Las lluvias torrenciales convirtieron a Telde en una isla por un día. El enorme caudal de agua caída ayer en el municipio, que desbordó todos los barrancos y causó importantes problemas de tráfico, inundaciones, cierre de playas, parques y centros públicos, derrumbes y suspensión de actos, aisló a esta ciudad de algo más de 103.000 habitantes durante varias horas, una circunstancia no vivida desde hace más de un lustro y que tuvo su último antecedente en la tormenta tropical Delta hace este año una década.

El impacto ha sido tal que hasta el Ejército se ha tenido que desplazar a la localidad, se ha requerido la colaboración urgente de otras administraciones y ha obligado a los teldenses a mirar más veces al cielo de lo habitual. Esta es la crónica de un día que perdurará en la memoria colectiva como testigo de la fuerza de la Naturaleza.

El jueves había sido un día malo, con el municipio desbaratado por los efectos del temporal y los nervios y preocupación de las autoridades locales para controlar el aguacero que cayó en Telde, pero después de lo ocurrido ayer, se constató que solo fue una prueba. Desde primera hora de la mañana se podía observar sus caras de cansancio y su esperanza de que el cielo fuera clemente, aunque la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) pronosticaba un día de perros. Y así fue, pero, como en el arca de Noé incluida porque podían caber todas las especies animales y vegetales dada la tremenda virulencia de las precipitaciones.

La alcaldesa, Carmen Hernández, declaraba en una rueda de prensa improvisada mientras se dirigía a la presentación del programa de las bibliotecas municipales y con una temperatura agradable, que se reuniría a la una de la tarde con los responsables del dispositivo de seguridad y emergencias para tenerlo todo a punto y no les cogiera el toro. Expresó también su esperanza de que la borrasca pasara de largo, "aunque nos han dicho que a partir de las dos de la tarde puede caer sobre Telde y ser peor que la de ayer".

Un buen día que se estropeó

Solo se equivocó un poco en la hora. Por su parte, Juan Martel, concejal de Seguridad y Protección Civil, tampoco las tenía todas consigo y fue profético: "Me temo que lo del jueves solo fue un simulacro de lo que puede pasar hoy. Estamos todos muy preocupados y estamos haciendo todo lo que está en nuestra mano para sacar adelante este tema". Más que preocupado, como ocurría con otros concejales del grupo de gobierno, estaba de los nervios. No le faltó razón para el pesimismo.

La mañana había sido cálida. Solo se notaba el temor al temporal por los parques infantiles y recintos públicos cerrados y algunos niños jugando en la plaza de San Juan a la pelota, por aquello de la suspensión de la clases. En el mismo sitio, Santiago León y José Brito, dos parados en huelga de hambre desde hace días, ponían a secar sus tiendas de campaña y otros enseres. "Anoche [jueves por la noche para el lector] llovió tanto que se empapó la caseta y preferí salir y protegerme con un paraguas", comentaba Brito, mientras León, débil por los nueve días de protesta, insistía en mantenerse firme en su reivindicación, contra viento y marea... y el aguacero.

En una jornada típica de viernes, con la salvedad de la celebración de las comisiones de pleno, en el Ayuntamiento todo la atención estaba en ver qué pasaba a partir de las 14.00 horas. Nada bueno, como se demostró en el resto de la jornada. Pasadas las 14.30 horas empezó a correr el agua por el barranco de Las Bachilleras, en El Caracol, muy cerca del céntrico barrio de San Gregorio, pero el caudal, una vez limpiado en parte el cauce, no suponía ningún riesgo. Otra cosa sería dos horas más tarde, cuando las intensas lluvias que dificultaron la circulación de los vehículos propiciaron que las aguas caídas en los vecinos barrancos de Las Medianías y La Rocha bajaran como una estampida y ofrecieran una de las imágenes más espectaculares del viernes. Los vecinos, que el día anterior se habían quejado del efecto de las lluvias, salieron a contemplar cómo la marea marrón llenaba el cauce y amenazaba con causar estropicios en la estructura del puente. No importaba el aguacero que empapaba y una pequeña racha de viento que todavía dificultaba más la protección contra los gotones. Pero todos los días no se ve correr los barrancos de esta manera.

Ya a esa hora la Naturaleza era muy hostil con Telde. Desde las redes sociales, los medios informativos y los vecinos de los barrios afectados, llegaban noticias de la gigantesca barranquera -riada en la Península- en la que se convirtió el municipio. Jinámar, otra vez, Caserones, el casco, la costa y otros barrios terminaron patas arriba. Todos los barrancos con agua, que al desembocar en el litoral volvieron a arrastrar hasta la arena todo lo que se encontraba a su paso y así Melenara, Salinetas, La Garita, Ojos de Garza y Hoya del Pozo, entre otras, sufrieron las consecuencias. Cerradas hasta nueva orden desde el jueves, habrá que esperar qué dicen los análisis de Sanidad para saber cuándo se abren, según señalaba Álvaro Monzón, concejal de Playas. En La Garita, el caudal que desembocaba en la playa, arrastró contenedores de basura, anegó la rotonda del barrio, lleno de agua locales y buscaba su espacio, una vez más, en la arena para pintar un panorama desolador. En Ojos de Garza, muy afectada anteayer, sus vecinos, como Armando, que se tomaba unas cervezas con un amigo, no creía que fuera a llover y recordaba que siempre ha sido una playa poco atendida por las autoridades. "Ayer [jueves para el lector] la gente del barrio estuvo limpiando el barro porque el Ayuntamiento solo les envió una cuba de agua cuando todo el trabajo estaba hecho". Horas después, las escorrentías del barranco arrastraban coches aparcados cerca del Aeropuerto en su camino al mar.

Un atolladero

Conductores atrapados y maniobrando para salir del embrollo fueron la tónica habitual en los otros barrios costeros, pero los accesos a la autopista tampoco eran precisamente fáciles. Una enorme cola en dirección norte empezó a formarse cuando la borrasca estaba ya en plena forma y convirtió la principal vía de comunicación de Gran Canaria en un atolladero, en un lugar donde los sueños de llegar a su destino se tornaron en pesadilla. Por el camino, la humedad y también la falta de combustible dejó sus víctimas, pero al resto de conductores solo le pasaba por la cabeza salir cuanto antes de allí, sin más filosofía. Solo los conocedores de vías alternativas y con tiempo para llegar a ellas se salvaron de la quema, algo habitual cuando la lluvia aparece en esta isla.

No se libraron de los atascos tampoco los que pretendían llegar a la ciudad desde la autovía del Cabildo, completamente anegada y con las tinajas rebosando agua y las palmeras cogiendo un color verde que habían perdido hace mucho tiempo, pero con la duda si no será demasiado tarde para salvarse. La vía de la circunvalación poco a poco empezó a ser víctima del otro caudal, el de los vehículos que iban llegando buscando sus puntos de destino, lo que provocó también numerosas retenciones y horas de paciencia.

Llegará la hora del recuento de daños, pero, como decían ayer algunos residentes de varios barrios, "el problema es que una vez que pase esto, se olvidarán y no harán nada". Vox populi.