Lo que muchos foráneos dicen del municipio de Telde es que es un laberinto, o un mundo aparte. Los barrios, separados entre sí, poseen idiosincrasia propia y un orden que pocos que no sean residentes entienden. Un territorio que vasto y con personalidad confunde a los extranjeros. Podría ser el caso en concreto de uno de sus barrios: el Valle de Jinámar. Bloques y más bloques de viviendas que poseen el mismo color verde y beige desgastado, una misma estructura y situados en un mapa enmarañoso que hay que patear para llegar a conocer.

Los 30.000 habitantes que en él residen aportan luz y colorido al árido paisaje, cuyos descampados y llanuras recuerdan al antiguo oeste: un lugar sin más ley que la del vaquero y el indio. Pero esta lucha constante enfada ya a muchos de los vecinos del barrio, que en vez de aventuras entre flechas y revólveres buscan las paz propia del campo. Por ello, en lo alto de la montaña, los residentes mayores de Lomo Las Brujas descansan durante su tiempo libre en el conocido chiringuito de Manolo, local social extraoficial de la zona.

A falta de un buen espacio de ocio, los vecinos se reúnen cada mañana, tarde y noche bajo el refugio de fortuna que construyó Manuel Jiménez y otros amigos. "Hace dos años que decidimos montar esto para tener un lugar cercano de casa donde estar y poder jugar a las cartas, el dominó o lo que quisiéramos", explica Manuel, o Manolo, el del chiringuito. Sofás, una mesa y sillas de comedor, cuadros y hasta cómodas donde guardar vasos y cubertería. "La gente pregunta que si me he traído el salón de mi casa a la calle", ríe Jiménez.

Frente a los bloques de pisos de Lomo Las Brujas, en mitad del espacio de tierra desde donde se ve buena parte del Valle de Jinámar, el vecino ha construido una pequeña habitación donde todo aquel que se interese puede pasar un buen rato. No ha hecho falta nada más que un par de barras de metal, madera, una lona y, sobre todo, muebles donados por el resto de habitantes de la zona, para tener su propio local vecinal. "Al principio fue más duro porque el terrero estaba hecho un asco, aquí nadie viene a limpiar la zona y estuvimos tres días para quitar toda la porquería", explica Manolo sobre el descampado en donde están situados, perteneciente al Cabildo de Gran Canaria y en donde antes de que el vecino interviniera había muchísima basura acumulada.

Chiringuito

Chiringuito

"Ahora está todo alrededor limpito, y de hecho tenemos tres cubos de basura en el chiringuito para que esto continúe así", explica el vecino del Valle. Los mayores, en busca de un lugar tranquilo y apacible en donde pasar el tiempo y entretenerse con los amigos, disfrutan del chiringuito e incluso celebran sus cumpleaños y traen por las tardes a los nietos a estudiar.

"Mis nietos y sus amigos vienen todas las tardes para hacer los deberes y cuando hay algo que celebrar podemos llegar a estar hasta unas 30 personas comiendo y bebiendo aquí". Y es que además tienen una parrilla muy especial para calentar la carne de los asaderos que hacen en el recinto.

"Con el tambor de una lavadora y el soporte de metal de una silla infantil he podido hacer nuestra propio asador, que encendemos siempre en las fiestas que celebramos." Sin embargo, aunque la mayoría de días son buenos, poseer un local extraoficial y desprotegido de las arcas municipales supone un problema para el buen mantenimiento del lugar. "Hay mucha gente envidiosa, o bien que se aburre, que viene a destrozarnos el sitio", cuenta apenado Jiménez.

"Lo han quemado dos veces, una de esas yo estaba en el hospital y no pude hacer nada hasta que me dieron el alta", recuerda. Y encima, más de una vez han rajado las lonas que protegen y limitan la pequeña habitación improvisada, destrozado los muebles y robado los utensilios.

De hecho, no hace mucho que los vecinos que disfrutan del chiringuito se han quedado sin jugar a las cartas. "También nos robaron unas alfombras preciosas que había traído yo, no sé por qué lo hacen", confiesa. A la pregunta de por qué no exigen un lugar más apropiado en donde pasar las tardes, sin la preocupación de sentirse responsables por lo que pueda ocurrirle al chiringuito, Manuel contesta que "hace diez años nos ofrecieron un espacio en la Gerencia, pero a mí, por ejemplo, ya me cuesta moverme de mi casa hasta aquí aunque esté enfrente, porque estoy enfermo, como para estar trasladándome hasta allí". También confiesa que la gente de la zona no estaba dispuesta a pagar el alquiler del espacio todos los meses, "tenemos pagas muy bajas, y familia a la que mantener", añade.

Se sienten cómodos donde están porque es suyo, y a pesar de los destrozos constantes, no molestan a nadie. "Esto que tenemos está muy bien, aquí no hay otro sitio a donde ir porque sólo tenemos un pequeño bar, un supermercado y una panadería." Lo único que les falta, para completar su improvisado local, es luz eléctrica. "Por la noche ponemos velas, o encendemos una pequeña hoguera, pero me gustaría poner una bombilla, la guinda final", dice.