Cuando el Carnaval comenzó en Gran Canaria, cada uno de los pueblos de la Isla tenía sus propias tradiciones. Aunque cubrirse la cara con caretas y máscaras era un aspecto común, la manera de celebrar los diferenciaba. Así, en Telde predominaban las piñatas en las plazas de los barrios, las carreras de burros que sacaban carcajadas en cada esquina y el juego de los niños que iban de casa en casa tocando en las puertas, con un cesto de huevos rellenos de gofio o harina, haciendo carantoñas, cantando temas populares y haciendo negocios con los vecinos. "Si no les daban un bollito de anís, tortitas de Carnaval o algún otro dulce, los pequeños lanzaban los huevos podridos dentro de la vivienda", explica el cronista de Telde, Antonio González, que dará hoy una conferencia sobre el tema en la Casa Museo León y Castillo, a las 18.00 horas.

Intentar averiguar cómo lo hacían para introducir la harina o el gofio en el interior del huevo vacío a través de un pequeño agujero, es un aspecto casi imposible de saber, pero los más pequeños del municipio se la ingeniaban para tenerlos listo el día que, a modo de truco o trato, recorrían el vecindario en busca de golosinas características de esta época del año. "Imagina la cara de los vecinos cuando no les daban nada o no les aplaudían y le estampaban los huevos después de cantar", fija el director del museo.

Asimismo, relata que cuando "daban con palos a las piñatas para hacerse con caramelos", en las plazas, era todo un espectáculo lleno de felicidad y sonrisas. Igual que ocurría durante las carreras de burros, "donde los participantes se sentaban al revés sobre el animal o hacían parodias cuando estos se negaban a caminar". Además, asegura que cuando se empezaron a usar los disfraces más elaborados, huyendo de las simples caretas o "de los trapos más viejos que se encontraban", la crueldad era protagonista, ya que era habitual "ponerse jorobas, narices enormes o verrugas gigantes, metiéndose con los defectos físicos de las personas".

El sarcasmo también hacía de las suyas. "En los 80, sobre todo, se criticaba a la Iglesia y habían personas vestidas de monjas embarazadas, curas con objetos sexuales o militares con condecoraciones por el suelo por aquellos que habían participado en el golpe de Estado", explica González Padrón mientras recuerda a las mujeres vestidas de hombres y viceversa y la época en la que el biquini se puso de moda y acompañarlo con gafas de sol era la vestimenta perfecta para simular ser una extranjera del Sur.

El origen en los riscos

Si bien son muchos los que relacionan el comienzo del Carnaval con la Isleta, el cronista asegura que su origen se remonta a Vegueta, Triana y los riscos de la Isla, "antes de 1900 cuando la Isleta comenzó a tener población y con la llegada de la sociedad hispana que trajo las tradiciones de la Península", señala. De esta forma, tal y como lo cuenta, el municipio teldense empezó con el festejo en 1913 hasta 1936, "donde fue prohibido en las calles por el régimen, hasta los 60, porque querían evitar que la gente con máscaras asesinaran o dieran palizas".

A partir de los años 58, 59 y principios de los 60, cuenta González que las sociedades recreativas de la ciudad como La Fraternidad o El Casino, entre otras, comenzaron a celebrar las carnestolendas dentro de sus sedes. Entonces, los vecinos llegaban vestidos con ropa de calle y al entrar se ponían sus caretas "de cartón o papel, o antifaces" para disfrutar "del baile o fiesta de invierno, porque si se llamaban así sí se permitían", agrega.

En el 68, "el alcalde Manuel Amador Rodríguez pide al Gobierno Civil que, bajo su responsabilidad, le dejen celebrar el Carnaval por las calles de Telde", relata. A partir de ahí, comenzó una nueva etapa de la fiesta en la que los teldenses salían a "correr el Carnaval, porque no se dice vivirlo o celebrarlo". Con charangas, "parecidas a las murgas", papahuevos y bailes populares, cada barrio preparaba su carroza o espectáculo para participar en un desfile "que salía desde el parque Franchy y Roca hasta El Cubillo", fija. Celebración que duraba una semana, "no más", y que culminaba con el entierro de la sardina.

Aunque la Iglesia influyó en algunas épocas y el festejo se vio frustrado, "porque alegaban razones teológicas, carnales y de moral, diciendo que participar era un pecado", lo que ocasionó que la población se desplazara a Agüimes, "que siempre lo mantuvo vivo", afirma, desde el año 72 se afianza en Telde y ha ido evolucionando hasta lo que hoy es. "Fue muy buena la época en la que se iniciaron las murgas, pasacalles, espectáculos de nivel, carreras de tacones o el concurso de Drag Queen", explica González.

Así, el Carnaval de la ciudad ha crecido y se ha convertido en un espacio de color y magia que una vez al año inunda las calles de música, convivencia y mascaritas.