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Tradición Los cinco museos históricos de la Finca Alba

"¡Ño! Bien de artilugios y baratos, cristiano"

José Dávila, dueño de Finca Alba en Lomo Cementerio, quiere abrir el recinto a turistas y escolares

Desde que se cruza la entrada de la Finca Alba, en Lomo Cementerio, aparece el sentimiento que lleva a pensar que se está en otro mundo. Carteles de búsqueda y captura con recompensa de un millón de euros y tradición en cada rincón. Si bien el escenario de la sala principal y el comedor con mesas interminables indican que se trata de un espacio preparado para celebraciones, los museos que se van descubriendo conforme se conoce el lugar muestran que esconde mucho más que fiestas. Así, aunque actualmente sea área de festejo para bodas o comuniones, entre otros jolgorios, la idea de su propietario, José Dávila, es que "en unos cinco meses" esté abierta a turistas y escolares. "¡Ño! Viende artilugios y baratos, cristiano", advierte un cartel en la primera parada histórica: la tienda de aceite y vinagre de Panchito Jiménez.

En 1914 estaba en San Juan, un establecimiento "que mató mucha hambre en el municipio", señala Dávila, una afirmación de la que tiene constancia tras revisar la libreta que apuntaba los fiados que hacía a sus clientes. "Aquí la tengo, junto a sus gafas, y se puede ver como tachaba el nombre de los que pagaban y dejaba sin rayar a los que le debían", relata el propietario mientras bromea sobre aquellos que aún le deben dinero. "Compré la tienda porque, si no, se iba a perder, y es una pena que la gente no conozca esto", apunta, rodeado de botellas antiguas, aparatos destinados a vender aceita a granel, una pesa, una máquina de tabaco de las de antes o un auténtico cajón para despachar gofio, "tal y cómo lo dejó su dueño", garantiza.

Fuera, la tranquilidad y la paz reinan en cada esquina. Asimismo, ajenos a los museos -creados con ganas de hacer viajar al pasado-, aumentan el encanto de la finca detalles como un balcón canario, el homenaje a la mujer trabajadora -con un pila para lavar a mano-, una montaña de fuego "como la de Lanzarote pero artificial", un parque infantil, siete chimeneas en representación de las Islas Canarias o un cementerio para los perros fallecidos del recinto que serán importantes hasta la eternidad.

Se trata de 30.000 metros cuadrados que desde el año 75 hasta el 91 eran propiedad de la Condesa de Jinámar, tal y como asegura Dávila. "Cuando murió, sus sobrinos vendieron el terreno a Florencio Quintana, quién lo dedicó a la agricultura para comercializar, con los productos que daba, en la Isla", agrega. Y aunque el actual dueño le esté dando un uso diferente, sigue manteniendo su esencia. "Quiero ver la finca verde, por eso tengo arrendados los terrenos de cultivo a una pareja que, además, la han convertido en ecológica", determina señalando hacia las plantaciones de tomates, aguacates, plátanos u otros árboles frutales que lucen bajo el cielo celeste.

Con afán de que el espacio siga creciendo y un mayor número de personas disfruten de la historia que esconde, Dávila trabaja para que le den el permiso necesario para poder abrir sus puertas a excursiones de turistas y escolares. "El turismo de Telde se reduce a San Juan o San Francisco y me gustaría que aumentara con esta oportunidad de visitar la casa del guarda con muebles antiguos, los museos o los animales que a los niños les encantan, y descubran aquí parte del pasado", fija seguro de que "la autorización puede tardar cuatro o cinco meses".

Además, será una forma de que no sólo los que alquilan la finca para una celebración sean los que gozan de las instalaciones que presenta. "No es que tengamos lista de espera, es que tengo que desviar a los clientes a otras fincas, porque tenemos el plazo cubierto hasta el año que viene e incluso para 2018 ya tenemos bodas concretadas", alega.

Y en frente, con una campana sublime en lo alto, una pequeña ermita, al lado del aparcamiento, no deja indiferentes. Dentro, la virgen del Carmen encabeza el templo religioso decorado con bancos y un confesionario, por si asoma algún pecador. Así, el gerente de Finca Alba, Miguel Florido, cuenta que "celebramos bodas civiles, y en la última me encargué del protocolo y la decoración y hasta puse una alfombra roja de 25 metros de largo".

La segunda parada es la que lleva a la quesería antigua que han instalado con lujo de detalles. "Aquí los niños pueden aprender como se hacían antes los quesos, e incluso degustar los que se hagan en el momento", puntualizan el dueño y Florido. Una idea que cada día ven más cercana a la realidad, de la misma manera que se imaginan a los turistas conociendo que "un afeitado costaba antes 45 pesetas", apunta Dávila con el papel con la lista de precios entre sus manos.

La barbería es otro de los museos, un espacio en el que destaca el sillón con asiento de cuerda donde los clientes se cortaban el pelo o se afeitaban, sin dejar pasar los instrumentos para ello o las revistas de papel ya amarillento que han sido más que leídas. Artículos tan entrañables como la pesa infantil sobre el mostrador de la botica, acompañada del timbre para llamar al farmacéutico o los materiales necesarios para elaborar las medicinas en esos tiempos en los que no bastaba con ir y pedir. "Han venido muchos médicos y farmacéuticos y se quedan locos con los materiales antiguos", señala el jefe.

Al lado, junto a "estos muebles del padre de José Vélez, que voy a restaurar", indica el propietario, llama la atención la casa de las hierbas, "donde cada caja tiene la suya, con su nombre y descripción. Un espacio en el que queremos, a través de juegos, enseñar a los niños para qué sirve cada una", relata Florido con entusiasmo, el mismo con el que Dávila cuenta que "hace 50 años, el agua que llegaba a los ayuntamientos de Telde y la capital, circulaba por aquí, por el museo que tenemos del agua". Rodeados de fotos en blanco y negro y frente a un limnígrafo original, continúan argumentando cada uno de los significados de los artilugios.

"Muchas de las cosas me las trae la gente, porque saben que aquí no se tira ni se vende nada y todo se restaura, y otra parte la compro en anticuarios", comenta el dueño a la vez que afirma que "aquellos que dejan algo aquí saben que cuando vuelvan con sus hijos lo van a encontrar de nuevo". Y de la misma manera, "cuando vienen a pedirme algo también se los dejo prestado", asegura. Y mientras la recompensa de un millón de euros es por uno que le robó naranjas, Finca Alba es como gofio para los turistas.

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