sus 76 años, el bailarín, coreógrafo y profesor Gelu Barbu no piensa en retirarse. Lejos de sopesar abandonar su pasión, la danza, estrena el próximo 20 de febrero en el teatro Cuyás un nuevo espectáculo sobre Doramas, una historia heroica del guerrero aborigen canario de finales del siglo XV que resistió la invasión a Gran Canaria. Una obra que repetirá también los días 21 y 22 de febrero y cuyas entradas están ya en venta. Esta producción es una de las celebraciones por los 40 años de la creación del Ballet de Las Palmas Gelu Barbu.

Barbu reconoce que el Ballet Guanche Doramas lleva su estilo, una obra heroica y moderna y se autodefine como "muy atrevido en lo que hago". Cinco compositores de música canarios (Guillermo García-Alcalde, Teddy Bautista, Juan Manuel Marrero, Laura Vega y Kaelo del Río) crearon como un puzle sus sonidos. Veintisiete bailarines saldrán al escenario dirigidos por Barbu y con coreografía de él y de Miguel Montañez. Este último, junto a la bailarina y profesora Wendy Artiles, son los principales protagonistas. Barbu asegura: "No me ha costado decidirme por un espectáculo tan canario porque yo trabajé mucho en este tema prehispánico".

En las leyendas canarias lo introdujo Néstor Álamo, que le animó a adentrarse en ellas y de quien reconoce que fue para él el maestro de temas para sus obras. Fue quien le dijo que tenía que hacer algo de Doramas para que se viera cómo lo traicionaron, matándolo por la espalda y cortándole la cabeza. Nunca le han criticado por realizar este tipo de obras pese a no ser canario, aunque sí las ha recibido a lo largo de su carrera. "Sin la crítica no eres nadie y yo aprendo de ellas porque pienso a qué se debe y veo si tenían razón o no".

El bailarín saldrá también al escenario del Cuyás interpretando al faycán. Miguel Montañez será Doramas y Wendy Artiles, su novia, además de ayudante de dirección.

La vida de Barbu no ha sido monótona y le ha dado muchos buenos momentos. "No me puedo quejar porque tuve muchas satisfacciones artísticas", resume ahora. Ha bailado en los principales teatros del mundo junto a los principales bailarines del momento. Ha realizado cerca de 300 coreografías en Canarias y por su escuela desfilaron unos 2.000 jóvenes, desde donde han salido la mayoría de profesores canarios y grandes bailarines que se han convertido en figuras reconocidas dentro de la danza a nivel nacional.

Sin embargo, sí hubo momentos muy difíciles. Su historia está marcada por el exilio de su Rumanía natal debido al régimen político, que le declaró persona non grata. Tuvo que esperar 30 años para volver, pero cuando lo hizo fue recibido con todos los honores. En 1999 le otorgaron el título de Ciudadano de Honor de su ciudad natal, Lugoj, y en 2002, el presidente de Rumanía lo condecoró con las más alta distinción de su país, la Orden Nacional Estrella de Rumanía, en la categoría de Caballero. Lo peor de su salida obligada de su país fue no poder volver a ver nunca más a su padre, que falleció antes de que pudiera regresar.

El otro momento más difícil fue su lesión en la espalda que lo alejó de la primera línea de la danza pero que lo atrajo y lo retuvo en Canarias para siempre. Más de cuarenta años después recuerda: "El destino me trajo aquí". Todavía rememora ese sensación "especial" que sintió al ver Las Palmas de Gran Canarias, como un "flechazo". Una hernia discal derivada de su profesión le hizo buscar un clima cálido porque según los médicos podría llevarlo a dejarlo paralítico. El frío que había pasado durante muchos años en San Petersburgo, Alemania o los países escandinavos le pasó factura. Les tenía fobia a los inviernos y Canarias fue como su salvación y se dijo: "Aquí me quedo", y ni siquiera se plantea la posibilidad de irse.

Reconoce que tuvo suerte al llegar aquí, porque conoció a muchas personas del mundo artístico como Pepe Dámaso, César Manrique, Felo Monzón, Lola Massieu. Ellos le animaron a quedarse y a comenzar con el ballet. El primer gran espectáculo que hizo fue un homenaje a Manolo Millares. Ahora reconoce que fue "atrevido" porque el pintor grancanario era miembro del partido comunista y cuando estrenó la obra todavía estaba el régimen franquista.

Recuerda que el principio fue muy duro, pero que por ese entonces el público estaba ávido de ver algo nuevo y llenó muchas veces el teatro Pérez Galdós. "Era un teatro como Dios manda, porque ahora no es como era", recuerda nostálgico. No le gusta cómo ha quedado después de la renovación porque ha perdido el encanto y ahora trabaja más en el teatro Cuyás, porque se ha acostumbrado a él por su espléndido escenario y su muy buena organización.

Después de 40 años con el ballet hace balance y asegura que hubo buenos y malos momentos, pero fueron más los primeros. Ahora está viendo los frutos de tantos años de trabajo porque huye de la imagen de provincialismo y lo que se puede ver ahora aquí no tiene nada que envidiarles a otras capitales de Europa. Al principio se asustó y pensó "¿Qué voy yo a hacer aquí?", principalmente por la mentalidad de los políticos de aquel entonces.

La vida del bailarín es dura. "La danza pide sacrificios y si no le das lo que pide, no te da satisfacciones". En el ballet, el movimiento y la técnica son como la palabra en el teatro y la técnica se consigue con muchos años de escuela y de trabajo.

Reconoce que salir al escenario es como un vicio, una droga. Cuando estás sobre él te olvidas del mundo, "es como un milagro, el escenario te transforma". Ésta es una de las cosas que más agradece de su profesión y la otra es ver ahora cómo progresan sus alumnos. "Eso para mí es lo más bonito", dice emocionado. Wendy Artiles y Miguel Montañez son sus hijos espirituales, llevan con él muchos años, desde que eran pequeños, y anuncia que serán sus sucesores. "Cuando yo no esté más, quiero que ellos sigan y estoy seguro de que lo harán muy bien", puntualiza.

Pero no piensa en su retiro. Quiere seguir dando clases. "Yo no renuncio a eso todavía, no pienso en retirarme, que me retire Dios", bromea. Asegura que no siente los años que tiene y siempre intenta estar rodeado de gente joven.

Barbu es consciente de que tuvo la gran suerte de trabajar en lo que gusta durante toda su vida. Desde los ocho años empezó en el mundo de la danza, apoyado sin fisuras por sus padres que jamás se opusieron, pese a que por ese entonces que un hombre fuera bailarín no era entendido. Pero su padre era compositor y su madre pintora, eran artistas y siempre dijeron que debía hacer lo que él quería.

Se siente reconocido en Canarias por todo lo que ha hecho. "No me puedo quejar porque se comportaron de maravilla". Barbu es hijo predilecto de Las Palmas de Gran Canaria y también de Gran Canaria. La medalla de la capital la recibió de manos del propio rey Juan Carlos en 1994. Sabe que se le respeta. Pero para él lo más importante es el reconocimiento de la gente. El contacto con el público lo tiene desde siempre y "eso es lo más bonito porque no se puede comprar ni con oro".

Muy pocas cosas le han quedado pendientes en su profesión porque ha bailado en los principales teatros de Europa, aunque sí reconoce que nunca lo hizo en Estados Unidos, pero tampoco la espina clavada es tan grande. También ha interpretado las obras más importantes, como Romeo y Julieta, Giselle o El Lago de los Cisnes, aunque apunta que nunca bailó El Quijote, pero porque no era su estilo.

No se reconoce religioso pero tiene una relación especial con la Virgen de Fátima. "No puedo explicar por qué, pero siempre le pido a ella". Antes era muy supersticioso pero "me obligué a dejarlas", sostiene. "Me dije que no puedo ser esclavo de esas tonterías porque te esclavizan, es una pérdida de tiempo. Si veo que algo de lo que hago está mal, lucho por cambiarme. Luché mucho con mi carácter impulsivo, pero se que puede cambiar", puntualiza.