Un estanque a escasos metros donde aparcan los vehículos de la Policía Local de Telde junto a su sede, en pleno trayecto peatonal hacia el barrio de San Francisco y en la trasera del ambulatorio de especialidades de Telde, es el hogar de una peculiar comunidad de vecinos, de momento bien avenidos. Se trata de una familia de nueve patos, integrada por dos ejemplares adultos y siete patitos, aunque se espera que la prole aumente con otros tres huevos que incuba la hembra. Con ellos conviven 12 tortugas y una carpa regordeta de tanta comida a su alcance y para que no falte nada, un grupo de palmeras canarias se han convertido en sus particulares vigilantes.

"A la familia de los patos les hemos puesto el nombre de Fangoria en referencia al fango por el que nadan en el estanque, además de botellas, plásticos sueltos e incluso un cubo que flota", indica Nieves Pulido, licenciada en Geografía e Historia y funcionaria del departamento de Archivo del Ayuntamiento de Telde. Ella aprovecha su tiempo de desayuno para alimentarles con un pan que compra, además de haberles puesto nombre a cada uno de los patos.

"Como les puse la familia Fangoria por la razón que expliqué, al ejemplar macho le he puesto el nombre de Mario y a la hembra, el de Alaska. Pero a los patitos he elegido nombres unisex de aborígenes de Gran Canaria para identificar a los cuatro de color blanco y los tres pintados. Cuando nazcan los tres que están ahora en huevos, ya veremos cómo los llamo", añade Pulido, mientras los llama para que se acerquen desde las tablas que forman su vivienda. Al principio cuesta que se acerquen y lo van haciendo uno a uno, como el que no quiere la cosa y esperando el trozo de pan diario, pero ayer se le olvidó a su benefactora.

Así, los siete pequeños patos los ha bautizado con los nombres de Bendidagua, Chamaida, Emeguer, Derque, Arthamis, Achudinda y Aduen, aunque todavía no ha elegido quién es quién en el estanque. Son pequeños y muy parecidos para conocerlos a simple vista y habrá que esperar que crezcan y se diferencien para llamarlos con más acierto por sus nombres.

Sin embargo, tanta felicidad y buen rollo está en peligro por la inseguridad del entorno en el que se mueven estas pequeñas aves. El estanque se está convirtiendo en un espacio de riesgo para sus habitantes más jóvenes, que pueden verse atrapados por las bolsas de plástico, botellas y otros desperdicios arrojados a este depósito "que se pueden tragar y acabar con ellos". Aunque su madre, Alaska, está siempre atenta a ellos y ayer lo demostró, cuando se acercó de forma rauda y veloz hacia sus crías cuando observó cómo se iban acercando al muro donde Nieves estaba situada y les llamaba. No así Mario, el macho, que permanecía impasible arrepochinado sobre el muro y buscando guarecerse del calor que a las dos de la tarde imperaba en esta zona comprendida entre los históricos barrios de San Juan y San Francisco.

"Son las siete alegrías", señala Pulido, "que remozan este estanque, llegan con toda su inocencia y no entienden que ese no es un espacio libre de contaminación, de objetos que pueden tragar y que no es comida precisamente".

La carpa deambulaba sin problemas sin mayores problemas. Es un pez acostumbrado a las zonas fangosas, a soportar aguas con muy poco oxígeno, de temperaturas muy altas y con niveles bastantes elevados de contaminación. Así, ayer el único ejemplar visto, no se sabe si hay más en el estanque, estuvo campando por la vegetación que colorea de verde parte del estanque. Al fondo, sus vecinas, las tortugas, subidas a un madero, no hacían ni un mínimo movimiento.

La limpieza de esta alberca aumentaría el atractivo de un pequeño espacio para contemplar a pocos metros del Ayuntamiento y el ambulatorio de especialidades un paisaje para tomarse un respiro viendo las evoluciones de sus inquilinos. Todo un reclamo zoológico de primera mano que con poco esfuerzo podría convertir a este camino entre los dos barrios históricos artísticos en una parada obligatoria.

Nieves lo tiene claro y confía en que alguien tome la iniciativa de limpiar el fondo y la superficie del estanque para acabar con el mal aspecto que presenta ahora. De hecho, varios turistas en dirección a San Francisco y que se preparaban para subir la empinada cuesta, se detuvieron unos minutos para fotografiar a esta peculiar comunidad, con la familia Fangoria a la cabeza.