La Provincia - Diario de Las Palmas

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Atmósfera artificial

El Estadio de Gran Canaria, con la UD Las Palmas de dulce y el Real Madrid enfrente, presenta diez mil butacas vacías

Los jugadores de ambos equipos saltan al campo mientras los aficionados muestran un mosaico.

Ir al fútbol tiene algo de liturgia. Elegido el equipo al que amar durante toda la vida -para lo bueno y lo malo, en la salud y en la enfermedad- después se suceden una serie de decisiones más ligeras, pero todas con cierto tono trascendental: se escoge la grada desde la que animar, se forma el grupo de amigos con el que ir al estadio, se prefiere una marca u otra de pipas, se encuentra una pieza talismán -una camiseta concreta, una bufanda presente en victorias épicas- y se da forma a ciertas tradiciones -tomar unas cañas antes o ir a comer o a cenar (según el horario) después de cada encuentro con los compañeros de fatigas- que aderezan al fútbol y lo convierten en algo más que en un juego.

Ese tipo de ceremonias son el famoso ambiente. Y son reconocibles, al vuelo, en lugares con tanta tradición futbolera como San Mamés, el Calderón, el Bernabéu, el Pizjuán, La Rosaleda o El Molinón. Eso lo tenía el Insular. Se respiraba los días de partido por el barrio de Las Alcaravaneras. Ahora es un recuerdo. Y ante esa ausencia, en la UD Las Palmas, con todo el potencial que tiene este bendito club, se han inventado algo que es artificial, que suena como un cacharro metálico, que apunta a forzado, que poco tiene que ver con todo lo que rodea a la pelota y sus rituales y que encima suelta cierto tufillo a rancio.

El algodón no engaña. Pasó anoche el Real Madrid por Siete Palmas, con Zinedine Zidane al mando de tipos como Cristiano Ronaldo, Bale, Sergio Ramos, Kroos, Modric, Morata o Benzema, y por el Gran Canaria sólo se asomaron 22.520 espectadores. Ni el cartel del rival -el campeón de Europa, con casi todas sus estrellas y todo lo que arrastra-, ni el momento dulce de Las Palmas -entre los mejores de la Liga Santander- lograron completar el aforo de un recinto que, a falta de esa magia que se genera en los estadios con cierto misticismo los días de grandes partidos, fue el escenario de un fracaso: la política de precios impuesta por el club amarillo para las entradas.

Si esta Unión Deportiva, que juega tan bien, y este Real Madrid de tono galáctico sólo congregan a 22.520 personas es que algo falla. Y, en este caso, patina la entidad amarilla, que prefiere hacer algo de caja con unas entradas carísimas a probar con localidades más baratas -con el aforo completo, si se hacen bien los números, podría ingresar lo mismo o más-, abrir el estadio a más gente y dejar que la propia inercia dé forma a un ambiente futbolero real.

Para estar ayer en el campo, los abonados tuvieron que pasar por taquilla y pagar desde 25 hasta sesenta euros. Para el resto de los mortales, el partido se convirtió en un auténtico artículo de lujo con precios que costaban casi tanto como un ojo de la cara: 90 euros en la Naciente, 140 en la Curva, 150 en Sur, 200 en Tribuna, 250 en Tribuna Especial y 400 en la zona VIP. Y todo, en un negocio -la Liga de Fútbol Profesional- donde quieren estadios llenos para competir con la Premier League. De locos.

El panorama, cinco minutos antes del pitido inicial, revelaba un desastre: diez mil butacas vacías. Eso, lo pinten como lo pinten, es un fracaso. Y en el propio club lo saben. Si no, no se entiende ese afán por rellenar ese espacio natural con artificios: un speaker que poco tiene que ver con el fútbol, unas cheerleaders que parecían salir de un instituto yanqui o de las primeras escenas de Grease o una fan zone que reúne al rebaño. Al final, sólo algunos detalles del juego animaron a una grada que se vino arriba en dos momentos: con el anuncio del triunfo del Granca en la Supercopa Endesa y para silbar la cifra de asistencia de espectadores. Esto ya no es lo que era. Es otra cosa. Es un negocio y los que dueños del chiringuito sólo quieren beneficios. Lógico, pero no tan hermoso. Ojo con asfixiar a la gallina de los huevos de oro.

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