La afición amarilla, como le demostró al presidente con sonoridad, se encuentra dividida: aplausos y silbidos. Luces y sombras. Reconocimientos ha tenido el retorno amarillo a la Liga de las Estrellas, aplauso el disfrutar del mejor equipo del mundo en Siete Palmas, pero los fieles seguidores se merecen la consideración de ser el soporte histórico del club, el sustento espiritual, el tan manipulado jugador número 12.
No importa acudir al estadio a la hora del almuerzo, ni bajo una amenazadora tormenta, todo se sacrifica por estar con el equipo de la vida. Pero hay límites. Contemplar el graderío incompleto con el Barça en el césped ha resultado poco esperanzador.
El malestar de la hinchada al presidente ha sido un lamento y no de juego. No se confíen los gestores ni sufran mal de altura con la esperanza de que Primera todo lo cura. Las aficiones permanecen, las directivas pasan.
Hubo un tiempo en que los equipos como la UD se hacían querer por los personajes que los configuraban, gente leal, con afán de servicio a unos colores. El himno que se escuchó con emoción lo deja bien claro. Aunque no parece que esto estimule mucho ya a los hombres del palco, ejecutivos de una sociedad anónima deportiva. Hoy, en estos momentos recios y para esta afición sufriente, el fútbol tiene que ser asequible. Y La UD Las Palmas saltar al campo con el graderío abarrotado ya sea contra el Barça ya contra el Getafe.
