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'La gran muralla'

Pum, pum, ¿quién es?

Había pensado titular este comentario "La gran morralla"

Pum, pum, ¿quién es?

Había pensado titular este comentario "La gran morralla" pero luego me dije: a ver, hombre, la película es un bodrio considerable, pero a Zhan Yimou le debemos La casa de las dagas voladoras, Hero, La linterna roja, Sorgo rojo... Así que bajemos el calibre de la andanada y hablemos de soberana decepción.

La gran muralla existe porque la taquilla china es ahora mismo una golosina con la que Hollywood babea. Triunfar allí puede convertir un sonoro fracaso en un retumbante éxito. De ahí que no haya recato alguno en utilizar el imponente (e inútil desde el punto de vista práctico) monumento chino como excusa para una delirante trama que parece un cruce retorcido entre Juego de tronos y Starship troopers añadiendo las triquiñuelas visuales de miles de bichos verdes con fauces de Alien (aquí vale todo, compadres) escalando paredes cual zombis de la Guerra Mundial Z mientras suenan tambores de guerra como en el último Mad Max.

Con un guión (de alguna manera hay que llamarlo, ¿no?) de Tony Gilroy, Carlo Bernard y Doug Miro a partir de una idea en la que metió mano Edward Zwick (recordemos El último samurái, otro dislate oriental), La gran muralla no tiene la menor intención de respetar la historia pero lo disimula con una solemnidad digna de mejor causa perdida. A ello contribuye un Matt Damon con cara de qué diablos hago aquí, dadme mi cheque, y que disputa a su amigo Ben Affleck el título de cara más inexpresiva del año. O de la década. O del siglo. No hay personajes dignos de tal nombre. Hay unos bocetos con piernas que van de un lado a otro soltando frases pomposas y huecas, y entre charleta y charleta se ponen a pelear contra las horribles criaturas venidas del espacio exterior. Hay un esbozo de romance interracial pero por fortuna se queda en los huesos.

Y digo por fortuna porque de prosperar no estaríamos hablando de 104 minutos de duración, que se hacen largos pero no interminables, sino de media hora más de tortura. ¿Y qué pasa con Yimou? Ni está ni se le espera. Mientras deja trabajar tranquilos a los equipos de efectos digitales, el cineasta se limita a cubrir el expediente con argucias visuales que parecen una parodia de su propio estilo: batallas que parecen una ceremonia de juegos olímpicos, globitos iluminados en la noche (qué potito), muchos azules, dorados y rojos, acrobáticas peleas voladoras... Hay momentos vistosos (aunque el más potente no sea de colorines porque transcurre entre la niebla) pero al servicio de la nada. Habrá quien se indigne con las patadas a la historia china que propina la película sin sonrojarse y habrá quien suelte una carcajada viendo al mercenario español toreando a un bicho verde o con la batalla a bordo de globos, pero, en serio, no vale la pena perder el tiempo cabreándose. La taquilla china ha funcionado con esta americanada y ya está. Botón "supr" en la memoria y a otra cosa.

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