tiempo a la condición de simple manufacturador de cine de consumo masivo. Está claro que, a estas alturas de su carrera, resulta cuanto menos una ingenuidad confiar en la hipotética recuperación del buen pulso narrativo que Zwick exhibía en sus películas de hace más de veinticinco años.

No obstante, y con todas las reservas del mundo, la adaptación de la novela de Lee Child Jack Reacher: Nunca vuelvas atrás, secuela de Jack Reacher, dirigida por Christopher McQuarrie, en el contexto del último cine comercial hacía pensar a priori en una posible excepción a la mediocridad imperante en sus últimos trabajos. Quizás una película simple como es ésta, de duración estándar y construida en torno a una trama argumental que se limita a plantear una situación estirada al máximo (Reacher vuelve para sacar de prisión a Susan Turner (Cómo conocía vuestra madre), líder de su antigua unidad militar, y descubrir la verdad detrás de una conspiración gubernamental que amenaza su reputación y sus vidas), podría haber dado pie a Zwick para realizar un producto sólido y eficaz.

Una vez vista la película, lo que se deduce de ella es que Zwick lleva demasiados años firmando subproductos (véase Dos chicas en la carretera, El último samurái y Amor y otras drogas, y que toda esa experiencia ahora es como un lastre que le impide afrontar nada con más imaginación. Zwick no puede, o no quiere, aprovechar el material que tiene entre manos, resolviéndolo con apática indiferencia. El espectador es incapaz de identificarse con el protagonista, encarnado con notable sosería por un Tom Cruise desbocado y fuera del toril, empeñado en desandar el camino de las expectativas depositadas en él tras Collateral de Michael Mann.

No hay nada más en esta secuela de rápido consumo y fácil olvido, salvo la constatación de que tanto Zwick como Cruise pueden ser capaces de lo mejor y de lo peor en el espacio de una misma secuencia, incluso de un mismo plano. En el caso del segundo tiene que ver, en buena medida, con su propia capacidad (o incapacidad) para entender a su personaje. Muy poco, en fin, para contentar a quien acude al cine buscando algo más allá de la rutina y lo previsible. Así las cosas, no me queda más remedio que seguir el consejo de Raymond Chandler: "Mientras ustedes no sean dueños de su alma, no lo serán de la mía".

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