Mauricio Lemos, el central uruguayo, ha sido el perfecto termómetro de la UD desde que llegó en el mercado de invierno hace dos temporadas. Lemos puede definirse como un estado de ánimo. Si el equipo va bien, es capaz de desplegar un nivel sobre el césped que atrae el interés de los grandes equipos de Europa; en cambio, si el equipo da síntomas de debilidad, el defensa internacional se transforma en un jugador sin ambición sobre el verde. De sonar el verano de 2016 para fichar con el Barcelona a salir cedido por la puerta de atrás con destino al Sassuolo. Del escaparate al ostracismo.
El charrúa llegó a las filas del equipo, entrenado entonces por Setién, en 2016 procedente del Rubin Kazán . El entrenador cántabro lo tuvo tres semanas en proceso de adaptación para hacerle debutar en la jornada 25 contra el Barcelona. Saltó al estadio de Gran Canaria para ocupar la posición de pivote, lugar en el campo de juego donde disputó 5 partidos a lo largo de los 53 encuentros que lleva en su mochila amarilla -48 en Liga y 5 en Copa-.
Consiguió asentarse en el once coincidiendo con la racha positiva de seis victorias en siete partidos que catapultó a la UD de los puestos de descenso a certificar la salvación en la primera travesía de los amarillos tras la vuelta a Primera.
La temporada pasada significó el preámbulo de la debacle de Lemos. Las críticas empezaron a asomar por su excesiva lentitud en el repliegue defensivo, tan necesario en el esquema que Setién planteaba con la defensa adelantada.
Los cinco goles anotados le sirvieron para escurrir el bulto.
En la presente, con la UD siendo el equipo más goleado de la competición, con 46 goles en contra, y señalado en infinitas jugadas que han permitido la sangría de goles amarilla, no hay quien defienda su compromiso con el equipo.
