Las palmeras de la isla de Gran Canaria están sanas, pero aún existe un relativo riesgo de caídas en los núcleos urbanos y en las zonas turísticas, donde se encuentran los ejemplares más amenazados por plagas y hongos. En la última década, tras el accidente mortal de 2002 en el Parque de Santa Catalina, se han incrementado los controles para detectar árboles enfermos y se opta por la tala ante la mínima sospecha de peligrosidad, pero no hay total garantía para los transeúntes.

Ante el nuevo fallecimiento causado por una palmera, el pasado domingo en un complejo hotelero de la localidad majorera de Morro Jable, los expertos en esta especie vegetal aseguran que algunas enfermedades son "muy difíciles de diagnosticar", lo que provoca que cada cierto tiempo se produzcan accidentes con heridos o muertos.

Los peores enemigos de la palmera en la actualidad son la plaga de la Diocalandra frumenti (picudo común) y el hongo Thielaviopsis paradoxa, explica Purificación Benito, responsable del Laboratorio Fitopatológico de la Granja Agrícola del Cabildo, que analiza las muestras que recogen las empresas de mantenimiento de los palmerales isleños. Es probable que alguna de esas dos enfermedades este detrás del último accidente de Fuerteventura, pues la plaga del picudo rojo ya está prácticamente extinguida en el Archipiélago.

"Desde mi punto de vista y por las muestras que vienen al laboratorio, la plaga más complicada ahora mismo es la Diocalandra, que aquí en Gran Canaria se encuentra en la autopista del Sur, sobre todo entre Bahía Feliz y el Faro de Maspalomas", subraya. Esta enfermedad seca las hojas basales y produce orificios en el tronco, lo que acaba matando a la planta.

Más letal es el hongo Thielaviopsis, que ataca el sistema vascular y hace que la palmera pierda flexibilidad al pudrir los tejidos internos, apunta Eduardo Franquis, miembro de la Asociación Para la Defensa de la Palmera Canaria Tajalague y uno de los organizadores de la I Conferencia Internacional sobre la Phoenix Canariensis. En ese foro ya se alertó de los peligros que acechan a las palmeras de la isla, en concreto las que están plantadas en núcleos urbanos y complejos turísticos. "En esta isla caen muchas palmeras, pero solo nos enteramos cuando producen algún daño", comenta Eduardo Franquis, quien asegura que los ejemplares de importación para ornamento turístico "son los más maltratados". "No se debe plantar un árbol en alcorque de un metro cuadro, sin salida para las raíces", ironiza.

Silvestre

"Las palmeras más sanas son las que crecen de forma silvestre en las laderas más inaccesibles y en los palmerales naturales del interior de la isla, pues están menos expuestas a las plagas que transmiten los humanos", asegura el representante de Tajalague. A su juicio, las talas masivas se podrían evitar con algunas medidas de control, como la desinfección de las herramientas que utilizan los propios taladores, pues a veces son las que propagan las enfermedades de un palmeral a otro.

"Es cierto -agrega Franquis- que los plagas son difíciles de detectar porque están en el interior del tronco o en el cogollo, y ese es el problema, que ante el mínimo riesgo se opta por talar, cuando desde hace años sabemos dónde está el peligro". En su opinión, "la mejor forma de proteger a las palmeras es tocarlas lo menos posible". También considera que el turismo ha cambiado el uso agrícola tradicional de esta especie, por lo que la población está descendiendo de forma alarmante en muchas localidades del interior.

En la Isla hay 43.000 palmeras naturales censadas, pero se desconoce el número de las que han sido plantadas en calles, jardines y complejos turísticos. Solo en la capital grancanaria existen cerca de 10.000 ejemplares, resalta Purificación Benito.

Las cifras más certeras proceden de un atlas cartográfico realizado por un equipo de investigadores de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y del Cabildo, que contabilizó 250 palmerales. En esa lista están desde los más famosos de La Sorrueda o Fataga a los más inaccesibles de Acusa Verde o el Carrizal de Tejeda.

Pedro Sosa, profesor del Departamento de Biología de la ULPGC, señala que el abandono de los cultivos ha degradado algunos palmerales, que aprovechaban la misma agua de riego para desarrollarse. Puso como ejemplo El Palmital y otros en las medianías del Norte. Por contra, también se han regenerado otros al recoger el agua que ya no se emplea en la labranza.

El estudio del equipo liderado por Pedro Sosa resalta también la recuperación de los 16 palmerales afectados por el gran incendio de 2007. "Nuestras palmeras tienen una gran capacidad para rebrotar", añade el biólogo grancanario.