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El misterio del Picacho caído

Los defensores de uno de los símbolos del pasado azucarero de Telde reclaman que las instituciones intervengan para salvar el que queda

Un momento de la manifestación celebrada junto al Picacho. LA PROVINCIA / DLP

Cada 14 de febrero se celebra un acto de amor y fidelidad no por San Valentín, sino por el patrimonio arqueológico de Telde. Ese día del año 1994 fue la fecha que, con los años, ha retratado el interés de los políticos por el acervo cultural del municipio y la concentración que desde hace 22 años se organiza junto al único Picacho aún en pie también se ha convertido en una fotografía de la lucha del colectivo ecologista Turcón y otras asociaciones para reivindicar que se salve a la columna superviviente antes de que sea demasiado tarde.

Del otro Picacho, sin noticias del paradero de sus restos tras el derrumbe en el ya lejano 1994, pese a que la Ley de Patrimonio es muy clara sobre el tratamiento de los bienes arqueológicos. En 1995 se retiraron sus cachos, pero nadie sabe dónde han ido a parar. De hecho, se podría tratar incluso de la comisión de un delito, según apunta el arqueólogo José Ángel Fleitas.

Fleitas, uno de los defensores de la recuperación de "un importante símbolo del pasado agrícola de Telde", no comprende cómo nadie ha tomado cartas en el asunto, "cuando por la Ley de Patrimonio las administraciones públicas pueden intervenir aunque no sea propiedad suya el terreno donde se encuentra este vestigio arqueológico".

El arqueólogo señala que "no es necesario ni siquiera expropiar a los propietarios del solar, que solo supondría un beneficio particular con dinero público, sino que la ley obliga a su conservación porque está catalogado en la Carta Arqueológica del Cabildo, aunque no haya sido declarado aún Bien de Interés Cultural (BIC), un expediente que se inició en 1984 y no se ha finalizado, por lo que desde Turcón se ha decidido retomarlo". Además, en el Plan General de Ordenación de ese mismo año se le catalogaba como zona de protección cultural, catalogación que aún tiene.

Las conversaciones con los propietarios de la parcela donde se encuentra el Picacho están en punto muerto. Según fuentes consultadas, se les llegó a ofrecer una cantidad de dinero y la permuta de un suelo en Arauz, una urbanización que duerme el sueño de los justos casi desde la misma época en la que cayó el primer picacho, pero no hubo acuerdo. La falta de fondos del Ayuntamiento tampoco ayuda y parece harto improbable que la concejalía de Patrimonio tenga margen de maniobra para solventar este enredo y la poco a poco más inclinada columna, a decir de los vecinos, tendrá que esperar tiempos mejores.

En su momento expropió la parte trasera de esa parcela para la construcción de la plaza de Picachos, pero pasados los años, lo único real es una deuda de 3,5 millones de euros generada por esa decisión. Y que puede aumentar con el paso del tiempo con los intereses de mora, como ha ocurrido con otros tantas expropiaciones cuyo pago acogota a las arcas locales.

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