De los cuatro grandes sistemas dunares de Canarias, solo Maspalomas contiene un oasis. Junto a Jandía, Corralejo y los desaparecidos arenales que tuvo hasta hace nada la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, han sido algunas de las singularidades paisajísticas de Canarias. Y por tanto, después de su excelente clima, su mayor reclamo turístico junto al Teide, Timanfaya y los restantes parques nacionales.

El oasis creció sobre las lagunas originarias, en las que pescaban los primeros pobladores de la isla antes de huir a las cumbres tras la Conquista, y de las que sólo se conserva la Charca. A su alrededor, creció un ecosistema único, caracterizado por la variedad de sus aves y una rica fauna y flora, que aún pudieron apreciar las generaciones nacidas antes de 1950. Los niños del franquismo acampaban en medio de un frondoso palmeral, en los campamentos que organizaba el Frente de Juventudes. Un manantial manaba en la finca del Inglés, que se prolongaba con la playa y dunas de Maspalomas. Las únicas construcciones de la época eran el faro y tres cabañas de madera, que el padre del actual conde de la Vega Grande había cedido a Domingo Alonso, Eugenio Montoro y Eugenio Rodríguez, un alto funcionario de Hacienda que años más tarde terminaría poniendo un pleito a la familia Del Castillo, dando lugar a la conocida sentencia de 1978 del Tribunal Supremo contra el establecimiento por invadir zonas públicas.

Desde Las Palmas se hacían excursiones por la larga y polvorienta carretera del Sur para tomar el sol, una moda que se iba imponiendo poco a poco. El empresario Pepe Sánchez rememora aquella época, en la que "lo que se usaba sobre todo era ir de veraneo al campo, pero recuerdo ir al Sur con un paraguas y una sábana para hacer la caseta en la playa con la que protegernos del sol". Y añade que "las Dunas de Maspalomas han sido una bendición para esta isla".

Un paraíso al que solo se podía acceder con el permiso de Marcial Franco, uno de los tres mayordomos del conde -que posteriormente llegaría a alcalde, del mismo modo que el mayordomo de la finca de Arguineguín Enrique Jorge- y que tenía la llave para abrir la cadena que impedía el acceso a la costa. Luego comenzaron a llegar las primeras guaguas de Cyrasa con "los guiris", según recuerda el propio Alejandro del Castillo: "Pensamos en hacer algo en nuestras fincas del Sur cuando el turismo empezó a crecer en la ciudad, los hoteles estaban llenos, y todos los días salían guaguas que llevaban a los turistas de excursión a bañarse a Maspalomas por la panza de burro".

Para los extranjeros aquello era "el lugar idílico con el que todos soñamos" -promoción que se siguen utilizando hoy-, pero para los canarios no dejaba de ser entonces un terreno árido al que difícilmente se sacaba rentabilidad. Al otro lado del faro, se extendían el pedregal y las cuarterías de Pedrazo Bajo, donde los aparceros malvivían de los restos del fructífero negocio de exportación tomatera. Bajo el mismo sol y sobre el mismo suelo en que ellos cultivaban los tomates reposan hoy los turistas del hotel Costa Meloneras.

Pero durante un breve periodo de tiempo convivieron la agricultura y el incipiente turismo, que llevó a un aventurero sueco, que había llegado a Gran Canaria para cruzar el Atlántico en un barco de vela, a vivir como un ermitaño en Maspalomas cuando el proyecto se frustró. Se llamaba Bertil Harding y fue después el promotor de la llegada del primer chárter a la isla. Corría el año 1957 cuando aquel primer vuelo no regular de la compañía sueca Transair AB aterrizó en el aeropuerto de Gando desde Estocolmo con 54 pasajeros.

Primera ocupación del oasis

Un año después, otro extranjero levantó la primera instalación turística en medio de las dunas, antes de que la familia Del Castillo diese el pistoletazo de salida con la convocatoria del conocido concurso internacional Maspalomas, Costa Canaria. El italiano Eduardo Filiputti, al que las crónicas de la época califican de "visionario", ideó un centro de helioterapia que aprovechaba los beneficios climáticos de la zona para aliviar los dolores de reuma de sus pacientes exponiéndolos, semienterrados, al sol.

En 1962 se resolvió el concurso internacional, y el sur de Gran Canaria fue literalmente tomado por el negocio turístico. La precisión con que se habían planificado las amplias parcelas desde San Agustín hasta Meloneras no pudo ejecutarse tal y como habían propuesto los arquitectos franceses que ganaron la convocatoria. La suya fue la primera, y última, planificación turística integral que se ha hecho en Canarias: "Nunca pensé", ha confesado el conde, "que el Sur fuera a tener esa explosión tan impresionante que tuvo. Antes de empezar, me fui a Florida a ver unas obras y tomé notas, porque pensábamos hacer unos chalecitos para vender. Pero no tuvimos tiempo, porque cuando empezamos en Playa del Inglés nos cogió el boom y nos barrió".

Antes se había ocupado San Agustín, con Manolo de la Peña como principal arquitecto. Cuando llegó el momento de construir el primer gran hotel de la zona, el propio De la Peña propuso contratar al estudio Corrales y Molezún, centro de referencia de la arquitectura española de entonces y cuyos reputados arquitectos habían sorprendido con la originalidad de su propuesta para el pabellón de España en la Exposición Universal de Bruselas.

"Se pensaba hacer un hotel de ocho plantas, porque era más rentable. Pero se hizo una cata y se vio que hay un lago debajo y no se pudieron hacer más de tres plantas... Esas plantas de más que quieren hacer ahora", precisa Alejandro del Castillo, que ha sido de las primeras voces que se han levantado en contra de la demolición del hotel diseñado por José Antonio Corrales y Ramón Vázquez Molezún. El propio Corrales, en su libro Los años 50: la arquitectura española y su compromiso con la historia, recuerda cómo el diseño, el material y el color, todo, fue pensado para que el edificio se adaptara al palmeral y pasara desapercibido: "Nos sorprendieron siempre las piedras volcánicas que existen en la isla y decidimos hacer unas piezas de cemento con piedra volcánica puesta encima, que le da al hotel por fuera un aspecto de corcho (...) es fundamental el material porque le da personalidad".

El debate abierto por el conde no se reduce, sin embargo, a la mera defensa del hotel Oasis. Y no solo porque no es "un hotel de playa" cualquiera, sino porque está situado en el corazón de las dunas de Maspalomas. Y porque es símbolo de la evolución histórica del enclave y del turismo en Canarias: 50 años de experiencia para, como decía el alcalde Marco Aurelio Pérez en las jornadas conmemorativas, "aprender las lecciones del pasado, no caer en los errores de entonces, y posicionarnos en el mercado con un modelo nuevo".

Desde esta perspectiva, el hotel Oasis fue el primero en ocupar un espacio natural que nunca debió invadirse. Pero ha sido el único de la larga lista de alojamiento turísticos que fueron ocupando el privilegiado enclave, que lo hizo buscando su integración en el paisaje.

"La colonización turística"

Al conde le siguieron los alemanes que, animados por los incentivos fiscales de la Ley Strauss para inversiones en áreas subdesarrolladas, iniciaron un periodo de "colonización turística" de Baleares, Canarias y otras costas de la España peninsular. La cadena Ifa construyó el hotel Faro para disgusto de la familia Del Castillo, cuyo hotel perdió parte de sus vistas de primera línea. Y un administrador comanditario alemán, que con el tiempo se convertirá en un empresario de peso, Theo Gerlach, promovió el Palm Beach. A diferencia del Oasis, los alemanes construyeron a orillas del mar y en el corazón del palmeral lo que se denominan "hoteles pantalla", el mismo modelo estándar y de amplia volumetría por el que apostarán, en la siguiente fase del desarrollo turístico, las cadenas nacionales.

Otros inversiones de menor entidad, y no sólo foráneos, siguieron ocupando la mejor zona costera de Gran Canaria, gracias a la permisividad de la denominada Ley Fraga y a que el modelo de apartamentos, que era el que primaba entonces, permitió a pequeños ahorradores canarios comprar y explotar pequeñas unidades alojativas en primera línea de la Charca. Aún hoy, cuarenta años después de aquella primera inversión, siguen siendo bungalows, apartamentos y pequeños hoteles de dos y tres llaves o estrellas -salvo contadas excepciones de rehabilitación-. La construcción del centro comercial, a pie de playa supuso la estocada de la invasión desordenada del enclave.

La pérdida de identidad

Cuando la familia Del Castillo cayó en una crisis de liquidez, que le llevó a quedar prácticamente fuera del negocio turístico, el hotel Oasis entró en un periodo de cambios de titularidad. Y pasó a manos mallorquinas. Primero fue Pedro Pueyo, otro gran empresario balear entonces propietario, curiosamente, del Grupo Oasis, y que terminó cediendo el hotel para liquidar una deuda a Banesto, presidido entonces por su amigo Mario Conde. Hasta que en 1997 lo compró la cadena Riu.

Durante este periodo el hotel Oasis inició el proceso de pérdida de calidad e identidad: ganando volumen con la ampliación, y sustituyendo la decoración inicial, inspirada en Canarias y con obras de artistas de la talla de Martín Chirino o Manolo Millares, por otra impersonal y de mal gusto. También en este sentido el hotel Oasis representa la evolución histórica del turismo en Canarias. Porque si algo ha caracterizado a las grandes cadenas turísticas es su apuesta por un producto estándar, que se ubica tanto en Canarias como en el Caribe o en el norte de África. Y funcionan a partir de un rígido protocolo de actuación que aplican en cualquiera de sus destinos. En definitiva, miran por su cuenta de explotación sin identificarse con la sociedad en la que se instalan. E invierten, desinvierten o reinvierten en cada una de las piezas de su negocio en función de esos resultados. Patrón que se está repitiendo ahora.

A la falta de identificación con el destino hay que sumar el peso del sector mallorquín en el turismo español y su proporcional capacidad de influencia en las institucionales tanto estatales como canarias. Que se ha puesto en evidencia cuando, tras ocupar los mejores espacios naturales del destino, han logrado paralizar los procesos de demolición de algunos de sus hoteles afectados por la Ley de Costas de 1988. Con gran capacidad negociadora, Riu logró eludir las órdenes de demolición de los dos hoteles que posee en plenas dunas de Corralejo e invaden del dominio marítimo-terrestre: el Tres Islas y el Beach Oliva. Y hay otros ejemplos como el Club Robinson de Jandía de TUI, gran aliado de la mencionada cadena mallorquina, o el de Iberostar en Papagayo. Casos que invitan a la reflexión sobre la subordinación de los intereses generales de un destino a los particulares de los inversores.

Le predisposición de los gobiernos centrales a encontrar soluciones alternativas a la vía judicial para estos alojamientos hoteleros contrasta con el papel jugado en Canarias por la Dirección General de Costas, centralizada en Madrid, que ha obstaculizado o paralizado numerosas iniciativas de uso turístico de las costas, desde puestos deportivos hasta la mera realización de un acto: "Hacer un evento y poner una carpa es toda una batalla en Canarias. En el Caribe, Ibiza y otros destinos peninsulares, es una oferta normal y muy atractiva. Aquí no nos permiten intervenciones que sí se permiten en otros lugares de la Península", se lamentan los empresarios canarios.

Pero no sólo Costas ha permitido la invasión de zonas de primer orden de Canarias. Las iniciativas turísticas poco respetuosas con el destino han contado con la participación de otros cómplices necesarios, que en los momentos decisivos como el actual siempre aparecen. En ocasiones han sido las propias instituciones canarias, pero también, voluntaria o involuntariamente, otras instancias de la sociedad canaria. Así, hasta la ampliación del hotel Oasis se salvó de la piqueta, pese la mencionada sentencia en contra del Tribunal Supremo gracias a la amnistía con que el Gobierno de Canarias, presidido entonces por Jerónimo Saavedra, que cedió a la presión de sus representantes sindicales.

La protección de las dunas

Durante años, los hoteles ubicados en el pulmón del Oasis siguieron ampliando sus instalaciones y ocupando zonas públicas hasta que el intento de Theo Gerlach de levantar el hotel Dunas sobre los restos de la rudimentaria instalación de helioterapia provocó un escándalo político que acabó con la demolición del alojamiento a medio construir. Este acontecimiento marcó la primera gran reacción que se produce en los años 80 contra los desmanes y agresiones que venían sufriendo las dunas de Maspalomas, y creó una concienciación general sobre la necesidad de conservar un espacio natural único que estaba siendo irreversiblemente deteriorado por la actividad turística.

Se sucedieron las normas estatales, regionales y declaraciones comunitarias de protección: Parque Natural, Reserva Natural Especial, Lugar de Interés Comunitario... Pese a ellas, y las reiteradas voces de alarma y muchos esfuerzos realizados por conservar las dunas y el oasis de Maspalomas, éste ofrece hoy un nivel de abandono incomprensible y una imagen incompatible con el turismo de calidad del siglo XXI: el palmeral que no ha sido ocupado legal o ilegalmente por los hoteles, y sigue bajo titularidad pública, se ha ido degradando progresivamente ante la dejación de las instituciones locales.

Los patronatos, juntas rectoras, planes directores o consorcios que se han creado en las últimas décadas para defender la Reserva Natural Especial de las Dunas de Maspalomas no han logrado más que abrir y cerrar en reiteradas ocasiones el parque Tony Gallardo, el único intento de dar uso a la zona que cuajó temporalmente. Desde entonces hasta ahora se han invertido miles y miles de euros en señalizar y vallar, remozar y limpiar, cambiar de nuevo las señalizaciones y las vallas... Es decir, muy poco.