"Soy cristiana y rezaré también por el alma de quien me ha arrebatado a mi chiquitita".Estas palabras de Lidia Henríquez, madre de Yurena López Henríquez, la joven estrangulada presuntamente por Ayoze R. Gil el pasado viernes, sobrecogieron el ánimo de todos los asistentes a la misa funeral celebrada ayer tarde en la basílica de San Juan. Acabada la función religiosa y con un templo prácticamente lleno, Lidia Henríquez sacó las fuerzas necesarias para leer unos folios cuyo contenido rezumaban dolor, pesar e incluso comprensión hacia la familia de Ayoze, al tiempo que, con voz entrecortada y lágrimas en los ojos, quiso seguir el consejo y la solicitud del párroco, José María Cabrera, de que no anide odio ni venganza por la vida de Yurena, violentamente arrebatada con solo 23 años.

La noticia de la detención de José Manuel Hernández Sánchez, un amigo del presunto homicida, al que la jueza Virginia Peña, instructora de esta investigación judicial, envió ayer a Salto del Negro en régimen de prisión provisional incomunicada y sin fianza por un delito de encubrimiento era el comentario que recorría el exterior de la basílica antes del inicio de la misa, pero fue la sentida y emotiva intervención de la madre de la víctima la que, sin duda, marcó la verdadera crudeza de una tragedia inesperada y provocó la desazón y pesar de muchos y unos sonoros aplausos, de solidaridad y arropamiento, de todos los presentes.

A la entrada del templo se reunían varios grupos de asistentes, entre ellos, al lado de una de las dos torres, miembros de la familia de Ayoze R. Gil, quienes mantenían un discreto silencio, incluso cuando a su lado pasaron la madre y la hermana de Yurena acompañadas de otros familiares. No fue un momento tenso, ya que los ojos llenos de lágrimas no irradiaban más miradas que las que produce un dolor intenso, el que, como les ocurría a Lidia Henríquez y Vanessa López, no busca batallas, sino un espacio donde llorar al ser querido y recordar lo que ha significado para ellas. Fue un trayecto hacia el interior de la basílica a escasos pasos de esa otra familia destrozada, que también sufre, como señalaban algunos presentes, el drama ocurrido el viernes en Lomo Magullo. "Los padres de él querían a Yurena como si fuera su hija y lo están pasando muy mal", explicaba uno de los asistentes a la función religiosa a su término.

La misa oficiada por José Ma- ría Cabrera tuvo un desarrollo donde las virtudes del perdón, la misericordia o la piedad, así como la conducta que debe guiar al buen cristiano deben marcar la senda contraria a la venganza, el odio o los malos deseos hacia el responsable de la vida arrebatada. En un tono, que llegó a ser emotivo y emocionado por parte de Cabrera en varias ocasiones, el párroco de San Juan expresó su esperanza de que "Dios derrame sobre las dos familias su bendición, su misericordia, sus sentimientos más bellos y hermosos".

Lidia Henríquez, acompañada en el primer banco por sus familiares, se dirigió a los presentes desde uno de los atriles del templo y sus palabras iniciales fueron un avance de lo que sería un discurso sobre el dolor, sobre la convicción de lo que significa para ella ser cristiana, sin arrojar ni malas expresiones ni malos deseos para quien fuera pareja de su hija Yurena durante los dos últimos años. En la misma línea que el párroco, agradeció el apoyo recibido, describió el sufrimiento que ha traído a su vida la tragedia vivida desde el viernes, pero también recordó que aunque hay una justicia terrenal, que se encargará de juzgar lo sucedido a su hija, también recordó que la verdadera justicia la imparte Dios y que el homicida tendrá que soportar para siempre las consecuencias de sus actos.

Sin rencor

Rezará, dijo, por el alma de quien le ha arrebatado a su chiquitita, no albergará ni rencor ni deseos de venganza, y tendrá como uno de los mejores regalos de su vi- da, de lo mejor que le ha pasado, a sus dos hijas y a su nieto. Una intervención que realizó casi siempre con entereza, donde quiso que el concepto de la espiritualidad, de Dios, estuviese más presente que el de temporalidad terrenal y que concitó el interés de una audiencia que observaba cómo quien ha perdido a una hija intentaba mandar un mensaje de superación de las adversidades basado en unas creencias arraigadas en las entrañas.

Ya en el exterior de la basílica las conversaciones giraban en torno a lo expresado por Lidia Henríquez, a las nuevas noticias sobre el segundo detenido y su implicación en el homicidio y allí volvieron a desatarse las conjeturas. Ella y los familiares con los que llegó al templo, después de recibir el pésame de los muchos que se les acercaron, enfilaron de forma discreta hacia el vehículo que la transportaría a su casa, el hogar en que Yurena esperaba comenzar una nueva vida. Las palabras sentidas de una madre.