La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

En procesión estrena hasta el gato

Sixta Santana cuenta cómo se vivía la jornada de la Inmaculada en Jinámar en sus inicios y cómo transcurrían los días previos - Su bar era punto de encuentro durante la celebración

Sixta Santana en su casa en la Carretera General de Jinámar. LP / DLP

Sixta Santana nació en San Mateo, pero cuando se casó fue a vivir a Guanarteme porque su marido era molinero y allí tenía su trabajo. Tuvo tres hijos en esa primera etapa de su vida, con los que se fue, con 28 años, a Jinámar a establecerse en otro molino al que habían trasladado a su esposo. "Molino El Pilar se llamaba, donde mi marido trabajaba noche y día", explica Sixta Santana". "Un mes estuve llorando, porque cuando llegué no había agua en las casas y tenía que ir, con cuatro niños pequeños, a buscar agua para beber y cocinar hasta Marzagán caminando con los cacharros, o hasta el lomo a la lavar la ropa", añade.

Sus comienzos en este barrio de Telde no fueron fáciles, pero esta mujer coraje superó toda adversidad posible para sacar adelante a su familia, la que no tardó en crecer ocho años después. Con siete hijos, la casa a cuestas y su marido haciendo gofio y harina en el hogar, transcurría su día a día.

Sixta tiene ahora 93 años, "94 en agosto y si hace falta corro", comenta entre risas. Sentada en su sillón amarillo de su casa situada en la Carretera General del barrio, la anciana viaja al pasado, cuando los niños del pueblo venían a comer las roscas que salían del molino en el que su marido trabajaba, o cuando las distracciones del domingo consistían en subir a la azotea y su vecina 'Francisquita' y ella charlaban mientras su esposo y 'Cristito El Zapatero' veían el partido matutino del día de fiesta desde lo alto del molino.

Así recordó el día en el que su familia compró uno de los bares del barrio. "Todos hemos trabajado allí. Al principio, mi hermano se encargaba porque mi marido no dejó el molino, pero cuando mis hijos se hicieron grandes ya lo llevaron ellos y yo entré a hacer de todo", cuenta.

El nombre del bar tiene su historia, y es que a pesar de llamarse bar Doramas, los vecinos del barrio lo conocen por bar Pili, puesto que antiguamente la empresa Philips patrocinaba los establecimientos, "y el conocimiento popular hizo que se conociera como Pili", explica Octavio Santana, hijo de la jinamera.

El bar Pili fue un clásico en el pueblo y Sixta Santana, que fue la cocinera, la que lo abastecía y trataba con los proveedores, cuenta la gran afluencia que tenía durante las fiestas de la Concepción. "Venía mucha gente, eran días de mucho trabajo, el bar se llenaba, y eso que teníamos un salón grandísimo", apunta.

Cuenta que por el gran día preparaba un plato especial que no dejaba indiferente a nadie. "Criábamos durante casi dos años a un cochino, y dos días antes del día de la Concepción lo matábamos y empezábamos a preparalo", explica mientras recuerda como lo cortaba en cachitos, le ponía el adobo y lo freía. "Del cochino no quedaba nada, lo vendíamos entero", añade.

Narra como durante los días de la fiesta, "que duraba unos ocho días", era un no parar constante y donde desde dentro del bar veía como la gente pasaba sin cesar. "Antes eran mucho más bonitas que ahora. Me encantaba ir a la azotea por la noche a ver como los ranchos de gente venían de fuera del pueblo caminando, cantando con las guitarras, bailando y saltando, no como ahora que todos son coches y coches", lamenta, a la vez que hace mención de lo bonito que era ver a las personas caminando para pagar sus promesas a la virgen.

Según cuenta, durante la noche, los vecinos del pueblo y otros de los barrios cercanos "estaban de juerga en la plaza con las rondallas, y por la tarde noche iban a las novenas a escuchar al cura". Por las mañanas, "se veía a la gente cargando con las cañas de azúcar al hombro y los racimos de naranjas colgados", y la feria de ganado era un clásico "que le encantaba a los vecinos con todos los animales en la calle". Como los papagüevos, "que antes eran más graciosos, que ahora", sin olvidar los fuegos "que podían verse desde la azotea porque no había tantas casas en el barrio".

"El día de la Concepción era precioso, íbamos a primera hora a la misa y después la procesión pasaba por delante de mi puerta y llegaba hasta el puente". Rememora que durante la jornada las casas se llenaban de familiares y amigos que venían de otros pueblos para disfrutar de la fiesta, "y se hacían calderos enormes de comida para todos". Era, sin duda, un día especial en el que todo el pueblo salía a la calle y vivía intensamente la celebración. Una fiesta que se esperaba cada año y que llenaba de vida al pueblo.

Una ocasión, además, para estrenar ropa, porque "la fiesta de la Concepción era una fiesta para estrenar, unos podían más y otros menos, pero estrenar, estrenaba hasta el gato", comenta entre risas, mostrando que hay costumbres que aún permanecen y que, aunque el tiempo pase, la esencia de esta fiesta es siempre la misma.

Cuando llegó estuvo un mes llorando. Ahora, sentada en su sillón amarillo rodeada de los que más la quieren, después de 65 años en Jinámar, sus ojos, su sonrisa y su forma de reír son capaces de contar en silencio lo feliz que ha sido en este pueblo. Año tras año, fiesta tras fiesta, cambio tras cambio. Y ahí sigue ella, con un vaso de agua en sus manos que ya no la obliga ir a Marzagán para poder disfrutarlo.

Compartir el artículo

stats