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Un vuelco en la pizarra

La lesión de Ángel Montoro en su debut liguero condicionó el partido y los cambios

Algo malo ha debido hacer la UD Las Palmas. Igual cogió todas esas cosas que la cultura popular dice que atraen a la mala suerte. Igual las agitó y desafió al azar. Cruzarse con un gato negro -ha pasado algún día por delante del palco-, juntar un par de veces el número 13, romper un espejo, pasar por debajo de una escalera o desparramar la sal sin ningún sentido. Una combinación suicida si se es supersticioso. En ese juego, en esa ruleta rusa, la UD ha perdido. Porque los acontecimientos arrojan que este equipo parece estar gafado con las lesiones.

Esa sombra se cobró ayer su última víctima. Ni siquiera respetó que fuera su debut como titular con su nueva camiseta. Porque Ángel Montoro, ayer en el once inicial de Quique Setién, no pudo escapar de la plaga de lesiones. El centrocampista valenciano cayó al suelo cuando sólo habían transcurrido 41 minutos de partido.

Al suelo, desgarrado y con las manos en la cara, el ex del Almería tenía que abandonar el campo. El problema, esta vez, en uno de sus aductores. Nada se le escapa a la UD Las Palmas. Rodillas, clavículas, hombros o tobillos. Pocas partes del cuerpo escapan a la rabiosa persecución que las lesiones tienen con el equipo de Quique Setién. Montoro ya sabe de qué va el asunto en cuestión.

Hasta el momento, el mediocentro valenciano intentó cumplir con la nueva tarea que Setién le ha encomendado. Desde que la UD Las Palmas perdió a Vicente Gómez la semana pasada, ése ha sido el gran quebradero de cabeza del entrenador cántabro. Invisible para Paco Herrera, el futbolista criado en la cantera del Huracán había encontrado la regularidad con Setién. Minutos de calidad acompañados de galones. Sin pisar tanto el área rival, la tarea en esta etapa para Vicente se centraba en otorgar al equipo una salida limpia con el balón. Incrustado entre los dos centrales, siempre solía ser el primer paso para mover el balón de un lado para otro. Entregas aparentemente sencillas, pero fundamentales para la nueva idea de juego que Quique Setién intenta implantar internamente en cada uno de sus futbolistas. Ese movimiento era siempre el primer paso que la UD buscaba para generar fútbol. Con los centrales a los lados y los laterales abiertos, las opciones crecían en ese paso inicial para los amarillos.

Montoro ayer no se comportó del todo así. Sin la figura de Vicente, ese pivote posicional que inicia el juego parece haber desaparecido. Roque Mesa era el hombre que más se ofrecía a la hora de intentar empezar a fluir con el balón. En medio, Montoro daba un segundo pase al futbolista de Telde. El ex del Almería no arriesgó demasiado. Quizá por querer agradar en su primer partido con responsabilidades serias en la UD, el futbolista valenciano se dedicó a intentar hacer su trabajo sin demasiados adornos. El camino, siempre el más sencillo. Una fórmula inteligente de no caer en errores no forzados por el rival. Sólo perdió tres balones y fue capaz de recuperar un par. Un balance que apunta al estado neutro.

Con ello, Montoro dejó ciertos detalles en el partido. Su presencia física impone. Espigado, posee una buena planta para intimidar en el juego aéreo y ser un complemento útil con Roque Mesa. Sin dejar de pelear en cada balón, el centrocampista valenciano no tuvo la necesidad de cometer ni una sola falta. El detalle más notable que dejó fue su acta como ejecutor en la gran mayoría de jugadas de estrategia de la UD Las Palmas. Córners y faltas laterales que se convirtieron en cosa suya. Buenos golpeos que se transformaron en alguna ocasión de gol para el cuadro insular.

Hasta que llegó el minuto 41. Ahí, sus piernas dijeron basta. La desdicha para Setién se planeaba. Sin Montoro, ¿qué podía hacer? En el banquillo no habían soluciones naturales. Sin sustitutos en el mediocentro, Culio y Momo saltaron a calentar. El argentino, el gran cuestionado por la afición, apuntaba a señalado. Los precedentes futbolísticos y la defensa del entrenador tras la pitada del pasado jueves, aventuraban a ello. Sin embargo, quien se puso la camiseta fue Momo.

La vuelta del descanso dejó una nueva disposición en la UD. El centro del campo, ese lugar donde dicen que se ganan y pierden partido, estaba ocupado en su zona más vital por Roque Mesa. Un único mediocentro para llevar la responsabilidad de dar equilibrio al equipo. Sus funciones se multiplicaban. Sin Vicente ni Montoro, todo era suyo. Por delante iba a contar con la ayuda de cuatro hombres: el propio Momo, Viera, Tana y Wakaso. Cada uno con una función en particular.

Por su parte, Momo se encargó de distraer. El de Las Torres se movió del centro hacia las bandas y viceversa. Un mareo constante para Radoja, el Tucu Hernández y Orellana. Viera y Tana se clavaron en el centro. El talento y el fútbol que tienen se gustan. Sólo se percibía cierto lugar al desequilibrio cuando ellos aparecían por allí, en el momento en el que Roque Mesa posaba el balón en sus pies. A la derecha, Wakaso ponía el interés por el desborde. Sus embestidas y su juego desconcertante siempre inquietan. Todo bañado con un ingrediente común, sacrificio cuando no se tenía el balón y dispuestos a un repliegue rápido.

Esa solución que encontró Setién funcionó. El Celta, maniatado sin el cuero, vivía a merced de lo que dijera la UD Las Palmas. Sólo sus intentos por contragolpear incordiaban al cuadro grancanario. Sin esa arma, los de Berizzo se entregaron. La UD combinaba, se lo creía e intentaba llegar al área sin mucha lucidez. Hasta que Tana y Roque se encontraron para gestionar un gol a Willian José. La suerte al menos, estaba compensada.

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