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Respeto a los colores

Respeto a los colores

El respeto a unos colores y a una afición debe estar marcado a fuego en cualquier disciplina deportiva de primer nivel.

Los profesionales del balón, auténticos privilegiados, tienen que entregarse en cuerpo y alma al club que les paga. Detrás de esta transacción mercantil tiene que existir, por ende, un compromiso tácito con la entidad y con la hinchada que es muy simple: dejarse la piel dentro del campo y hacer lo propio fuera del rectángulo de juego.

De nada sirve que un jugador marque el gol de la ilusión el sábado por la tarde si, horas más tarde, empaña el escudo que defiende con un comportamiento impresentable.

Máxima consideración a la entidad y al respetable, que son los que sufren y pagan las nóminas. En el caso del chino Araujo, que se negó a hacer un control de alcolhemia el pasado lunes, la UD Las Palmas no puede ser benevolente. Al margen de las consecuencias jurídicas que, a buen seguro, llegarán.

De nada sirve el argumento fácil de que el profesional estaba en su día libre. Araujo, siempre indisciplinado, como por ejemplo acudir resacado al entrenamiento, vuelve a sobrepasar la raya. Algo que se repite desde sus inicios cuando militaba en las categorías inferiores del FC Barcelona.

Este jugador ha agotado todo el crédito que tanto su entrenador, Quique Setién, como el club le habían otorgado esta temporada.

Lástima que se llegue a confundir talento con ser intocable y, sobre todo, cometer el error de irse a la cama a la hora en que otros se levantan para ganarse el pan.

Ambiguas horas que mezclan, como cantaba Joaquín Sabina, al fiestero y al madrugrador.

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