La Provincia - Diario de Las Palmas

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Bola de queso con higos para el frío

La heladería artesanal El Canario modifica su carta de sabores por el cambio de temporada y la entrada del invierno

Dos de los empleados de El Canario con la cabra 'Lucía' en la heladería en Telde. YAIZA SOCORRO

El sol sale menos de lo habitual, las playas comienzan a vaciarse, los bañadores se mandan a la caja de la ropa de verano y el invierno empieza a asomar. En la heladería El Canario son conscientes de ello y, por eso, han decidió que ha llegado la hora de no sólo cambiar sus horarios, sino también la carta de sabores que se modifica a lo largo de tres temporadas. Así, a los seis sabores fijos que sus clientes ya conocen de maravilla, se suman otros, perfectos para combatir el frío aunque parezca una incongruencia, porque en Canarias siempre es tiempo para un buen helado. Entre ellos, las bolas de queso con higos o de crema canaria hecha con ponche de gofio, lucen coloridas en las neveras de este negocio artesanal que ha tenido una entrada potente en el mercado canario.

El de fiesta es, sin duda, el más vendido, pero el de turrón "se lleva la palma, incluso entre gente que viene de Península a comprarlo", asegura el propietario del negocio, Leonardo Verde de 44 años. Ante la sorpresa de sus clientes por tanta variedad y tan diferente a lo habitual, las bolas de queso con pétalos de cardo y verol y chocolate, queso con higos caramelizados, y queso con fresas y nata, se incluyen en la carta hecha para el invierno.

Así, no pasan desapercibidos entre el resto, esos sabores que permanecen haga frío o calor, como el de higos con miel, plátano y gofio, gofio, fresas con albahaca, y tuno indio. Siempre acompañados del cucurucho verde característico que los acompaña. "Llegamos a un acuerdo con la fábrica para conseguir esta galleta que nos diferencia de los demás", explica el empresario, mientras asegura que la elección del color se debe a que "todo lo que rodea Canarias es verde y porque estamos concienciados con la ecología".

Hace seis años que Leonardo Verde decidió abrir su propio negocio. Después de años en la construcción y como revendedor de helados con su furgoneta, se planteó abrir su propio mundo de bolas de sabores para exprimir al máximo su pasión. Cuenta que siempre le ha gustado mucho la cocina y que cuando le enseñaron a hacer helados descubrió lo que más le gusta desempeñar. Después de cursos en la Península y en Italia y su participación en varias ferias mundial del sector, en Rimini, crea su propia materia artesanal.

Con una base de sal adquirida directamente de las salinas de Arinaga, leche de cabra de ganados a suelta completa, fruta fresca cultivada por él en su mayoría, paciencia y mucho corazón en lo que hace, ha conseguido crear bolas de sabores distintos hechas de la manera "más natural posible" y que han tenido "una entrada muy fuerte en el Archipiélago", determina, a la vez que señala que "somos los únicos de Europa que usamos leche de cabra en la elaboración".

Es aquí donde Lucía, el animal de esta especie que pone imagen a la empresa, no puede pasar desapercibida. Aunque la leche obtenida no proviene de ella, "sino del ganado de un buen amigo mío que cumple con los requisitos de que estén sueltas y demás", es la protagonista del local sin duda alguna. Así, cada vez que los clientes van a disfrutar de un helado, los niños y no tan niños gozan de la compañía de la cabra y del resto de animales que Verde tiene en la zona.

"Atendemos a los que nos visitan en un patio canario de mi casa en Telde, porque yo atiendo donde elaboro", relata el heladero. Detalla que los que se acercan, gozan de sus productos debajo de helechos, con música canaria de fondo y en un espacio en el que los más pequeños se lo pasan en grande, porque para este propietario "la atención y el cariño es lo primero".

Asimismo, afirma que "ningún niño se queda sin helado por los barrios que pasamos, por motivos económicos", puesto que la principal norma en su empresa es que "un helado no cuesta nada" y que hay que dejar de lado el egoísmo, que define como "la mayor enfermedad que afecta al mundo". De esta forma, asegura que esta heladería "abre su corazón a los demás".

Aunque sólo tienen un local, señala que sus mayores porcentajes de venta los obtiene a través del reparto a domicilio por toda la Isla y en la ruta por los distintos barrios. "Corneta en mano en el coche y ya la gente sabe que El Canario está en la zona", añade.

En cuanto al secreto de su éxito, asegura que el tiempo dedicado y el cariño empleado son clave. De esta manera, explica que "tardamos tres días para elaborarlos, cuando las industrias tardan 12 minutos". Cuenta que su jornada se basa en llegar de madrugada al lugar donde crea, para prepararlo todo. Acto seguido se va a las salinas de Arinaga, donde suele estar a las 7 de la mañana, y, al finalizar, se dirige al campo a por la leche recién ordeñada. Tras el trato del producto durante dos horas, comienzan, él y su única ayudante, con el corte de la fruta, la mezcla y el proceso de manteca. Días después, al finalizar un proceso de calentamiento y enfriado, tiene entre sus manos lo que más le hace feliz junto a su familia. "Con esto descubrí que el trabajo con amor no se llama trabajo", afirma. Mientras puntualiza que para el famoso helado de fiesta no utiliza agua, "como es común", sino leche de vaca, "tan fresca como la de cabra".

Además de crear esta delicia, popular en las diversas fiestas de los municipios, Verde considera que enseñar todo lo que sabe es una acción que le llena. "Es un error pensar que por dar a conocer todo lo que sabes te pueden quitar el trabajo, porque a mí me ha pasado lo contrario y gracias a esto, que me gusta mucho, he visto puertas abiertas de una manera mucho más amplia". Por ello, lleva tres años enseñando su profesión entre colegios de la Isla. "Cuando empecé sólo estaba en seis centros y ahora voy a 60", explica con orgullo, mientras recalca que no sólo muestra cómo hacer un helado o cómo se elaboraban antes, con hielo y sal, "sino valores importantes como dar sin esperar nada".

Quizás, ver la vida así es lo que le ha dado esta felicidad constante que lo acompaña. Cuando habla, se capta, a kilómetros, lo enamorado que está de lo que hace y las ganas de contagiar cosas buenas a los demás, con bolas con sabor a bondad.

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