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De barbero a la UD Telde

'Garavito' se convierte en presidente del club a los 84 años tras una vida dedicada a su negocio, a ser operario en el aeropuerto y a la fotografía

Liberto Garavito es una de esas personas que ocultan infinitas sorpresas que dejan con la boca abierta. Sentarse a hablar con él es cargarse de sabiduría, de aprendizajes y aventuras que ha vivido y, sobre todo, disfrutado a lo largo de sus 84 años. Es el más pequeño de seis hermanos, nació en Sevilla y se crió en Telde. En los años 70 se hizo socio de la UD Telde y, desde entonces, ha sido el aficionado número uno del equipo que actualmente preside. Se le conoce más bien por su apellido y se le recuerda por llevar siempre consigo su fiel compañera capaz de inmortalizar instantes, una de las más de diez cámaras que ha poseído. Fue barbero durante 32 años y, cuando el negocio comenzó a flaquear, alternó esta labor con la de operario en el aeropuerto de Gran Canaria, donde estuvo otros 23. Hoy está jubilado pero cualquiera lo diría con la actividad que desprende tras haber sido nombrado presidente del equipo que un día le robó el corazón y que aún no se lo ha devuelto.

Ga ravito es una mezcla formada por paz y vitalidad. Cuando da a conocer sus relatos, su testimonio pausado y su tono de voz bajo regalan satisfacción. Por el contrario, cuando sus jugadores salen al campo o se toca algún tema relacionado con la UD Telde, los gritos propios de guerreros y la pasión hacen dudar la edad que realmente lo acompaña.

Su historia es una muestra perfecta de que perseguir los sueños hace que estos se cumplan, y es que acompañar a su equipo durante años ha hecho que hoy esté donde siempre deseó. "No me he perdido ni un partido desde los 70, excepto los que jugaron cuando estuve por último en Argentina", asegura el presidente que, además, es un amante de los viajes, donde también saca su cámara. Pese a ello, cuenta que "el avión llegó a las dos de la tarde y a las cuatro ya estaba en el campo para verlos".

Y para demostrar que está en lo cierto, acumula centenares de fotografías que ha ido sacando desde el 74. Primero con carrete y ahora digital, "cuando se me llena la memoria voy a una tienda de revelado y ellos me las meten en un cd", señala. Aunque la mayor parte son reflejo de su amor al fútbol, también guarda otras "de cuando me iba de viaje o de excursión con los pensionistas", explica contento.

Pero los traslados que realmente le llenan el alma son aquellos que lleva a cabo con la UD Telde. "He ido con ellos a todas las Islas, municipios, tanto en calidad de aficionado como ahora de presidente", recalca Garavito con seguridad. Así, cuenta que "llegaba un sábado, dormía en una pensión, el domingo cogía la guagua para recibirlos en el aeropuerto, iba a verlos jugar, comía con ellos y ya el lunes me volvía a casa". Sin duda, sacrificios que la han sabido agradecer, puesto que además del último nombramiento, "me colocaron como el seguidor número uno y un día los jugadores subieron hasta la grada y me dieron un balón firmado", fija con un brillo diferente en los ojos.

Ahora su responsabilidad es mayor y, aunque siga siendo el mismo en las gradas, lo cierto es que sus labores por detrás lo convierten en pieza clave del puzzle del Telde. "Todos los días, de lunes a viernes y de cuatro a ocho de la tarde, vengo a la oficina en El Hornillo para llevar la contabilidad del club con la administrativa", afirma a la vez que hace hincapié en que antes de eso se reúne con sus compañeros en el centro de mayores para pasar tiempo con ellos.

Lejos de los números en rojo y de lo que vive en esas cuatro paredes adornadas también con fotos -muchas en blanco y negro-, se centra en sus recuerdos de niño, "cuando era portero en el Doramas, donde también jugó mi hermano Franco". Entonces, le viene una imagen de "cuando el campo era de tierra, las vallas de caña y frente al campo, aquí mismo, había una platanera", relata señalando hacia el horizonte.

Más adelante en el tiempo, puntualiza con emoción cuando abrió la barbería junto a uno de sus hermanos "en el parque León y Joven, lo que ahora es Franchy y Roca". Asegura que todo iba bien "hasta que llegaron los peludos de los Beatles y la gente se empezó a dejar el pelo largo, por lo que los ingresos cayeron y tuve que trabajar por las tardes en el aeropuerto con Iberia". Allí calzaba las ruedas de los aviones, ayudaba a los mecánicos a limpiarlos o a quitar las hélices, entre otras cosas, "aunque antes, incluso del negocio, fui gasolinero, ejercí en la labranza y hasta en el empaquetado de tomates", añade.

Mientras enseña fotos y acumula vivencias, cuando sus jugadores se aproximan a la portería contraria le es inevitable arroparlos con un "vamos Telde, sigan hacia adelante", acompañado de alguna que otra palmada. "La mayor alegría que me han dado fue cuando quedamos siete a cero, hace dos años, con el Temisas, aunque este nos la devolvieron con un seis a cero en su casa", ríe con deportividad.

Se preocupa por lo suyo y siempre está pendiente para que nada falte. De esta manera, en el último partido del jueves llevó para los protagonistas una empanadilla que él y su actual mujer, Margarita Verdes, cocinaron la noche anterior. "También hay que mimarlos", reconoce con una sonrisa que -aunque no se apagó porque es imposible en él- hizo amago de desaparecer cuando miró hacia el marcador del campo, apoyado en el suelo. "Lo bajaron para pintarlo y arreglarlo y ahora dicen que no tienen grúa para subirlo", explica.

Pero ese día en el Pablo Hernández fue mejor no contar los goles, porque tras la derrota contra el Unión Puerto, descendieron a Preferente. "No pasa nada, sólo hay que hacerlo mejor y tener más suerte el año que viene", alega este hijo de feriantes mientras garantiza que seguirá con ellos "pase lo que pase". Tanto que este martes se va a la isla majorera a seguir mostrándoles su amor incondicional.

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