En las Islas Canarias este oficio ha estado históricamente reservado a mujeres. Eran ellas quienes se dedicaban de forma mayoritaria al mundo de la loza, como se denomina en el Archipiélago a la alfarería. No obstante, también existían familias en las que el oficio se compartía. Así, mientras la mujer levantaba la pieza sin ayuda de ningún torno, el hombre se ocupaba en gran medida de buscar leña para el horno y cocinar el barro previamente modelado. Esta ancestral actividad se practicaba en gran medida como complemento a los ingresos del hogar, de modo que suponía un desahogo para la ajustada economía familiar.
