Sin duda alguna, cada uno de los pasos que Josefa Sánchez, más conocida como Pepa, da a lo largo de su vida están guiados por su corazón. La sencillez y humildad que deposita en cada una de sus palabras le dan la grandeza que se corresponde con los gestos que lleva a cabo y que ella ve como normales. Pero lejos de cualquier normalidad posible, esta mujer con ganas a la vida ha demostrado que tiene una sensibilidad especial que la acerca a la esencia principal de la existencia. Así, como monitora de la Escuela Municipal de Folclore de Telde, impulsó, por primera vez, las clases de música autóctona en centros con personas con diversidad funcional. Un proyecto que amplió con cientos de actividades que desempeñaba en su tiempo libre, por ese amor al arte que le caracteriza y que es capaz de reflejar con su mirada cargada de nobleza.

A Pepa no le gusta ser noticia. No es de agrado para ella dar a conocer algo que hace porque le sale del alma y por lo que no espera nada a cambio. Esta teldense lleva toda su vida dedicándose a la música y, conforme pasan los años, de una forma u otra, implicándose con los demás. No le gusta que el resto lo sepa, porque para ella no es nada grandioso, pero sí, muchos de los que la conocen coinciden en que es grande todo lo que hace y, por una vez, le toca a ella ser la protagonista, un protagonismo que siempre otorga a los que la rodean, con el fin de hacerlos felices.

Hace 32 años que nació Cristi, su hijo mayor. Aunque el tiempo ha pasado y los años no perdonan, sigue siendo como un niño, porque sufre una discapacidad mental que no le permite desarrollarse al mismo ritmo que aquellos que no la padecen. Es un joven feliz que recibe todo el amor de sus padres y hermanos, pero si algo lo caracteriza es el don que, como su progenitora, tiene para la música. "No puede cantar porque no habla, pero nos quedamos asombrados cuando, con 3 añitos, tarareó una canción porque no nos acordábamos de un ritmo", cuenta Sánchez.

Tanto él como sus hermanos han heredado la pasión por la música. "Lo mío también viene de familia, porque por parte de mi madre eran todos músicos de oído y tocaban instrumentos y cantaban", explica la monitora. Así, ha formado parte de cientos de agrupaciones en Telde que la han hecho avanzar hasta quién es hoy.

Su formación la llevó a obtener plaza como monitora de folclore del Ayuntamiento en el año 2000, "yendo por los barrios dando clases en diferentes colectivos". Fue cuando comenzó como docente en colegios de la localidad cuando se dio cuenta de que los centros de Educación Especial no tenían cubierta esta oportunidad de aprender lo que a ella más le gusta.

"Lo propuse y me dijeron que no había personal especializado, por lo que respondí que no hacía falta y que yo tenía experiencia con mi hijo", relata. Así, su coordinador le ofreció ser ella la encargada de dar sus servicios a este colectivo. Sin duda alguna aceptó y lo que comenzó como una enseñanza musical acabó en un proyecto que fue mucho más allá.

"Fueron cinco años viviendo una experiencia que jamás podré agradecer por la enseñanza tan grande de vida que me dieron mis alumnos", señala. Asegura que se formó una conexión muy especial que aún perdura en el tiempo, "porque los veo después de tres años y todavía me abrazan como si hubiera sido ayer". De esta forma, destaca como un tesoro vital la lección que le dieron. "Aprendí que no puedes dar todo por hecho y que las pequeñas cosas como sonreír, caminar, hablar o respirar son tratadas como añadido y no las apreciamos, cuando en realidad son lo más importante", determina con sinceridad en su semblante.

Además de música, Pepa creó con ellos, en su tiempo libre, una radio donde trataban temas diversos, los llevó a cantar a hospitales, a actuar en teatros de aforo completo, a cabalgatas de Carnaval o a las fiestas patronales de Telde, entre otras actividades que ayudaron a recordar a la sociedad "que están ahí y que no hay que meterlos en un centro y ya está, porque son una parte fundamental de nosotros". De esta forma, recuerda haber acudido a romerías, ella sola, con 25 jóvenes y "20 ojos puestos en cada uno de ellos". "Había que ver cómo se divertían", puntualiza.

Reconoce que no era tan duro el trabajo con ellos como ver que, por su edad, se marchaban para siempre. "Es muy fuerte, porque te acabas involucrando mucho, ves sus carencias, la figura de esa madre que tanto necesitan y duele dejarlos atrás", explica. Por esto y por su amor incondicional a lo que hace, no descarta la idea de algún día aceptar la oportunidad de volver.

Por el momento, sus actos altruistas con este colectivo no finalizan y, junto a su marido y otros amigos, lleva la Asociación Disconforme. A través de ella ayudan a personas con diversidad funcional "a salir a la calle, con respiros familiares, para que consigan, por ejemplo, una silla de ruedas" y cientos de gestos que le dan motor no solo a su vida, sino a la de todas esas familias a las que llena de su música sublime desde el alma.