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La colección ni se toca, ni se vende

Antonio Santana, más conocido como 'el Virula', mantiene un pequeño museo en Jinámar con artículos que empezó a guardar hace 58 años

Antonio Santana en su museo mientras agarra sus bicicletas, los dos objetos que más estima de entre su colección. YAIZA SOCORRO

Si algo tiene claro Antonio Santana, más conocido como El Virula, es que su colección ni se toca ni se vende. Cuando se entra en su pequeño museo de todo tipo de artículos en el piso bajo de Las Gerencias de Jinámar, lo primero que se encuentra, si la curiosidad hacia todos los artículos que tiene permite verlo, es un cartel que pide que cada una de las cosas que dan vida al lugar no se toquen. Ese es su lema número uno, acompañado de un dos que asegura a todo el que vaya con intención de comprar algo, que se va a ir con las manos vacías, porque "aquí no se vende nada", aseguró el coleccionista.

Santana comenzó con esta su pasión hace 58 años, "cuando tenía 7 u 8 y coleccionaba cajas de fósforos, cromos, estampas y llaveros", explicó. Asegura que estos fueron sus primeros pasos guardando objetos que le llamaban la atención, "junto con los encendedores", añadió. Poco a poco su recopilación fue creciendo cuando "le dio por guardar cosas" y, actualmente, tiene todo tipo de artículos que ha obtenido durante viajes, compras en rastrillos, encontrados por casualidad o donados por amigos y conocidos que confían plenamente en él para la conservación de los objetos. "Siempre que salgo de viaje o voy a comprar me traigo algo nuevo que me llama la atención", apuntó mientras asegura que, a pesar de que muchos artilugios son donados, "el 80% de lo que hay es colección mía".

Miles de artículos, y entre ellos el tic tac de los relojes, su gran pasión. De mano, de pared, despertadores y de mesa, entre otros, que relucen en su pequeño museo pero que, según cuenta, no son nada comparados a los que tiene en su bar Cafetín El Virula, donde "87 relojes funcionando de campana están colgados en las paredes". Un tic tac que recuerda a los que los escuchan que es un amor que el coleccionista comparte con su hija María de 15 años. "A ella también le encantan", afirmó con una luz especial en su mirada, esa que se le pone cuando habla de su niña.

Sin duda alguna esa es su gran pasión, pero sus objetos más mimados dentro del museo son las dos bicicletas que lucen en el centro del recinto. "Hace 50 años las bicicletas tenían matrículas porque había que pagar impuestos por ellas", explicó mientras las mostraba con especial cuidado. En medio de sus dos predilectas, una color azul y otra verde con sus bocinas y luces delanteras incorporadas, su actual dueño comentaba como la primera la obtuvo tras el fallecimiento de un matrimonio que no había tenido hijos, "la rescaté y la restauré hasta dejarla como está", apuntó, mientras recordó que alguna vecina del barrio le propuso, sin éxito, su compra. La segunda se la regaló su primer dueño, "un antiguo repartidor de agua que me dijo que sabía que yo la iba a cuidar", explicó.

"Para mí las bicicletas tienen mucho valor, porque fue el primer vehículo que entró en mi casa, fue el primer coche de la familia que mi padre pagó a duros para mi hermano mayor", añadió. Colocada en lo alto de una tarima, casi rozando el techo, llamaba la atención otra bicicleta a la que no le dio tanta importancia como a su dos mimadas, "esa era de un corredor famoso de Telde que tiene también mucho valor, yo la restauré y han venido a ofrecerme por ella 1.500 euros, pero no los cogí", contó.

Monedas antiguas de todo tipo de tamaños y diferentes caras dibujadas, de distintos países o temáticas acompañadas de una diversidad de billetes. Instrumentos antiguos capaces de mostrar como era la vida cuando los matrimonios se bañaban juntos en una palangana de tamaño mayor a la estándar, o cuando las mujeres llevaban la ropa sucia en cubos que transportaban en la cabeza. La época en la que el tabaco se molía a mano o los productos se pesaban a granel.

Un primer cubo para la fregona con escurridor de madera, cámaras para hacer cine o inmortalizar momentos, toca discos, generaciones de teléfonos móviles, máquinas de escribir con su timbre de fin de línea a destiempo, teléfonos testigos de infinitas conversaciones o maletas que han dejado de viajar.

Colecciones de valor incalculable que Antonio Santana quiere dejar como herencia "para el uso y disfrute del pueblo". "Quiero ceder el museo al Ayuntamiento y que este ponga un local más grande habilitado para que la gente pueda visitarlo", explicó. "Me gustaría que la entrada sea gratuita, firmar escrituras para que nada de lo que hay aquí pueda venderse y que sirva para que el día de mañana los niños sepan para qué se utiliza cada cosa". Una herencia que quiere dejar a las generaciones futuras tranquilo de que su legado ha quedado en buenas manos.

El coleccionista anima a todos los que tengan artículos en su casa que no usan que los lleven por su museo, donde los conservará sin venderlos, "lo máximo que me han ofrecido fueron 4.000 euros por una máquina de escribir, y no la vendí", aseguró orgulloso.

Santana llama a los ciudadanos a visitar su local cuando lo deseen, "estoy los jueves desde las ocho de la mañana hasta la una de la tarde, pero pueden pedirme venir cualquier día", comentó. "Aquí tienen su casa", finalizó. Una casa que engloba más historia que el libro más gordo que se pueda imaginar.

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