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La dictadura de los goles

La UD ofreció otros recursos para llegar al área rival

Rodrigo culmina la contra que le valió al Valencia el gol para pasar a las semifinales de la Copa del Rey. QUIQUE CURBELO

Casi como un vidente con su bola de cristal, Quique Setién, entrenador de la UD Las Palmas, soltó una frase lapidaria en la rueda de prensa previa al partido de ayer. "La posesión en sí misma vale una mierda, porque es así de claro. Hay que meter goles". Clara, dura y contundente. Un acto premonitorio que contra el Valencia se cumplió. Eso sí con ciertos matices en el juego de la UD Las Palmas.

Porque ayer el conjunto grancanario volvió a gozar de varias ocasiones para alargar la eliminatoria y obligar a que el partido se alargase media hora más. La justicia, poco válida en el fútbol, hubiera determinado eso si contara con los méritos propuestos por uno y otro equipo. Pero eso, para variar, no sucedió. La eficacia del Valencia CF en la primera mitad ahogó la esperanza de la UD de dar con sus huesos en las semifinales de Copa.

En la primera parte, el Valencia anuló por completo las opciones de la UD. Así solo encontró una vía de escape poco vistosa, lejos del preciosismo en el que Setién ha instalado el equipo: el balón largo. La presión que ejerció Gary Neville con su doble pivote de mordiente y control -compuesto por Enzo Pérez y Dani Parejo- más el punto de trabajo con calidad que otorga André Gomes hacía la tarea muy difícil. El panorama no dejaba mucho margen a Roque Mesa para sacar el balón con relativa comodidad. Y menos cuando a su lado no encontraba a su fiel escudero, Vicente Gómez. Demasiado sacrificio para uno solo.

Sin la figura clara de un pivote posicional, los esfuerzos de Roque Mesa se multiplican. La consigna era clara, que el '15' amarillo no pudiera girarse y ver el fútbol de frente. Y le funcionó. La alternativa de la UD al sobeteo fue otra. Delante, entre Mustafi y Abdennour estaba Willian José y su corpulencia.

Una vía de escape válida y útil, tanto como menear el balón de lado a lado. Pero Culio, perdió el esférico y ese desliz acabó en un gol. Otra vez él, como si un tuerto le hubiera mirado. En la segunda mitad, el argentino se entonó y junto a Roque creó algo más. Ese punto y el ímpetu de la UD puso en apuros al Valencia. Con las bandas como motor y el corazón inyectando gasolina, las opciones eran palpables. Momo, Tana o Aythami lo vivieron. El Valencia agazapado, respiraba. Ellos eran los encargados de imponer la ley del gol.

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