Más por intuición que por costumbre, la grada del Gran Canaria no se sorprendió cuando vio la alineación de su equipo, aunque fuera hasta ayer un once inédito en toda la temporada. Herrera remendó su centro del campo con los parches que tenía. Y eso era colocar a Wakaso y Culio con Roque más liberado de tareas defensivas -tal y como ha hecho desde que pasó por el Gran Canaria el Sevilla-. Si ya era toda una faena encontrar un sustituto con ciertas garantías para Javi Castellano, el problema con la baja de Hernán Santana se convirtió en doble.

Con ese panorama la función de contener y dar una primera salida al equipo fue para Wakaso. El ghanés comenzó su trayectoria como profesional con esa función de todoterreno, capaz de recuperar una y otra vez los balones sueltos, y, en ocasiones aún mantiene ese rol con su selección. En ese apartado, más allá de sus momentos de locura transitoria que encogen el corazón de grada, entrenador y de sus propios compañeros, cumple. Pero en el otro concepto que se requiere de un pivote, el de ofrecer un primer pase claro, sufre.

José Luis Mendilibar, avispado, mantuvo una orden clara durante toda la primera mitad: asfixiar a Wakaso con una presión alta. Adrián González, Escalante y Dani García por detrás, lo tenían claro, el balón no podía salir con comodidad desde las botas del africano. El plan funcionaba y la UD, que tampoco anda sobrada de fútbol por el centro del campo, iba perdiendo poco a poco esa batalla del medio. Wakaso se nublaba.

Porque Culio, el futbolista que se situó más cercano al ghanés, tampoco ayudó demasiado en esas labores de dar criterio y sentido al juego de la UD. Y es que más allá de las sensaciones baldías -nunca han dado puntos en el fútbol- que han dejado ciertos partidos de los amarillos, empieza a ser un mal endémico en este equipo. A los de Paco Herrera les cuesta un mundo crear fútbol y más cuando se presupone que tiene que llevar el peso de los partidos. El ejemplo, todos los choques en casa ante rivales que miran más por conseguir los 40 puntos cuanto antes que por otras luchas de mayor índole en la competición -Levante, Rayo Vallecano y el propio Eibar-.

No encontró soluciones el conjunto amarillo nunca más allá de las aperturas por bandas con los desdoblamientos de los laterales, siempre apoyados en el mismo hombre, Jonathan Viera. Porque un día más, el de La Feria mostró que es la creatividad y la diferencia de este equipo. Pero con ese problema, sus tareas se multiplican. No sólo está para romper con su finta y sacar el último pase, también tiene que ayudar en la creación. Otro asunto más en su mesa que le resta metros en el césped y le pone más piedras en el camino -llámese defensas- para llegar hasta la portería contraria.

Todo con el plus de tener un resultado en contra con un marcador desfavorable desde que Saúl puso el gol armero en el minuto seis de partido. Con el reloj caminando y la UD sin ideas más allá de buscar la velocidad que otorgan sus laterales y Roque, o el azar que puede provocar que un balón le caiga a Araujo o Viera saque su batuta. Unas posibilidades más entregadas a la fortuna que al fútbol.

Mirar al banquillo tampoco arreglaba mucho las cosas. Quizá si el elixir de la juventud existiese, la UD no tendría este mal. Porque con él, Valerón volvería atrás y podría cambiar el asunto. Aún así, con 40 años, la mejoría con él en el campo es total. Eso sí, cuando apareció por la playa que parece el Gran Canaria, su equipo perdía por 0-2.

Gol con intrahistoria

Un segundo tanto que clavó con una maniobra de cazador de área Borja Bastón. Control orientado de espaldas con el pecho tras un rebote, y para dentro de volea sin dejarla caer. Es su cuarta diana de la campaña. En verano, el ariete madrileño estuvo muy cerca de recalar en la UD Las Palmas. Al futbolista le atraía el proyecto, pero varios factores acabaron con esa posibilidad. Entre ellos, la llegada inminente del brasileño Willian José. El Atlético, dueño del destino del jugador, no veía claro cuál sería su rol en el equipo.

Su excompañero en el Zaragoza, Willian, saltó en los minutos finales con casi todo vendido. Gozó de alguna ocasión, pero sin puntería. El Zhar tampoco había cambiado un asunto que sólo mejoró en sensatez con Valerón sobre el césped. Con él, la UD ordenó algo sus ideas en un caos de posicionamiento en el terreno de juego que no ayudó al equipo a generar más fútbol. El ímpetu, las ganas desbocadas y los arranques por ver cómo se escurrían otros tres puntos no solucionaron un partido que ganó el Eibar por puro y llano fútbol.