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Cine

Secretos de un matrimonio

Este año se cumple el 50º aniversario del estreno de la película 'Dos en la carretera', un ácido retrato sobre el declive de la convivencia matrimonial

Secretos de un matrimonio

Autor de memorables comedias musicales, como Cantando bajo la lluvia (Singing in the Rain, 1952), Siete novias para siete hermanos (Seven Brides for Seven Sisters, 1954) o Una cara con ángel (Funny Face, 1954), así como de algunos de los más originales e intrigantes thrillers de los sesenta, como Charada (Charade, 1963) o Arabesco (Arabesque, 1966), Stanley Donen (Columbia, Carolina del Sur, 1924) llegó a cultivar también la alta comedia aunque, a diferencia de muchos de sus contemporáneos, lo hizo siempre aportando algunas dosis de acidez crítica en perfecta sintonía con la tradición de los grandes maestros de este popular género, al tiempo que no perdía nunca de vista su referente estilístico más genuino y personal: el musical, terreno en el que se movía como pez en el agua y al que, de alguna manera, nunca renunció en sus casi cuatro décadas de carrera profesional.

Curiosamente, su muestrario en este campo no es demasiado extenso pero sí lo suficientemente concluyente como para constituir una de las vertientes artísticas más ricas, apasionantes y complejas de su extraordinaria trayectoria profesional. Películas de la enjundia de Página en blanco (The Grass Is Greener, 1960), La escalera (Staircase, 1969) o Lío en Rio (Blame in to Rio, 1984), armadas en su mayoría de potentes cargas de profundidad contra la moral convencional y la hipocresía, reflejan con agudeza e ironía la incorrección política de este peculiar cineasta cuya avanzada edad -92 años recién cumplidos- constituye, para las agencias de seguro estadounidenses, un obstáculo insalvable para mantenerle aún profesionalmente en activo.

Sea como fuere, lo cierto es que de esta importante etapa de su carrera Dos en la carretera (Two for the Road, 1967) es, posiblemente, la película que mejor define la peculiar química autoral de Donen pues en ella convergen drama y comedia, humor y denuncia, con una naturalidad y una inteligencia pasmosas tanto como, pongamos por caso, las que reflejan Melinda y Melinda (Melinda and Melinda, 2004), una de las tantas maravillas cinematográficas del incombustible Woody Allen y, posiblemente, la combinación más sutil y convincente entre comedia y drama que se haya mostrado en el cine norteamericano en mucho tiempo.

Por eso, si el cine es armonía. Si el cine es ritmo. Si el cine es música -en su sentido estructural- habrá que decir que Dos en la carretera es cine, y del mejor. Si el secreto de que las cosas "funcionen" en una obra fílmica radica, muchas veces, en la especial armonía que ha de presidir sus situaciones, y el ensamblaje de todas ellas en un trabajo homogéneo, si el ritmo es ese algo tan complejo y difícil, pero tan fundamental y decisivo en el resultado integral de una película, si la estructura de un filme es tan similar y pareja a la de una obra musical, Dos en la carretera es una magnífica lección en cada una de estas materias. Porque Dos en la carretera es música; una sensacional comedia cinematográfica musical, aunque en ella nadie baile ni cante, pues la música está en sus propias imágenes, en ese frenético devenir de impresiones visuales que fluyen ante la atónita y gratificada mirada del espectador.

No es extraño que Stanley Donen iniciara su brillante carrera artística en el campo del musical. Algunos de sus títulos, insisto, son obras fundamentales del género. Esto, unido a su trabajo en colaboración con Gene Kelly le reafirmaría su extraordinario sentido musical, sus grandes conocimientos sobre la estética de la danza, sobre el ritmo y el movimiento, que no han dejado ya de estar presentes en el resto de su obra. Como tampoco esa especial predisposición a un mundo frívolo y sofisticado en el que sabe manejarse como muy pocos, y que consigue plasmar con un atractivo innegable.

La prueba más palpable de que estos elogios responden realmente a una valoración justa y objetiva del talento de Donen la encontramos tanto en la vitalidad que conserva esta excepcional película después de 50 años de su estreno, como en la proverbial frescura que destilan sus imágenes.

Así pues, resulta más que obvio que el paso del tiempo no ha hecho más que robustecer sus virtudes demostrando que las películas, cuando se hacen con solvencia, elegancia y amor -Donen es un director que ama fervientemente su trabajo- trascienden del simple éxito coyuntural para alcanzar la categoría de obras inmortales. Por lo tanto, nada que no sea absolutamente inaplazable puede impedir que un buen aficionado se prive de la satisfacción que representa visionar esta sutil, hermosa y corrosiva comedia, editada recientemente en BD con motivo de su cincuenta aniversario, cuyo desconcertante planteamiento narrativo no obstaculiza en ningún momento los efectos de la incisiva radiografía que nos propone sobre el auge y caída de esa singular pareja que forman en la pantalla la fascinante Audrey Hepburn y el siempre convincente Albert Finney.

Ese aparente caos en el que se precipita la acción, sus continuos flash back, su ritmo sincopado, consiguen, por el contrario, que el espectador participe más intensa y directamente de las peripecias amorosas de los protagonistas, transformándose así la película en un intento -plenamente logrado- de bucear en los rincones más recónditos de una profunda crisis matrimonial, alimentada por la insaciable sed de autodestrucción que aflora continuamente entre sus protagonistas.

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