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"La tienda para quien la entienda"

La familia Bosa impulsó la ciudad del mueble y lleva 150 años en el comercio de Telde

"La tienda para quien la entienda" QUIQUE CURBELO

Diferenciarse y llevar, hoy en día, un negocio no es fácil. Mantenerse durante 150 años en el mundo del comercio, menos todavía. Diego Bosa cumple este octubre 65 años y desde que tiene uso de razón ha visto a su familia desenvolverse en este sector. Desde su abuela paterna, María Rivero, hasta su padre, Diego Bosa, la familia levantó un imperio comercial en Telde que continúa en la actualidad con una única tienda, dedicada, en especial, a las armas. Este empresario fue testigo de cómo su progenitor comenzó a transformar el municipio en la ciudad del mueble. "Nosotros empezamos y la gente siguió", asegura.

Primero fueron las telas y luego los muebles, electrodomésticos y las armas. "Todo comenzó con la madre de mi padre, que vendía metros de tela, pero este pronto vio ganancias en lo que no vendía", explica el único hermano dedicado actualmente al sector y propietario del negocio que permanece. "Fue a Barcelona para traer telas buenas y diferentes, y entonces se le ocurrió lo de los muebles", añade. Así, se alió con otro socio y creó Muebles Romero, el primero de muchos.

"En los años 60 compramos varios edificios y los dedicamos a eso, logrando, al final, siete tiendas todas de mi padre", relata. Asegura que siempre tuvieron éxito con sus locales "a pie de calle" y que incluso el famoso Floro, con la venta de muebles en el municipio, "era revendedor nuestro". Al ver la actividad de su padre y la pasión que sentía, con 17 años, Bosa hijo lo tuvo muy claro: "Papá, yo quiero estudiar para sacar el dinero del bolsillo a la gente".

Tras un "hijo, vente conmigo" y hasta el año 75, el vendedor llevó junto a su padre y un sólo empleado todas sus tiendas teldenses. "Me fui de los negocios de mi padre porque no nos entendíamos en muchas cosas, pero seguí con los muebles por mi cuenta en la calle Luján Pérez 17". Fue entonces cuando su hermano Carmelo Bosa, ya fallecido, ocupó su lugar en el comercio familiar que iba viento en popa.

"Me pidió que volviera, pero yo no quería quitar a mi hermano", afirma el mayor de cuatro. "Sólo nosotros dos nos dedicamos a esto, porque mi hermana María es veterinaria y Francisco es cardiólogo", comenta. Él, por su parte, se dedicó a "cursos de armería y me hice técnico de televisión", lo que le añadió el mérito de reparar estas cajas en muchos hogares. "Proveedores nos daban las teles con las lámparas usadas para vender, por lo que les llegaban mal a los clientes, pero yo lo frené para nuestras tiendas". Además, "estudié por qué en parte de Marzagán no se veía, puse 12 metros de tubo para antena y lo arreglé". Así, un implicado le confesó que hasta su llegada "no habían ido técnicos, sino teniques de barranco", bromea.

Con la muerte de su padre en el 79, por un cáncer de pulmón con 57 años "que se lo llevó en treinta días", se dio cuenta de la mala gestión que su hermano Carmelo había hecho del negocio, "sin libros de compra o papeles para llevar las cuentas y con deudas", puntualiza, por lo que decidió sacarlo adelante, "porque nos quedamos sin nada". "Con la venta de solares por parte de madre y el cierre de los negocios, regularicé la deuda", explica mientras mira con nostalgia su tienda y se asoma a ver los edificios de la Avenida de la Constitución que le pertenecieron, ahora convertidos en perfumerías o clínicas dentales, entre otros.

"En esta vida no se puede ser pobre, vivir es para los espabilados", determina como frase vital. Así, ha logrado mantener abierta su armería, la que considera su hobby, y la ha hecho crecer. "No sólo doy permisos de armas o tengo artículos que sólo se venden aquí de todo Telde, puse lo de timbre para poder dar documentos de últimas voluntades, sellos o certificados médicos", cuenta, mientras señala el tabaco que vende. "El cartel de timbre en la Península lo asocian con estanco y los turistas siempre me pedían tabaco y no tenía, así que lo vi claro".

Sin duda, el olfato de este vendedor es nato y heredado. "Recuerdo que mandaba a preguntar los precios de la competencia para yo bajarlos", afirma con gracia. A pesar de que su jubilación se aproxima, tiene claro que "la armería no se cierra". Con pensamiento de que sea propiedad de sus hijos, "aunque no la lleven porque tienen sus trabajos", sabe que estará en buenas manos, porque como le dice su madre Francisca Ojeda, de 92 años, "la tienda es para quién la entienda", y él de esto sabe mucho.

Por ello, está seguro de que el comercio en el municipio "sale adelante" y que, aunque haya cambiado porque la demanda así lo exige, "negocios cerrados desde hace 30 años ahora se ven llenos". Con optimismo, se le ve feliz con lo que hace y con lo logrado. No sólo con su implicación para que una calle peatonal, como es la avenida dónde está su local, fuera posible, sino con esta profesión que le llena el alma.

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